Crónica de la última de feria escrita por Andrés Amorós, socio de «Los de José y Juan», para el diario El Debate.
Por la mañana, la lluvia no puede con el desfile de la Hispanidad: aguantan, impertérritos, las tropas que desfilan y el público, que los aclaman. Aunque algunos políticos puedan creerlo, el patriotismo no ha muerto del todo en España. Cesa la lluvia y, por la tarde, se celebra la corrida de la Hispanidad. Me lo decía con acierto mi amigo Antonio Gala: la lengua y los toros son dos de los mayores vínculos que continúan uniendo a España con Hispanoamérica.
Los toros de Victorino Martín tienen casta, fuerza y buenos pitones. Con estos toros, presenciamos otra Fiesta, muy distinta de la de tantas tardes. Los lidian dos diestros poderosos; los dos, extremeños, Miguel Ángel Perera y Emilio de Justo. Los dos cortan un trofeo; en el caso de Emilio, pierde alguno más por la espada, pero lo más destacado de la tarde lo ha hecho Perera en el tercer toro, con naturales clásicos de categoría.
Por su capacidad y valor sereno, a Miguel Ángel Perera lo respetan mucho los profesionales. Sus dos lunares son alargar las faenas y la espada. El primero, veleto, humilla pero flaquea, cumple en varas. Quita de Justo por ceñidas chicuelinas. Con oficio, Perera lo va metiendo en la muleta, aunque el toro es pegajosito y humilla poco. Mata sin convicción, a la tercera. No ha pasado nada.
Reciben con aplausos al tercero, abierto de pitones, que sale con pies y humilla. Perera juega bien los brazos a la verónica. El toro empuja con los riñones, en varas; acude pronto a la muleta y repite. Los derechazos de mano baja tienen hondura. Los naturales suaves, impecables, levantan un clamor, aunque el toro entrampilla al torero. Un gran toro este Escusano, bravo y noble, y un excelente toreo al natural. Faena clásica, de torero maduro, rematada con un gran volapié hasta la mano: justa oreja y gran ovación a un bravo toro.
Echa las manos por delante y no se entrega el quinto. Perera lo va metiendo en la muleta con más oficio que brillo porque el toro embiste con sosería y eso es lo que menos se espera de un Victorino. El trasteo de Perera es correcto, sin más: le piden que no lo alargue. Mata caído.
Emilio de Justo ha mostrado esta temporada estar totalmente recuperado de su terrible percance del año pasado. Eso le ha permitido torear con más naturalidad, sin rigidez. Lidia bien al segundo, lo deja lejos del caballo, como aquí gusta, y el toro va a más, aunque le pican trasero. Los derechazos tienen emoción pero, por la izquierda, el toro queda corto, tiene peligro. Una faena valiente, que queda a medias, y mata a la tercera. Aplauden algo al toro y el diestro saluda.
El cuarto embiste con codicia de salida pero se va del caballo; se viene arriba en banderillas. Emilio corre la mano, tragando mucho. ( Los «¡vivas!» a la Virgen del Pilar, en medio de una faena emocionante, son inoportunos). El toro se cierne cada vez más, acaba enganchándolo. Visiblemente dolorido, vuelve a la cara del toro, echándole lo que hay que echar. Citando muy de frente, logra naturales lucidos, aunque el toro acaba queriendo irse. Ha sido una faena de torero macho, decían antes de la dictadura de la corrección política. Pierde el trofeo por pinchar seis veces, entrando de lejos (parece que ha perdido el sitio con la espada).
El último sale suelto, le dan demasiados capotazos. En la muleta, en cambio, saca nobleza, repite con clase, le permite a Emilio trazar muletazos con gusto. La gente está con él, en esta faena ardorosa. Esta vez sí acierta en la estocada. Aunque el bravo toro tarda en caer, como sus hermanos, y suenan dos avisos, el público exige la oreja.
No ha sido mal final de temporada: toros encastados, que permiten el buen toreo. Lo peor, la duración, dos horas y media, y el número de avisos (ocho). Parece que estas dos cosas no tienen remedio.
Es de noche cerrada cuando salimos de Las Ventas. Ha sido la última corrida del año en Madrid, se acerca el invierno. Debería ser tiempo para reflexionar y que todos los profesionales se unieran, para resolver los problemas pendientes. Entre otras cosas, sería muy malo que no volviera a haber un canal taurino de televisión. Pero, a pesar de los políticos sectarios e ignorantes, que odian a España y a la Tauromaquia, ésta no está en peligro porque es un arte y el arte nunca muere: como decía Valle-Inclán, nos ayuda a pasar el frío del invierno.
Si Dios quiere, seguiremos hablando de toros con los lectores de El Debate, hasta que llegue de nuevo la primavera y, con ella, los festejos taurinos.