LA FIESTA: MUCHO MEJOR DE LO QUE PARECE

Por Jesús Banegas.

Tanto los que la desprecian y tratan de prohibirla, como los que la critican desde dentro con una óptica integrista, están equivocados sobre la vitalidad de la fiesta que a pesar de todo –críticos internos y externos- goza de una magnífica salud, que se explica por dos poderosas razones.

La primera razón estriba en el hecho de que siga existiendo,  y que siendo una tradición centenaria fácilmente atacable por el animalismo de moda, sigue llevando una enorme cantidad de espectadores de pago a las plazas: cinco millones al año.

La segunda razón es que en contra del mundo de la cultura e incluso del futbol –ampliamente subvencionado el primero  y parcialmente el segundo- la fiesta vive de sí misma. Si desaparecieran las subvenciones, la fiesta mantendría su vitalidad mucho mejor que el resto de actividades lúdicas.

No pareciendo posible que la fiesta vaya a más, como prueba -más allá de las prohibiciones que los granujas políticos tratan de imponer en contra de la libertad de los ciudadanos– su decadencia en diversas regiones de España, sus bastiones de referencia -Madrid, Sevilla, Valencia, Pamplona,…- se mantienen muy sólidos.

La relación dialéctica entre la intransigencia  integrista  y la fiesta como tal, está siendo más fructífera que nunca. Las exigencias integristas  acabaron con las prácticas fraudulentas de los gloriosos años de El Cordobés: toros sin edad ni trapío, las caídas, el rigor en la concesión de trofeos, etc; siendo Madrid su capital.

Los toros, tienen más trapío y embisten más que nunca; apenas se caen y van al caballo y empujan –posiblemente– también más que antes. Los encastes que más transmiten –miedo al torero y al público- son los que menos embisten, con la excepción de Victorino y  últimamente Adolfo. Aunque cueste aceptarlo,  las corridas duras y supuestamente encastadas embisten muy raramente: viajan con la cara alta, aceptan muy mal los pases y todo lo mejor que puede suceder es que el diestro de turno los sortee con la mayor dignidad posible. El periódico El Mundo ilustraba la crónica de los recientes Miuras de Sevilla con una fotografía de una verónica de Octavio Chacón con los cuernos del toro a la altura de su cabeza… ¿qué verónica es esa?

Chicuelina de Octavio Chacón ante un toro de Miura. Foto: El Mundo

Si las corridas de divisas duras sustituyeran en la ferias a las llamadas comerciales, el público abandonaría la fiesta y su decadencia sería acelerada. La gente, mayormente, va la plaza y paga su localidad para pasarlo bien –por eso se llama fiesta– dejando a los sufridos entendidos -una pequeña minoría- su afición a pasarlo, normalmente, mal aunque no lo confiesen.

En este punto, es de justicia reivindicar la figura de Victorino Martín, un auténtico empresario schumpeteriano*, aunque el nunca supo quien era Joseph A. Schumpeter. Vino a reivindicar, en un territorio aparentemente muy tradicional, la innovación en el quehacer ganadero imponiendo contra viento y marea un nuevo toro que terminó -algo insólito- llenando las plazas sin necesidad de figuras del toreo. ¿Habrá existido alguna ganadería capaz de mantenerse –sin apenas decaer algunos años- más de medio siglo en la cúspide del prestigio ganadero? Claro que los victorinos, a diferencia de las demás ganaderías duras, suelen embestir humillando y con largo recorrido; al menos cuando lo hacen!

Pero además del éxito integrista que significa Victorino, otros ejemplos aún mejores como consecuencia de la libre competencia en el mercado son ganaderías como Alcurrucén y Victoriano del Río. Sus toros tienen un gran y bellísimo -armonía- trapío, no se suelen caer, van y empujan al caballo más que los toros de las ganaderías duras, suelen ser bravos y encastados y embisten sin fin. Posibilitan faenas extraordinarias que popularizan la fiesta y crean afición.

El triunfo de Alcurrucén y Victoriano no es explica sin las exigencias integristas de Las Ventas, cuyos sectores mas puritanos deberían alegrarse de su éxito, en vez de estar habitualmente en contra de la gran reconversión ganadera antes descrita.

*Un audaz e imaginativo desviador de patrones y prácticas en los negocios establecidos quien constantemente busca la oportunidad de introducir nuevos productos y nuevos procedimientos para invadir nuevos mercados y crear nuevas formas organizativas. (William Baumol)

Jesús Banegas, socio de la Peña Taurina Los de José y Juan, es doctor en ciencias económicas, ingeniero, empresario, escritor y conferenciante sobre innovación tecnológica. Tras presidir largos años el sector tecnológico y ser vicepresidente de CEOE es actualmente presidente del Foro de la Sociedad Civil. Ha sido escritor esporádico de temas taurinos, sobre todo en la reeditada -en los pasados años 80, junto con Manuel Moles- revista El Ruedo  y empresario taurino –Torifinsa––a finales del pasado siglo. Está en posesión de la Gran Cruz del Mérito Civil.

Pepe Moral con Chaparrito en el tercio de muleta.

¿Qué es torear? Yo no lo sé.

Sánchez Mejías llorando la muerte de Joselito.

Un día como hoy, el 16 de mayo de 1920, murió José Gómez Ortega (Joselito) en la plaza de toros de Talavera de la Reina. La muerte de Joselito fue un hecho fatal, un accidente irreparable e inevitable. A él -se ha dicho mil veces-, que no le afligió ningún toro, le mató uno, como correspondía a su gran capacidad torera. José no tuvo ni muchas ni muy graves cogidas. De éstas sólo cuatro que en ningún instante llegaron a inquietar a los doctores. La última, repito, fue fatal. Su destino estaba en Talavera y allí tenía que cumplirse ineluctablemente. Porque José no tenía que lidiar esa corrida. La empresa talaverana tenía ya pensado el cartel para aquel día con el Gallo, Larita y Sánchez Mejias.

Hoy, esta Peña Taurina de Los de José y Juan quiere rendir un tributo a su muerte recordando este famoso y emotivo texto de Gregorio Corrochano.

Cogida y muerte de Joselito. 

¿Qué es torear? Yo no lo sé. Creí que lo sabía Joselito y vi cómo le mató un toro.

16 de mayo. Feria en Talavera. Toros.

Mes de mayo. Mal mes para los toreros. Mucha primavera en el campo. Mucha sangre brava en los toros.

Las hojas del calendario de mayo, al caer, se hicieron fecha en lápida de mármol.

Esta del 16 va con el grupo castizo de Benlliure, y con el paseíllo triste y enlutado de los toreros, que salen con la montera en la mano, como si le brindaran la corrida.

Una plaza de toros como hay muchas. La plaza apoyada en una ermita de la Virgen del Prado, como si fuera una monumental capilla, donde rezan los toreros. Desde el tendido se ve la torre de la ermita, como desde la Maestranza se ve la Giralda. Los árboles de una alameda se asoman al ruedo, y ofrecen localidad incómoda pero gratuita, a unos muchachos. Tampoco es cómodo y menos gratuito el asiento de las plazas. El torero que pisó primero este ruedo fue Fernando el Gallo con Antonio Arana Jarana. Inauguró la plaza donde había de torear su hijo por última vez.

Las seis de la tarde. En el ruedo hay un toro que se llama Bailaor. Es hijo de Canastillo, del conde de Santa Coloma, y de la vaca Bailaora, del Duque de Veragua. Es negro, bajo de agujas, bien criado, bien puesto en cornicorto, con la cabeza rizada como si tuviera piel de karakul, muy en el tipo de Santa Coloma. Así era también el toro Bravío. Se oye el toque de un cambio de suerte. Van a Banderillear.

Joselito se acerca a la barrera a coger los trastos de matar.

– El toro ha perdido la vista en los caballos – me dijo Joselito.

– El toro me parece burriciego – le contesto yo.

Cada uno razona su punto de vista. Antes de ponernos de acuerdo, corta el diálogo un clarín. El clarín anuncia que ha llegado la hora de la muerte. Esto es tan frecuente, se oye tantas tardes, que a nadie inquieta, ni a las mujeres que llevan flores para el torero, con una inconsciente anticipación.

Aquel 16 de mayo de 1920.

Sale Joselito armado de estoque y muleta. Va a matar al toro. Nadie sospecha; ni él. Joselito, con la idea fija, seguro de su experiencia, de que el toro ha perdido la vista en los caballos, le acerca la muleta a los ojos, para que la vea. El toro no la ve, y derrota en corto por instinto. Se separa el torero para irle por otro terreno. Cuando al separarse Joselito, entra en la distancia a la que el toro ve, se le arranca. José le espera tranquilo, y trata de desviarle con la muleta, como hizo tantas veces con exactitud. Pero el toro al llegar a la muleta la pierde, no la ve, no la sigue, y remata a ciegas en el bulto. Levanta al torero prendido por un muslo, cae sobre la cabeza del toro, y en el aire, le da con el otro pitón la cornada que le mata. Todo a ciegas. El toro le hiere sin verle, porque ha perdido la vista en los caballos, como creía él, o porque era burriciego de los que no ven de cerca, como creía yo. No nos pusimos de acuerdo, y me quedó la duda. Ya era igual. A Joselito le había matado el toro.

En la enfermería de la plaza, le rodea su cuadrilla llena de espanto, y Sánchez Mejías que había alternado con él. Dicen palabras incoherentes mezcladas con sollozos. Lloran por él y por ellos. Si a Joselito, el maestro, le ha matado un toro, a ellos ¿qué va a sucederles? Cada uno vive por un quite que le hizo José. Ahora, sin él, ¿cómo iban a torear?

Ignacio, que nunca pudo sospechar que tendría que matar al toro que mató a Joselito.

Camero, su gran picador de los toros difíciles, de los que triunfaron, mil veces más difíciles y peligrosos que Bailaor.

Blanquet, a quien mandaba con la mirada, o llamándole con la mano cuando no podía distraer la vista del toro.

Enrique el Almendro, decía con su andaluz mordiente: ¡Te fiste! ¡Te fiste! y repetía Parrita: ¡Se fue! ¡Se fue!

Lo veían y no lo podían creer. Ellos, que cuando esperaban intranquilos en el patio de caballos, antes de la corrida, al ver llegar a Joselito decían: Ya está ahí José. Y esto les volvía la tranquilidad. Como si no supieran que vendría puntualmente, como si temieran que no llegara a tiempo y tuvieran que torear sin él: Ya está ahí José. Y se liaban los capotes al cuerpo. Ahora sí estaban sin él. Tendrían que torear sin él. Porque ya no llegaría al patio de caballos. Qué tragedia la de estos hombres, sin el hombre; la de esta cuadrilla, sin el maestro. Todos tenían pena y terror. No era el miedo a la muerte, a la que vieron cerca muchas veces. Era que daba miedo ver a Joselito matado por un toro.

A media noche empezó a llegar gente de Madrid. Unos eran periodistas y fotógrafos. Otros no tenían nada que hacer allí. Nadie sabe quiénes son. Se acercaban silenciosos, y decían mirándose, sin atreverse a alzar la voz: ¡Es verdad! ¡Es verdad! y salían.

La enfermería tenía una ventana con reja. Entró la luz cárdena, de esa hora indecisa, hecha de noche y día, del amanecer. Joselito no la vio. La cuadrilla, despeinada por las manos crispadas, las coletas deshechas, lacias, caídas, los ojos «emparpitaos» como en la saeta de Manuel Torres, el rostro dolorido y amarillento como los cirios de la capilla ardiente; parecía que aquellos hombres se habían muerto durante la noche.

En un corral cercano a la ventana de la enfermería había un toro, el sobrero de la corrida. El toro mugía, como si ventease a los toreros. Por la ventana entraban los mugidos del toro, y se rompió el silencio del dolor y de la muerte ¡Todavía el toro!

Aquellos hombres – Ignacio, Camero, Blanquet, El Almendro – oían al toro, sentían al toro y miraban sin pestañear a José.

Llegó el día.

– Vámonos a Sevilla – Dijo Ignacio levantándose.

Se levantaron todos. Cogieron a Joselito. Le sacaron en hombres de la plaza. En hombros había salido muchas veces. Pero ahora le sacaban sin ruido, sin risas, sin palmas, silenciosamente. Y abrazados a él, se lo llevaron a Sevilla.

¿Qué es torear?

Joselito en la capilla ardiente.

Pablo Aguado, la gloria pura del toreo clásico

Foto: Diario ABC.

Por Andrés Amorós.

Una tarde redonda, feliz. Pablo Aguado corta cuatro orejas, abre la Puerta del Príncipe y se consagra como figura del toreo. Y lo esencial: logra todo esto con el toreo clásico, de siempre, de calidad, sin moderneces: ¡gloria pura! La gente se vuelve loca presenciando lo que hace tiempo que no veía, sale de la Plaza toreando. Y, para redondearlo, Roca Rey continúa arrollando y Morante deleita con su personalidad.

Desde que se anunciaron los carteles, éste era el preferido. ¿Se imaginan lo que hubiera sido transmitir esta corrida por Televisión Española, en abierto, como antes se hacía?

Jandilla lidia una corrida seria, encastada y noble, en general.

En el primero, Morante dibuja sólo tres verónicas solemnes, con la mano de salida alta, no más. Tragando, le saca un par de derechazos a cámara lenta y resuelve con garbo sevillano: Ha habido poco toro, para una faena completa. Pincha sin estrecharse. En el quite al cuarto –su último toro de la Feria– logra, por fin, las verónicas lentísimas, magníficas. Para asombro general, comienza de rodillas, por alto, y enlaza muletazos suaves, limpios, con naturalidad y torería. La faena tiene momentos hermosos pero se queda a medias, aunque el diestro expone y porfía. Y mata echándose de verdad. Acompaña la muerte con torería, pañuelo en mano, en una imagen para los fotógrafos. Aunque suena un aviso, la gente exige la oreja.

Roca Rey sigue arrollando en Sevilla. En el segundo, va a portagayola y ha de tirarse al albero para que el toro no lo arrolle. Rápidamente, encadena seis largas cambiadas de rodillas, en el tercio. Mi vecino comenta: «¡La revolución!» Pone a la gente en pie y suena la música. Se luce Domínguez, lidiando, y Viruta, con los palos. Brinda a Rafael Serna. Comienza con cinco muletazos de rodillas, por alto. Se lo enrosca a la cintura suavemente, aguanta parones hasta que, en uno, se lo echa a los lomos. Cuando el toro se acaba, se mete entre los pitones. Pegado a tablas, le pega un sopapo contundente: oreja y petición de la segunda. Ha sido una faena de gran emoción, ha demostrado su gran capacidad. En el quinto, comienza con péndulos; manda mucho en muletazos largos, ligados, dejándole la muleta en la cara, tirando del toro, que se queda a medias. Pierde la oreja al pinchar una vez. Pero deja gran impresión, igual que en todas las Plazas.

Pablo Aguado aporta algo importante: la ilusión por un nuevo diestro sevillano, que torea muy bien, dentro de las normas del clasicismo. Dibuja verónicas en el tercero; aguanta bien el picador Juan Carlos Sánchez. El toro espera en banderillas pero embiste con nobleza, en la muleta. Muletea con el estilo clásico sevillano, serio, sin florituras, que nunca pasará de moda. Sentencia mi vecino: «Hacía tiempo que no veíamos torear así». Tiene razón. Cuando mata de una estocada, acierta el presidente José Luque sacando, de golpe, los dos pañuelos. Las verónicas al último, jugando los brazos con naturalidad, entusiasman. El quite, también por lo clásico, hace sonar la música. Lo saca Morante del caballo con el quite del «bu», de Gallito, con el capote sobre los hombros, que sorprende al público. Iván García clava dos grandes pares y también suena la música. Con un toro algo quedado, Aguado corre la mano con suavidad y torería, a los compases de «Suspiros de España». Cuando el toro se para, recurre a los naturales de frente, uno a uno, de Manolo Vázquez. La Plaza es un corazón unánime que le está empujando, cuando entra a matar y logra la estocada. Ni el público ni el presidente lo dudan: ¡dos orejas y la Puerta del Príncipe! Castelar hubiera dicho: «¡Grande es Dios en el Sinaí!»

Sin triunfalismos, una tarde inolvidable. Lo decía Marcial Lalanda: «Con toros bravos y toreros clásicos, la Fiesta es incomparable». Salimos de la Plaza de los Toros con la gozosa plenitud y el agotamiento de haber vivido –no sólo presenciado– una experiencia estética única. Volvemos a la realidad, en esta terraza que se asoma a un panorama único. Lo dijo Romero Murube: «No creo que haya placer en el mundo comparable a esa embriaguez de los crepúsculos de Sevilla, sobre el río: es morir un poco, en la gloria». Añado yo: y una gran tarde de toros, en esta Plaza, es vivir en la gloria.

Andrés Amorós, socio de la Peña Taurina “Los de José y Juan”, es doctor en Filología Románica y catedrático de Literatura Española en la Universidad Complutense de Madrid.  Ha publicado obras relevantes sobre la tauromaquia y actualmente ejerce la crítica taurina en el diario ABC de Madrid. Entre sus galardones destacan el Premio Nacional de Ensayo, el Premio Nacional de la Crítica Literaria, el Premio Fastenrath de la Real Academia Española y el Premio José María de Cossío.

Feria de Abril: con toros de Victorino es otra Fiesta

Emilio de Justo, en un templado derechazo al tercer toro de Victorino. Foto: ABC

Por Andrés Amorós. Artículo publicado en el diario ABC.

Vuelven a Sevilla los toros de Victorino. Con relación a lo que hemos visto, los días anteriores, es otra exigencia, otra dificultad, otro rigor. Otro mundo, dentro de los muchos que tiene la Tauromaquia. Los seis, cárdenos, encastados, exigentes, de desigual comportamiento, desde el gran cuarto hasta el segundo, la clásica alimaña. Los tres diestros aprueban con nota el difícil examen, se pierden trofeos, por la espada. Ferrera corta una oreja a su segundo, aunque su primera faena fue más redonda. Escribano “traga ricino” – como decían los antiguos – en el segundo Emilio de Justo, que se presenta en la Plaza, emociona en una gran faena al tercero pro pincha. He echado de menos las vueltas al ruedo que, ahora, casi no existen: un absurdo.

Antonio Ferrera es uno de los casos más notables de evolución estilística, para bien: de un diestro atlético y vistoso, ha pasado a ser un lidiador clásico. Últimamente, ha desarrollado un curioso estilo personal, barroco, en el que acompaña con todo el cuerpo (y el espíritu) lances y muletazos. En Sevilla, ha protagonizado ya tardes inolvidables. Al prmiero, ovacionado de salida, lo recibe con una lidia a la antigua, enseñándole a embestir. Antonio Prieto provoca bien la embestida; en banderillas, aguantan con valor Valdeoro y Fernando Sánchez. El toro es pegajoso, se acuerda de lo que deja atrás. Ferrera le da la lidia adecuada, de sabor clásico, con mucho mérito y con valor: aquí, eso se sabe apreciar. Pincha antes de agarrar la estocada y pierde el trofeo que había merecido. Ha debido dar la vuelta el ruedo: hace años, se la hubieran pedido. El encastado toro se resiste a morir, en una bella estampa, muy aplaudida. También lidia bien al cuarto. Fernando Sánchez clava un gran par y Montoliú le hace el quite, tirándole las banderillas: una estampa añeja. Brinda a la Infanta Elena. El toro embiste como una locomotora. Ferrera se dobla bien, lo va metiendo en la muleta, en una porfía vibrante, algo desigual, al son de la música. Al final, cuando el toro ya no tiene tanto gas, los naturales surgen más limpios: logra la estocada desprendida y corta la oreja de un toro de verdad importante. Toda la tarde, además, ha estado pendiente de la lidia.

El bravo Manuel Escribano conoce bien la dureza y el triunfo con estos toros. A portagayola, como suele hacer, recibe al segundo, que sale enterándose y hace por él, como un rayo. Enlaza templadas verónicas. Quiebra trasero, en el centro, el primer par y el tercero, al violín, en tablas. Brinda a Curro Romero. El toro saca guasa. Escribano, valiente, con oficio, le arranca algunos naturales hasta que el toro lo entrampilla y se libra por pelos de la cornada; un par de veces más, demuestra que es una alimaña. El público pide que lo mate, lo que hace a la segunda, mientras suena un aviso. Le ha hecho pasar un mal rato. Vuelve a irse a portagayola en el quinto, que tarda una eternidad en salir: ¡vaya trago! El toro se come los capotes pero flaquea un poco. Provoca bien la arrancada el picador Juan Francisco Peña. Vuelve Escribano a poner banderillas, con dificultades. Después de brindar a la Infanta, logra muletazos correctos pero de escaso eco: el toro tiene menos dificultades pero también transmite menos emoción. Esta vez logra una buena estocada.

El extremeño Emilio de Justo ha sido una de las grandes revelaciones de la pasada temporada, después de años de lucha. Afronta este año en mejor posición. Ha comenzado triunfando y siendo herido por un Victorino, en Vista Alegre. El cuarto embiste con fiereza. Después de brindar a la Infanta , de Justo se la juega sin trampa ni cartón; asusta al público pero sabe bien lo que hace: provoca la embestida y, luego, traza muletazos emocionantes. Sentencia mi cortés vecino: “Por ahora, los muletazos de más mérito de la Feria. El toro está pendiente hasta de lo que hace el Atlético de Bilbao…”. El toro echa la cara arriba y pincha dos veces, antes de la estocada. Ha perdido un trofeo (o dos). Debió dar la vuelta al ruedo. Al último, que pesa casi 600 kilos, lo recibe con suaves verónicas, rodilla en tierra, rematadas con dos grandes medias. Tardea el toro, en varas. Y flaquea, dice poco, pero lo alegra con la voz y lo va metiendo en la muleta. La faena va a más: a fuerza de insistir, logra naturales suaves , hasta que el toro se acobarda. Esta vez sí logra la estocada pero tarda en caer y no hay trofeo. No importa: ha tenido un excelente debut.

Aunque la corrida ha sido larga (dos horas y tres cuartos) y no ha habido gran triunfo, hemos vivido una tarde de toros de mucho interés y emoción. Un detalle: se ha atendido a la forma de desarrollar la suerte de varas y se ha aplaudido a varios picadores. (Lo contrario de lo que vemos casi todas las tardes, cuando se reduce al mínimo). Ésta es la Fiesta auténtica, con el toro auténtico y con diestros que, con mayor o menor acierto, saben lo que hacen y se entregan. La que cantó Federico García Lorca: “Y el toro solo, corazón arriba”.

Andrés Amorós, socio de la Peña Taurina “Los de José y Juan”, es doctor en Filología Románica y catedrático de Literatura Española en la Universidad Complutense de Madrid.  Ha publicado obras relevantes sobre la tauromaquia y actualmente ejerce la crítica taurina en el diario ABC de Madrid. Entre sus galardones destacan el Premio Nacional de Ensayo, el Premio Nacional de la Crítica Literaria, el Premio Fastenrath de la Real Academia Española y el Premio José María de Cossío.

JOSELITO, EL TORERO TRISTE

AVANCE TAURINO Diario digital de información taurina editado en Valencia, recoge la publicación del libro Joselito, el torero triste. Estudio de su personalidad, escrito por José-Vicente Sinisterra Gago y editado por Ediciones del Azar. Reedición corregida del anterior De grana y oro y de catafalco y azabache. Un estudio de la personalidad de Joselito, de edición no venal de la Peña Taurina “Los de José y Juan”.

Publicamos un extracto de la crítica realizada por Enrique Amat en el diario digital:

Joselito, el torero triste: estudio de su personalidad, de José-Vicente Sinisterra Gago, es otro libro de obligada lectura para todos los aficionados que acaba de aparecer en las librerías.

En él se traza un recorrido, no sólo por la vida de este genial torero, nacido en Sevilla, y por la de su amplia e ilustre familia. Todo ello a través de su trayectoria, no solo  taurina, sino también humana y personal en un volumen de 94 páginas con fotografías en blanco y negro editado por Ediciones del Azar.

A partir de un concienzudo estudio psicológico, el autor plantea un estudio de la personalidad del torero, que incluso, fue apodado el torero triste.

Gallito nació el 8 de mayo de 1895 en Gelves.  Niño prodigio del toreo, hijo de Fernando Gómez El Gallo y hermano de Rafael, considerado por muchos el torero más completo de la historia, protagonizó junto a Juan Belmonte, con el que mantuvo una rivalidad legendaria, la llamada Edad de Oro del toreo durante la década de 1910. Su inesperada y prematura muerte, cuando se encontraba en la cúspide de su carrera, engrandeció su leyenda como gran figura y protagonista de la transición definitiva hacia el toreo moderno.

(…)

Torero poderoso y enciclopédico, con un gran conocimiento de los secretos del toro y de la lidia, su éxito en los ruedos no se vio acompañado del mismo en la vida personal. Falleció el 16 de mayo de 1920 en Talavera de la Reina al ser cogido por el toro Bailaor, de la Viuda de Ortega.

José-Vicente Sinisterra Gago, socio de la Peña Taurina “Los de José y Juan”, es catedrático de Química Orgánica y Farmacéutica de la UCM. Profesor invitado en diversas Universidades extranjeras, ha sido director del Servicio de Biotransformaciones Industriales del Parque Científico de Madrid. Es miembro de la Unión de Bibliófilos Taurinos y de ABASAF.

Ha impartido conferencias sobre cultura, historia y arte de la Tauromaquia en diversas peñas taurinas y centros culturales, y ha publicado los libros De Grana y Oro y de Catafalco y Azabache,  El mundo de Rafael Gómez Ortega  El Gallo y Cagancho El torero de los ojos verdes

François Zumbiehl recibe el premio de la Asociación Taurina Parlamentaria.

Foto de familia de todos los premiados.

El Senado acogió la mañana del pasado jueves 11 de abril el acto de entrega de los XII Premios Taurinos otorgados por laAsociación Taurina Parlamentaria (ATP).

El acto, celebrado en el Salón de Pasos Perdidos de la Cámara Alta, reconoce a aquellas trayectorias destacadas en todos los ámbitos relacionados con la Tauromaquia y su defensa, y fue presidido por el Presidente del Senado, Pío García Escudero, socio también de esta histórica peña.

En esta edición, la ATP ha reconocido el trabajo de François Zumbiehl por su apoyo intelectual a la fiesta, un galardón que ha recibido de la mano de Juan Manuel Albendea, ex-presidente de la Comisión de Cultura del Congreso de los Diputados que aprobó la Ley de Defensa de la Tauromaquia y, también, socio de Los de José y Juan.

A continuación, os dejamos sus palabras de agradecimiento al recoger el premio y, una vez más, nuestra más sincera y cariñosa enhorabuena.

«Quisiera intentar una faena como Dios manda para agradecer este premio al jurado de la Asociación Taurina Parlamentaria,  expresar todo lo que significa para mí, pero la brevedad obligada sólo me permite una faena de aliño.

A la Fiesta de los toros debo gran parte de lo que soy. Desde mi niñez. Desde esta primera corrida en Bayona, llevado de la mano de mi madre venezolana, una corrida más deslumbrante que los cuentos de hadas, en la que se desató mi emoción viendo a unos héroes vestidos de luces triunfar de una fiera amenazante, y que parecían sin embargo hipnotizar e incluso entenderse con ella. Más tarde aprendí a saborear la belleza de este arte, una belleza que procura retrasar su ineludible muerte en la arena con todos los recursos del temple, que es la mejor manera de burlar el tiempo que acaba con todo, toreándolo. Debo confesar también que mi afición fue bautizada en el culto a Manolete del que tanto me hablaron, con su figura propia de un Greco, la solemnidad de su quietud inquebrantable y las últimas gotas de su sangre derramadas en las sábanas del hospital de Linares.

Hablar, por cierto,  es transmitir el amorpor la Fiesta. Cada uno de nosotros lleva el tesoro íntimo de su afición, que son sus recuerdos. Pero necesitamos sacarlos a la luz de las conversaciones y compartirlos para asegurarnos  de que lo que hemos vivido en la plaza fue una realidad y no simplemente un sueño. Nunca agradeceré lo suficiente este tesoro de conversaciones que me regalaron muchos maestros – entre otros el gran Pepe Luis, Andrés Vázquez premiado hoy también– y tantos amigos aquí presentes y ausentes. Ángel Luis Bienvenida me lo dijo una vez : la torería son las conversaciones, y a nosotros que no tenemos la capacidad de actuar y sólo de comentar, nos dejan la ilusión de sentirnos toreros.

Todas estas palabras inspiradas por los toros, que me dediqué a escuchar y a recoger en mis libros, constituyen uno de los cinco pilares que cualifican la tauromaquia como un patrimonio cultural inmaterial según la convención de la UNESCO sobre este concepto.  Lo deberían reconocer todas las autoridades políticas de los ocho países taurinos. Gracias a Dios ya  está reconocido este patrimonio en España por la ley de 2013 para la cual el que acaba de entregarme el premio, Juan Manuel Albendea, tuvo un papel determinante como presidente de la comisión de cultura en el Congreso de los diputados. Lo ha sido también en Francia por el trabajo que hemos llevado a cabo en el Observatorio Nacional de las Culturas Taurinas.  A este respecto quiero terminar con esta escena: hace dos años en la plaza de Arles, anfiteatro romano, unos antitaurinos holandeses se lanzaron al ruedo, a la muerte del toro por supuesto, para manifestar su hostilidad. Pronto todo el público se levantó para entonar la Marsellesa, significando con su acento francés que la Fiesta de los toros es del pueblo, que no pertenece a ningún partido o ideología, y que la libertad de cultivarla debe ser garantizada para todo el que se identifica con ella. Yo que soy de raíces o encastes muy diversos no pararé de sentirme fascinado por una Fiesta tan española, tan reveladora de su cultura y de sus valores, pero por otra parte tan bañada en el trasfondo de la civilización mediterránea, con su figura del toreo mítica y milenaria  cuyo nombre fue Teseo, y al fin y al cabo tan universal por ser tan tremendamente humana».

François Zumbiehl, socio de la Peña Taurina “Los de José y Juan”  es catedrático de Letras clásicas y doctor en Antropología Cultural. Vicepresidente del Observatoire National des Cultures Taurines ha sido parte fundamental en la aprobación por el Senado francés de la Tauromaquia como Bien Cultural Inmaterial de Francia. Tiene publicados en español los siguientes libros: Mañana toreo en Linares, El discurso de la corrida, La voz del toreo y El torero y su sombra.

Juan Manuel Albendea, ex-presidente de la Comisión de Cultura del Congreso de los Diputados junto a François Zumbiehl.