Toros y Unesco; lecciones de unas «fake news»

Con respecto a la polémica acerca de la UNESCO y su falso rechazo de la candidatura de la Tauromaquia como Patrimonio cultural inmaterial, François Zumbiehl publica este artículo en el diario EL MUNDO del miércoles 2 de diciembre

Cuando cuestiones culturales se resuelven a golpe de ideologías y planteamientos políticos, la realidad se tuerce según los imperativos de la propaganda. Es lo que acaba de pasar con la victoria cantada por los grupos animalistas. Se han congratulado por el hecho de que la solicitud de inscripción por la Unesco de la tauromaquia en la lista del patrimonio cultural inmaterial “necesitando una salvaguarda urgente” no haya pasado la primera barrera administrativa, y no haya sido sometida a examen por el comité intergubernamental competente. No fue por una razón de fondo sino de forma. La propia Unesco lo ha aclarado. Tal solicitud se saltó un poco a la torera las reglas del juego: no se había rellenado el formulario correspondiente con los datos y argumentos exigidos; no se había producido un acuerdo previo con las autoridades de un estado miembro para que respaldaran la candidatura, y la situación de peligro inminente y excepcional de extinción en que se encontraría la fiesta de los toros no se sostenía con toda claridad. Por los desastres de la pandemia todas las actividades culturales están en realidad en peligro, y no se puede esperar que la Unesco lo remedie. Por lo tanto, convenía recorrer la otra vía, más ordinaria: la inscripción en la lista representativa del patrimonio cultural inmaterial de la humanidad.

La tauromaquia cumple con los cinco criterios marcados en el artículo 2 de la Convención de la Unesco para la salvaguarda de dicho patrimonio. Es un hecho objetivo, fácilmente demostrable.

La tauromaquia cumple con los cinco criterios marcados en el artículo 2 de la Convención de la Unesco para la salvaguarda de dicho patrimonio. Es un hecho objetivo, fácilmente demostrable. No reconocerlo es incurrir en un acto de censura ideológica, la misma que prohibió en su tiempo las teorías de Galileo. El lema gritado por los animalistas, aprovechándose de las rimas, forma parte también de las “fake news”, y es un insulto además para todas las víctimas reales y humanas de las torturas a lo largo de la historia. Un “torturador” que asume el riesgo en cada minuto de convertirse en víctima a su vez, y de ser cazado por el “torturado”, eso atropella la razón.

¿Qué lecciones, los que buscamos el reconocimiento de las tradiciones taurinas por la Unesco, podemos sacar de esta situación y de las falsas noticias que ocasiona?

  • Que hay que encaminarse en el asunto, con humildad y método, sin pausa pero sin prisa, recorriendo todos los pasos y logrando todos los consensos necesarios, en particular con las autoridades competentes, a nivel nacional e internacional.
  • Que la candidatura de la fiesta de los toros al reconocimiento por la Unesco tiene más oportunidades de prosperar si se presenta, de forma consensuada, por el conjunto de los ocho países que comparten esa tradición. Yo que tengo el honor de coordinar un grupo de trabajo internacional a tal efecto, en relación estrecha con las plataformas afines, puedo certificar la gran riqueza de esta reflexión compartida. Y todo hay que decirlo: el contexto actual no pone a España en la mejor posición para encabezar esta dinámica.  Aquí, más que en otros países, la fiesta taurina, desgraciadamente, está siendo tomada como rehén por duros enfrentamientos políticos e ideológicos. Buena prueba es que son algunos eurodiputados españoles y la propia dirección general de los derechos de los animales del gobierno de España los que han alimentado las protestas de las asociaciones antitaurinas, si damos fe a las declaraciones de éstas, en la solicitud que acaba de ser descartada.
  • Que, considerando la dimensión antropológica del concepto de patrimonio cultural inmaterial, sería contraproducente desvincular la tauromaquia formal del conjunto de las innumerables y muy diversas fiestas populares en torno al toro (más de 2000 en España, y unas tantas en países como México o Perú). Convendría por lo tanto en una candidatura abarcar un conjunto extenso que podría titularse, como el magnífico libro del historiador Álvarez de miranda, Ritos y juegos del toro. La amplitud de estas fiestas, su vigencia en los pueblos, y la participación entusiasta en ellas de niños, jóvenes y ancianos, son el argumento más convincente para lograr el reconocimiento de las tradiciones taurinas como patrimonio cultural inmaterial por la Unesco.

François Zumbiehl, socio de la Peña Taurina “Los de José y Juan”  es catedrático de Letras clásicas y doctor en Antropología Cultural. Coordinador del comité científico del «Observatorio francés de las culturas taurinas» ha sido parte fundamental en la aprobación por el Senado francés de la Tauromaquia como Bien Cultural Inmaterial de Francia. Tiene publicados en español los siguientes libros: Mañana toreo en Linares, El discurso de la corrida, La voz del toreo y El torero y su sombra.

François Zumbiehl: «La tauromaquia encaja en el concepto de cultura»

El diario «El Comercio de Lima» publica una interesante entrevista a François Zumbiehl, socio de la peña taurina de Los de José y Juan. En ella, Zumbiehl explica por qué la tauromaquia es una manifestación cultural según los principios de Unesco y expone la base filosófica del rito taurino.

–¿Por qué debería considerarse que la tauromaquia es una manifestación cultural y una expresión de la diversidad cultural?

Con el concepto del término cultura nos tenemos que referir a lo que la Unesco considera en dos importantes convenciones, la de 2003 acerca de la promoción y protección del patrimonio cultural inmaterial y la de 2005, de la protección de la diversidad de las culturas; ambas convenciones muy influenciadas por los trabajos del gran antropólogo francés Claude Lévi-Strauss, que considera que una cultura es la relación entre una comunidad humana y un objeto cultural, que podría ser un monumento, un patrimonio inmaterial, con el cual esta comunidad se identifica y que refleja sus valores y sentimientos. Es clarísimo que la tauromaquia refleja los valores con que nosotros, los aficionados de varias comunidades y países, nos identificamos.

Siempre es una relación entre un objeto, material o inmaterial, y los sentimientos de un pueblo o comunidad que se identifica con ellos.

Conocemos el lema de los antitaurinos, que quieren negar esto y dicen “tortura no es cultura”, pero tanto el concepto de cultura como el de tortura no es que sean subjetivos, pero tienen que ser razonados a la luz de los valores y sentimientos de las comunidades donde existe afición a la tauromaquia.

–Se usa el término “tortura” con mucha ligereza, pero valdría la pena explicar por qué no es tortura.

Decir que la tauromaquia es tortura es un insulto. Me sorprende que las organizaciones que defienden los derechos humanos; aquellos que cultivan la memoria de las víctimas que sufrieron tortura a lo largo de la historia, especialmente en el siglo XX, no se sientan insultados con la relación que algunos hacen entre tauromaquia y tortura.

La tortura supone, primero, un humano consciente lo que está sufriendo; maniatado e impedido de moverse. Además, un verdugo que está a sus anchas y puede infligir daño sin correr el menor riesgo.

Es evidente que en la tauromaquia nada de esto se da. El toro no es un ser consciente pero está luchando y superando, al luchar, el posible dolor con las endorfinas; esto lo explican perfectamente los veterinarios, haciendo una analogía con los atletas –en el box o en el rugby, por ejemplo– que superan el dolor gracias a esas hormonas. Al mismo tiempo, el toro representa un enorme riesgo para el torero, que es el artista que se enfrenta con él.

Por lo tanto, la tauromaquia es una relación entre dos seres, pero ninguno está maniatado ni en actitud de pasividad. Por eso, la noción de tortura en las fiestas de toros es totalmente desquiciada.

Francois Zumbiehl, reconocido antropólogo y diplomático francés, razona acerca de la tauromaquia | Foto de Andrew Moore.

–Hay quien sostiene que Unesco no podría reconocer a la tauromaquia como cultura porque hay un sacrificio ritual.

No solo la Unesco; también los tratados europeos. La Unesco, desde la primera década de este siglo, se atiene al concepto de cultura definido por Lévi-Strauss, que es esa relación entre sentimientos y valores de una comunidad que las comparte y que se refleja en las manifestaciones inmateriales.

Hay dos ejemplos muy claros reconocidos por la Unesco como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. Uno es el Sanké Mon, sacrificio ritual de gallos y cabras en Mali, para que los dioses del río permitan una abundante pesca colectiva, en la que se matan miles de peces.

También hay una caza ritual, la cetrería, reconocida por la Unesco, la que fue presentada por países árabes y europeos. En ella, el halcón está al servicio del hombre para matar perdices u otras aves.

–Francia es un fenómeno social notable por el auge de la tauromaquia en las últimas décadas y por el gusto que manifiestan por la pureza de la suerte de varas y por la perfección con el estoque; la cuadra de caballos y las puyas de Alain Bonijol son un ejemplo de ello. ¿A qué lo atribuyes?

Hay consideraciones sociales, antropológicas e históricas. Tienes razón cuando describes la afición francesa. Respecto a Francia, son un grupo minoritario que se reconoce como tal, porque la franja taurina de Francia comprende algunas regiones del sur y del suroeste. Pero esa minoría es muy estructurada y desea manifestar su identidad a través de las fiestas de toros. Fue una larga lucha histórica que se resolvió a mediados del siglo XX.

Por ello, los aficionados franceses que defienden su cultura quieren que la tauromaquia se manifieste en todo su rigor y autenticidad, lo que presupone integridad en todas las fases del ritual y en particular en los tres tercios y especialmente en el primero: la suerte de varas. En Francia se exige el toro íntegro y con toda su capacidad para manifestar toda su bravura en el primer tercio; que no se le castigue en exceso, que se dé todo el espacio para expresar su bravura. Además, que el espectáculo sea completo; que la corrida no se reduzca a las faenas de muleta; que hay espectáculo auténtico en la suerte de varas, en banderillas; luego, por supuesto, después en la muleta y, claro, que la estocada esté bien dada. La afición francesa lo exige así de íntegro y no reducido a la muleta.

–Es lo más acertado, porque la faena empieza con el primer capotazo y termina con la estocada y esa integridad debe estar estructurada y con una arquitectura que satisfaga al aficionado en este rito.

Absolutamente, y en ese sentido, el acierto de Bonijol ha sido adiestrar a sus caballos ligeros, para que sin un peso excesivo se puedan mover y obedecer al picador, que debe ser –ante todo– un buen jinete. Que sus petos tengan poco peso y que el pitón del toro pueda resbalar sobre el peto sin atracarse. Además, que el hierro de la puya no sea excesivo. Lo de la puya es una reforma que está haciendo la Unión de las Ciudades Taurinas de Francia (UVTF) para que en todas sus plazas se utilice esa puya; esa reforma se está estudiando en España, pero eso es otro tema. Lo que se busca es no castigar en exceso al toro para que pueda mantener su acometividad hasta el final de la faena.

–Y para que el caballo no sea una pared inamovible contra la que el toro se rompe aún más que con la puya.

¡Exactamente! Que no sea una muralla, que desmoviliza de alguna manera al toro, al sentir que no podrá con ella, lo que es tremendo, porque la corrida siempre debe ser un equilibrio. El toro tiene el destino de morir en la plaza, pero debe ser un animal respetado. No hay tauromaquia si no hay respeto y admiración por el animal.

–Hay una frase que sé que te gusta, que me parece es de Pepe Alameda, que dice que la tauromaquia es como la vida misma.

Sí; la tauromaquia es como la vida misma porque, al fin y al cabo, es la representación y una realidad, al mismo tiempo. El término representación debe utilizarse con prudencia, porque lo que se desarrolla en el ruedo es al mismo tiempo una realidad. El toro muere de verdad, pero también el torero puede morir o ser herido de verdad; se lo dijo un torero a un actor que lo silbaba desde el tendido: “Aquí, señor, se muere de verdad”.

Pero también es representación; una metáfora del destino de la vida.

La metáfora consiste en que el torero reproduce el viejo mito esencial de la lucha entre Teseo y el Minotauro; entre el espíritu humano, la habilidad del artista, de la inteligencia humana, frente a un ser instintivo y salvaje que representa la amenaza que pende sobre nuestras cabezas de mortales, que es la propia muerte.

El torero, al matar al toro, de alguna manera vence, en el rito, a la muerte. Pero es un triunfo efímero y absolutamente provisional, porque para todos nosotros, la muerte siempre será el final.

Es, por lo tanto, un ritual de cómo la inteligencia con el arte, dialogando con la naturaleza del toro puede producir belleza y al mismo tiempo vencer a las amenazas y a la muerte misma.

Pero en ese ritual hay una identificación con el toro. De alguna manera, nosotros los aficionados, finalmente nos identificamos con el toro bravo. La prueba es que cuando un toro ha sido de verdad bravo; cuando realmente ha asumido el final de su vida con toda su bravura, nosotros lo respetamos y lo admiramos y cuando muere, los aficionados se levantan, lo aplauden y manifiestan ese respeto, porque de alguna manera, ese destino del toro es el nuestro, pues representa nuestro destino ante la muerte.

Esa ambigüedad, esa ambivalencia de lo que pasa en una corrida es de una profunda riqueza que tiene sus raíces en todos los sentimientos y pensamientos del universo mediterráneo, del cual somos herederos y que atravesó el Atlántico para llegar a Hispanoamérica. Todo eso sucede durante una corrida.

–También se produce la esencia de un drama griego, que es cómo contamos las historias y los relatos. En el primer acto, en el primer tercio, ya conoces a los dos oponentes, pero tú no sabes cuál va a ser desenlace y ese desenlace desconocido nos mantendrá atentos para ver qué sucederá y todo ello, dentro de un marco y una escenografía muy artística.

Tienes toda la razón. Hay mucha semejanza entre la corrida y la tragedia griega, que termina mal. La corrida termina con la muerte del toro, pero la tragedia griega termina con la muerte del héroe. Nosotros, somos –como te dije– tanto el matador como el toro que, al final, muere.

Pero además, en la corrida, que tiene una estructura dramáticamente marcada con los tres tercios, que son como los tres actos de una tragedia, todo está marcado por el código ritual pero también es imprevisible. Nadie sabe qué va a pasar. No sabemos si el torero será cogido; si una suerte se podrá realizar o no. Es más; toda la belleza del toreo está ligada al sentimiento de lo efímero; que todo está absolutamente sometido al tiempo y que ese es nuestro destino en la vida; nosotros estamos sometidos al tiempo. Por ello, lo que hace un torero nos emociona tanto más porque sabemos que no lo volveremos a ver; sabemos que es para ese momento y para nuestro huidizo recuerdo. Y en ese intento de contrarrestar el destino artístico, el torero necesita templar.

¿Por qué necesita templar? Indudablemente, por razones técnicas de la lidia, en primer lugar; pero también porque necesita lentificar lo que hace; porque, de alguna manera, está dominando el tiempo, esculpiéndolo. Recuerdo que el gran maestro Antonio Bienvenida le explicaba a un señor que le preguntó por qué se esforzaba tanto por templar, por lentificar lo que le hacía a los toros, lo siguiente: “Porque siento que en cada pase se está muriendo mi faena”. Es decir, sabemos que la belleza que vemos está abocada a morir. El torero no solo matar al toro, al estoquear; mata y remata una faena que nunca más se volverá a producir. Eso también es nuestro destino de mortales.

–Gracias François, por tu tiempo. Ha sido muy interesante lo que has dicho. Dejaremos para otra ocasión el tema del antiespecismo, ese movimiento seudofilosófico, que desde que Singer lo creó ha terminado en este animalismo desbocado que vemos en el siglo XXI.

Será muy importante hablar de eso porque es una amenaza a nuestra civilización grecolatina, es decir, a nuestro humanismo.

Pero por otro lado, la pena es que no has visto aún una corrida en Acho. Salvo aquel sábado de hace muchos años, que te llevé temprano a la plaza y la vimos desocupada.

¡Pues sí, claro que me acuerdo! Y tú me enseñaste el museo taurino y había allí un traje de luces de Belmonte.

–Sí, y hay uno de Joselito y otro de un torero al que admiras mucho: de Manolete.

Al que admiro mucho y acerca del cual –como sabes– he escrito.

Espero que haya otra oportunidad y que pueda ver una corrida en Acho.  En cuanto termine la pandemia tendré que programar un viaje a Lima.

François Zumbiehl, socio de la Peña Taurina “Los de José y Juan”  es catedrático de Letras clásicas y doctor en Antropología Cultural. Vicepresidente del Observatoire National des Cultures Taurines ha sido parte fundamental en la aprobación por el Senado francés de la Tauromaquia como Bien Cultural Inmaterial de Francia. Tiene publicados en español los siguientes libros: Mañana toreo en Linares, El discurso de la corrida, La voz del toreo y El torero y su sombra.

Los toros, vulnerables e insostenibles, ante un futuro lleno de interrogantes

El pasado 5 de julio el crítico taurino del diario EL PAÍS, Antonio Lorca, publicó en su blog “El toro, por los cuernos” una recopilación de las reflexiones de cinco significativos aficionados, acerca del a situación actual de la tauromaquia y su próximo futuro.

Uno de esos aficionados era el socio de la Peña Taurina “Los de José y Juan”, François Zumbiehl.

Publicamos, a continuación, el extracto de sus reflexiones, junto al artículo completo que se publicó en la edición digital del diario.

La crisis del coronavirus ha puesto de manifiesto los males de los que sufre la fiesta de los toros, pero permite también vislumbrar las vías de su salvación.

Los males: es un espectáculo casi insostenible en su economía actual, encorsetado en su organización y en su desarrollo, con pocas posibilidades de hacer surgir nuevos talentos. Es además desfasado con respecto al sentir de buena parte de la sociedad, ignorado cuando no criticado por la gran mayoría de los medios de comunicación, y desgraciadamente un blanco cómodo para las controversias y los estereotipos de las luchas políticas.

El remedio económico parece fácil de enunciar si no de aplicar: adecuarse urgentemente en este campo a las realidades de la sociedad afectada por la crisis, reduciendo en lo posible los gastos administrativos y profesionales, protegiendo sin embargo tres prioridades demasiado sacrificadas hasta el momento: la ganadería brava, materia prima de la fiesta, las novilladas, garantes de su futuro, y las corridas de los pueblos, base de la afición y de la convivencia festiva.

Para el resto sólo cabe cumplir con las dos exigencias estipuladas por la convención de la UNESCO para asegurar la supervivencia de un patrimonio cultural inmaterial: la transmisión y la evolución. La transmisión se dirige a los jóvenes y a la opinión pública; hay que explicar con una campaña de comunicación a gran escala, y por supuesto con actividades educativas, el significado antropológico de la tauromaquia, sus valores culturales, la riqueza ecológica y el bienestar que supone para los animales bravos las condiciones de su cría en la dehesa.

En cuanto a la evolución hay que pensar en agilizar el espectáculo, eliminando tiempos muertos, convertirlo en algo menos previsible, recuperar el equilibrio entre los tres tercios, revisando por completo la suerte de varas, y también el equilibrio entre el arte y la lidia. Sin renunciar a lo fundamental, la muerte del toro en la plaza jugándose la vida el matador, conviene reducir, reformando los útiles, la sangre innecesaria y la prolongación de la agonía del animal después de la estocada.

A raíz de la crisis el pueblo aficionado ha despertado de su pasividad o de su “sueño dogmático”. Ojalá siga en su vigilia para exigir ser consultado sobre el futuro de la fiesta, sobre la organización de los festejos, y ojalá su voz se haga escuchar claramente por parte de los políticos para que respeten su libertad cultural y no le impongan ninguna censura, incluso amparándose en una supuesta ley de mayoría.

François Zumbiehl. Socio de la peña taurina «Los de José y Juan».

A continuación, reproducimos el artículo escrito por Antonio Lorca.

La fiesta de los toros atraviesa una crisis sin precedentes derivada de tres factores: la pandemia, sus males internos y los continuos ataques de las corrientes animalistas. Pero el futuro deja entrever un hilo de esperanza basado en una vuelta a la emoción, la reducción de costes y un plan de comunicación dirigido, fundamentalmente, a captar a los más jóvenes.

Esta podría ser una conclusión a vuelapluma de las reflexiones urgentes de cinco reconocidos aficionados -una mujer y cuatro hombres, dos de ellos ‘militantes’ franceses- que se han sentado en torno a una mesa virtual para hablar sobre el presente y el porvenir de la tauromaquia del siglo XXI a raíz de los estragos producidos por el covid-19.

Fátima Halcón, presidenta de la Fundación de Estudios Taurinos y profesora titular de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla, es la única que cita la palabra ‘pesimismo’ al hablar de la fiesta.

François Zumbiehl, catedrático de Lenguas Clásicas y doctor en Antropología Cultural, inicia categórico la conversación: “Es un espectáculo casi insostenible en su economía actual”.

Francis Wolf, catedrático emérito de Filosofía, afirma que la parálisis actual es “una catástrofe económica para la cría del toro bravo y el futuro de los jóvenes toreros”.

El pesimismo y la esperanza coexisten junto a una inevitable reconversión

Jesús Hijosa, alcalde de Villaseca de la Sagra, constata que se trata de “una crisis mundial que afecta a todos los sectores económicos”.

Y José Luis García-Palacios, presidente de la Caja Rural de Sur, asegura que la realidad “es compleja, muy compleja”, pero se atreve a hablar de optimismo.

A los cinco se les pidió un diagnóstico sobre el presente y un avance imaginativo sobre el futuro. Este es el resumen de sus análisis.

El representante de la entidad financiera andaluza, una de las pocas empresas que apuesta abiertamente por la fiesta, califica como ‘curiosa y peculiar” la gestión institucional del sector taurino. “Jamás he encontrado rastros de cohesión y consenso entre los integrantes de este mundo tan extraordinario”, afirma. “A los toreros, elementos tan virales como investidos de un carácter mítico algo anacrónico, les ha faltado empatía con quien los mantiene: la afición”. Y prosigue: “En mi modesta opinión, las organizaciones ganaderas han sido más un club o gestora administrativa que entes reivindicativos, y siempre primó más lo superficial/estético que lo eficiente o profesional. Y la afición, nunca se ordenó debidamente”. En resumen, “no es exagerado decir que la situación actual es exclusivamente responsabilidad de quienes componemos el sector, nada más”.

Por su parte, François Zumbiehl, uno de los más finos analistas taurinos de la actualidad, considera que el sector “está encorsetado en su organización y en su desarrollo, con pocas posibilidades para que surjan nuevos talentos. Está, además, desfasado con respecto al sentir de buena parte de la sociedad, ignorado, cuando no criticado, por la gran mayoría de los medios de comunicación, y, desgraciadamente, un blanco cómodo para las controversias y los estereotipos de las luchas políticas”.

Su compatriota Francis Wolf, un muy reconocido intelectual francés, comprometido con la fiesta de los toros, comenta que “este desastre se produjo en la cima de dos crisis: la primera, sistémica, como es la inevitable propagación de la ideología animalista; y otra, la creciente politización de la fiesta en España, que coloca a la afición a un lado único del tablero político, lo que contribuye a mantenerla alejada de la parte más progresista de la juventud urbana”. A pesar de ello, prosigue, “no hay crisis artística del toreo; celebré el año pasado mis cincuenta años como aficionado y viví la temporada más brillante e interesante de mi vida”.

Uno de los impulsores más activos de la tauromaquia actual, Jesús Hijosa, alcalde de Villaseca de la Sagra, lo tiene muy claro: “El problema”, dice, “es que la debilidad de tantos años de abandono y la falta de financiación externa del espectáculo han hecho que las consecuencias en el sector sean más graves. El covid-19 ha puesto sobre la mesa la endeblez de un mundo en el que se ha trabajado poco”.

Fátima Halcón, entusiasta aficionada y cabeza visible de la Fundación de Estudios Taurinos, una de las instituciones culturales más sobresalientes, no puede evitar un rictus de desánimo.

“Soy pesimista respecto a la situación actual de la fiesta de toros”, afirma sin tapujos. “La sociedad contemporánea rechaza cualquier tipo de manifestación cruenta con animales, y no está preparada para entender el sacrificio de un toro en la plaza. Por desgracia, esa idea ha calado entre la clase política, que ve con recelo ese tipo de fiesta y se niega a concederle ayudas. La consecuencia directa es la eliminación de corridas en fiestas populares, la ausencia informativa en los medios de comunicación y la manifestación pública de ese rechazo”.

Puestas las cartas del presente sobre la mesa, se abre el debate sobre lo que se vislumbra en el horizonte. Fátima Halcón lo adjetiva como “complicado”, y lo explica así: “La juventud está siendo educada en el rechazo a la fiesta. En consecuencia, los aficionados deberíamos hacer campaña en favor de la fiesta sin ningún tipo de complejo. A los políticos de cualquier signo hay que explicarles la importancia, arraigo y tradición de la fiesta dentro de la cultura mediterránea. Sería interesante que empresarios, ganaderos y toreros ajustaran los precios para que la juventud pudiese asistir a las corridas, y, por supuesto, que la fiesta de toros tuviese presencia en los medios de comunicación (sobre todo, en la televisión)”.

Francis Wolf está convencido de que “hay que cambiar la imagen del toro y del aficionado”. “Hay que colocar la emoción en primer plano”, añade, “en

la presentación de los toros y en la vigencia de los tres tercios: una emoción hecha de admiración, de miedo y de respeto frente a la naturaleza salvaje”. Cree, asimismo, que el aficionado “debe asumir una imagen moderna, urbana, progresista y, sobre todo, ecologista. Nada se opone más a la ideología animalista que la ideología ecologista”.

Jesús Hijosa apuesta por “reestructurar la fiesta por completo y adecuarla a los tiempos actuales”. Aclara que no se refiere a celebrar festejos sin muerte o eliminar el tercio de varas. “Hablo de suspender un sistema de cotizaciones y financiación que son más propios de otro tiempo y comenzar de cero, adecuando los costes a la realidad de la taquilla”. “Solo así se podrá bajar el precio de las entradas e invertir en la proyección internacional del toreo”.

Coincide con esta opinión François Zumbiehl, y aporta dos nuevos conceptos: transmisión y evolución, “que son las dos exigencias estipuladas por la convención de la UNESCO para asegurar la supervivencia de un patrimonio cultural inmaterial”. “La primera -una gran campaña de comunicación- estaría dirigida a los jóvenes y a la opinión pública para explicar los valores de la tauromaquia, su riqueza ecológica y el bienestar que supone para los animales bravos las condiciones de su cría en la dehesa”. “La evolución”, concluye, “consistiría en agilizar el espectáculo, eliminar los tiempos muertos, y convertirlo en algo menos previsible”.

“Me esfuerzo cada día en un ejercicio de optimismo”, afirma José Luis García-Palacios. A su juicio, el futuro hay que trabajarlo, “y estimo que se está haciendo con alta nota”, añade.

“Jamás en la historia de la tauromaquia hemos contado con una Fundación (del Toro de Lidia) con razones científicas y medioambientales irrefutables; nunca hemos podido constatar como ahora la importancia social y económica del sector. Sin embargo, no parece que los aficionados estemos dispuestos a fijar nuestras posiciones con el sector; incluso aquellos que podrían ser “influencers” se tientan la ropa ante el violentísimo acoso de los populistas y extremistas animalistas antitaurinos”. “Son tiempos de valientes, de unión y resistencia, en los que el respeto, el valor y la inteligencia son nuestros mejores argumentos”, termina.

La plenitud de la forma toreando al vacío

El escultor Venancio Blanco.

Inspirado por la tauromaquia, como lo ha sido por su fe en Cristo, Venancio Blanco convierte su mirada en una pura meditación sobre los trazos esenciales de las formas movidas por este juego de vida y muerte. 

Descubriendo hace unos cuantos años en Sevilla la escultura de Belmonte, erguido en la plaza del Altozano, mi emoción me orientó para vislumbrar uno de los secretos del arte de Venancio Blanco: juega con el vacío, dentro del cual corre el aire, para acrecentar la densidad del bronce. Así, el toreo plasma en la arena sus dibujos perecederos, y así esculpe Venancio incorporando en su obra la ausencia de materia para vencer la fugacidad de la belleza.

En cada una de sus esculturas de tema taurino no falta ni la línea para subrayar la trayectoria de un gesto, la dinámica contradictoria del toreo, denso y airoso a la vez, o la potente embestida de un toro apunto de derribar al caballo (la suerte de varas es una de las figuras favoritas del artista), pero no hay necesidad de que las formas estén totalmente rellenadas o acabadas para que alcancen su plenitud.

Como en el toreo, sus creaciones son un combate contra la pesadez. De ahí, muchas de sus obras estos amplios intersticios, estos esbozos enérgicos y hasta rabiosos para expresar cómo se alarga un paseo o cómo se cierra de golpe un remate en el espacio, dejando al espectador maravillado y en suspenso.

En clave cristiana

Para Venancio Blanco, criado en su infancia a la sombra de las encinas y teniendo ante sus ojos las siluetas de las reses de Pérez Tabernero, la tauromaquia no es solo una de sus fuentes predilectas de inspiración. Es una metáfora de la vida que se puede leer al mismo tiempo en clave cristiana. Todos los que hemos tenido la gran suerte de gozar de su amistad y de recoger sus palabras lo sabemos por lo que nos ha enseñado.

El sacrificio del toro en la plaza nos conmueve y nos infunde respeto aún más si vemos en él una imagen del sacrificio de Cristo. La bravura con la que muere recuerda la belleza y la generosidad de la muerte del redentor, y así lo plasma Venancio en un dibujo y en una escultura, con un ramo de banderillas sobre su lomo, hervidas como cruces y bañadas de luz, por las cuales sube al cielo su alma victoriosamente. Por el contrario, un animal que mansea y escarba es como un Judas escurriéndose con alevosía de la Cena. Llega hasta la paradoja aparente de considerar que el toro indultado tiene que ser una imagen triste pues no se le ha permitido cumplir con su destino y ahora solo le espera una muerte ordinaria.

Inspirado por la tauromaquia, como lo ha sido por su fe en Cristo, Venancio Blanco convierte su mirada en una pura meditación sobre los trazos esenciales de las formas movidas por este juego de vida y muerte, entrelazadas hasta el final de ese mundo.

Torero con capote (1966) de Venancio Blanco.

Artículo escrito por François Zumbiehl para la Agenda Taurina 2020. Zumbiehl es socio de la Peña Taurina “Los de José y Juan”, catedrático de Letras clásicas y doctor en Antropología Cultural. Vicepresidente del Observatoire National des Cultures Taurines ha sido parte fundamental en la aprobación por el Senado francés de la Tauromaquia como Bien Cultural Inmaterial de Francia. Tiene publicados en español los siguientes libros: Mañana toreo en Linares, El discurso de la corrida, La voz del toreo y El torero y su sombra.

UNA FIESTA HUMANA, DEMASIADO HUMANA

Foto: Andrew Moore

Por François Zumbiehl.

Así puede ser calificada la fiesta de los toros cuando son los aficionados los que hablan, y no por ellos los antitaurinos que caricaturizan sus sentimientos achacándoles toda clase de perversidades. También lo hicieron los colonizadores con los pueblos a los que llamaron salvajes, antes de que algunos espíritus selectos propusieran una visión más respetuosa y abierta de estas culturas ignoradas.

Sí, la tauromaquia es tremendamente humana porque es ante todo el espectáculo de la fragilidad. Para que una tarde de toros cumpla con todas sus promesas es preciso que ese día no moleste el aire, que los toros estén en condiciones y tengan embestidas acordes con las posibilidades técnicas y estéticas del matador, y que éste quiera por de pronto alzarse más allá de las obligaciones de su profesión para sentir y expresar su misterio, como muy bien lo dijo Rafael El Gallo.

Por ello los aficionados se asemejan a unos devotos, manteniendo la esperanza incansable del milagro a costa de muchas decepciones. Es innegable que la corrida tiene su parte de crueldad, en el sentido etimológico de la palabra, pero todo el espectáculo tiende a hacerla olvidar: olvidado el miedo, olvidadas la sangre y la violencia cuando la embestida de un toro bravo, subyugada por el engaño, se alarga y se funde con el torero en una armonía inverosímil, como si el hombre por la magia del temple tuviera la capacidad de hipnotizar al toro y de parar el tiempo. Es un espejismo desde luego, pues aquí todo es efímero empezando por la obra dibujada en el ruedo, que muere en el mismo instante en que ha sido vislumbrada, y de manera definitiva con el toro que se ha prestado a ella.

El toreo es el arte de las formas que vuelan, que se saben nacidas en un mundo perecedero, y que quieren compensar su carácter fugaz con la búsqueda insaciable de la belleza en el laberinto del movimiento. Por ello el temple es su mayor virtud, pues es el intento, lentificando las suertes, por aplazar el fin ineludible del poema que el hombre está improvisando durante unos pocos minutos con su toro, compenetrado con él. Razón por la cual intelectuales de la talla de Valle-Inclán y Pérez de Ayala, homenajeando al joven Belmonte, se atrevieron a afirmar que el toreo, por esta fugacidad misma, es más conmovedor que las demás artes. Por su parte José Alameda, un exiliado de la Guerra Civil, consideró que esta fiesta es «humana, demasiado humana», pues condensa todas las vicisitudes de la vida y de la muerte con las que el hombre se siente enfrentado a lo largo de toda su existencia.

Pero por otra parte la tauromaquia es animalista, pues se basa en la mayor cercanía y complicidad posibles con el animal. Innumerables horas de conversación con toreros, ganaderos y aficionados me lo han confirmado. Torear es ante todo acoplarse con el toro, incluso -como me lo dijo el torero y escritor Juan Posada– hacerse a la vez hombre y toro, Minotauro de alguna manera, permitiendo a su oponente, después de haberlas percibido, expresar todas las potencialidades de su bravura que sin el toreo hubieran quedado inéditas. En este sentido la fiesta de los toros, que cumple con los cinco criterios marcados por la convención de la Unesco para identificar un patrimonio cultural inmaterial, cumple particularmente con el que se refiere al «conocimiento de la naturaleza y del universo».

Foto: Andrew Moore

Hablando de la Unesco conviene volver al concepto de cultura tal como lo define el texto de esta convención de marcado carácter antropológico: es el conjunto de las prácticas, tradiciones y sentimientos que reflejan las vivencias de una comunidad y con los que ésta se identifica. Cada una de estas culturas, mientras esté conforme con los principios de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y mientras esté compartida y transmitida a las nuevas generaciones (éste es el auténtico significado de la palabra tradición), debe ser respetada en su diversidad, incluso si dentro de una región queda como minoritaria. Aquí no valen cazas de brujas, inquisiciones ideológicas o políticas. Su libertad -en este caso la de los aficionados- debe ser preservada contra cualquier imposición o prohibición externa, incluso si éstas se basan en el resultado del voto de una supuesta mayoría. Esto equivaldría a instrumentalizar un proceso aparentemente democrático para restablecer la censura, curioso retroceso a otros tiempos en los que se quería imponer para todos la dictadura de lo «moralmente y políticamente correcto». El hecho de ser minoritaria no descalifica una cultura. Eso lo dice la Unesco a través de sus convenciones de los años 2003 y 2005.

Y dos cosas más frente a acusaciones convertidas en repetidos eslóganes y estereotipos: hablar de tortura a propósito de un animal indómito, cuya lucha hasta la muerte es un peligro permanente para el torero, es un insulto para las víctimas verdaderas de este acto repugnante.

Por otra parte el bienestar animal es un concepto muy relativo; relativo a la forma de ser y de comportarse de cada animal, de compañía, salvaje o del campo, pues el animal en sí sólo existe en la mente de algunos animalistas radicales, tal vez impactados por los personajes de Disney y muy alejados de las realidades del mundo rural. El toro de lidia, criado durante al menos cuatro años en libertad y en espacios extensivos, naturales y protegidos mientras otros bovinos van al matadero a los pocos meses, goza sin lugar a dudas de un bienestar privilegiado hasta los veinte últimos minutos de su vida. Y ¿qué decir de los sementales y de las vacas bravas, criados con el mismo cuidado y respeto manifestados a esta raza excepcional que desaparecería en el mismo momento en que se prohibiera la tauromaquia, del mismo modo que desaparecería todo el entorno ecológico ligado a su crianza? ¿No sería acaso más urgente velar por el bienestar de algunos animales mascotas, condenados a vivir en unos espacios reducidos y a todas luces inadaptados para ellos, y a veces abandonados por sus dueños cuando llegan las vacaciones? ¡Dios nos libre de la ecología urbana o de salón!

François Zumbiehl, socio de la Peña Taurina “Los de José y Juan”  es catedrático de Letras clásicas y doctor en Antropología Cultural. Vicepresidente del Observatoire National des Cultures Taurines ha sido parte fundamental en la aprobación por el Senado francés de la Tauromaquia como Bien Cultural Inmaterial de Francia. Tiene publicados en español los siguientes libros: Mañana toreo en Linares, El discurso de la corrida, La voz del toreo y El torero y su sombra.

François Zumbiehl recibe el premio de la Asociación Taurina Parlamentaria.

Foto de familia de todos los premiados.

El Senado acogió la mañana del pasado jueves 11 de abril el acto de entrega de los XII Premios Taurinos otorgados por laAsociación Taurina Parlamentaria (ATP).

El acto, celebrado en el Salón de Pasos Perdidos de la Cámara Alta, reconoce a aquellas trayectorias destacadas en todos los ámbitos relacionados con la Tauromaquia y su defensa, y fue presidido por el Presidente del Senado, Pío García Escudero, socio también de esta histórica peña.

En esta edición, la ATP ha reconocido el trabajo de François Zumbiehl por su apoyo intelectual a la fiesta, un galardón que ha recibido de la mano de Juan Manuel Albendea, ex-presidente de la Comisión de Cultura del Congreso de los Diputados que aprobó la Ley de Defensa de la Tauromaquia y, también, socio de Los de José y Juan.

A continuación, os dejamos sus palabras de agradecimiento al recoger el premio y, una vez más, nuestra más sincera y cariñosa enhorabuena.

«Quisiera intentar una faena como Dios manda para agradecer este premio al jurado de la Asociación Taurina Parlamentaria,  expresar todo lo que significa para mí, pero la brevedad obligada sólo me permite una faena de aliño.

A la Fiesta de los toros debo gran parte de lo que soy. Desde mi niñez. Desde esta primera corrida en Bayona, llevado de la mano de mi madre venezolana, una corrida más deslumbrante que los cuentos de hadas, en la que se desató mi emoción viendo a unos héroes vestidos de luces triunfar de una fiera amenazante, y que parecían sin embargo hipnotizar e incluso entenderse con ella. Más tarde aprendí a saborear la belleza de este arte, una belleza que procura retrasar su ineludible muerte en la arena con todos los recursos del temple, que es la mejor manera de burlar el tiempo que acaba con todo, toreándolo. Debo confesar también que mi afición fue bautizada en el culto a Manolete del que tanto me hablaron, con su figura propia de un Greco, la solemnidad de su quietud inquebrantable y las últimas gotas de su sangre derramadas en las sábanas del hospital de Linares.

Hablar, por cierto,  es transmitir el amorpor la Fiesta. Cada uno de nosotros lleva el tesoro íntimo de su afición, que son sus recuerdos. Pero necesitamos sacarlos a la luz de las conversaciones y compartirlos para asegurarnos  de que lo que hemos vivido en la plaza fue una realidad y no simplemente un sueño. Nunca agradeceré lo suficiente este tesoro de conversaciones que me regalaron muchos maestros – entre otros el gran Pepe Luis, Andrés Vázquez premiado hoy también– y tantos amigos aquí presentes y ausentes. Ángel Luis Bienvenida me lo dijo una vez : la torería son las conversaciones, y a nosotros que no tenemos la capacidad de actuar y sólo de comentar, nos dejan la ilusión de sentirnos toreros.

Todas estas palabras inspiradas por los toros, que me dediqué a escuchar y a recoger en mis libros, constituyen uno de los cinco pilares que cualifican la tauromaquia como un patrimonio cultural inmaterial según la convención de la UNESCO sobre este concepto.  Lo deberían reconocer todas las autoridades políticas de los ocho países taurinos. Gracias a Dios ya  está reconocido este patrimonio en España por la ley de 2013 para la cual el que acaba de entregarme el premio, Juan Manuel Albendea, tuvo un papel determinante como presidente de la comisión de cultura en el Congreso de los diputados. Lo ha sido también en Francia por el trabajo que hemos llevado a cabo en el Observatorio Nacional de las Culturas Taurinas.  A este respecto quiero terminar con esta escena: hace dos años en la plaza de Arles, anfiteatro romano, unos antitaurinos holandeses se lanzaron al ruedo, a la muerte del toro por supuesto, para manifestar su hostilidad. Pronto todo el público se levantó para entonar la Marsellesa, significando con su acento francés que la Fiesta de los toros es del pueblo, que no pertenece a ningún partido o ideología, y que la libertad de cultivarla debe ser garantizada para todo el que se identifica con ella. Yo que soy de raíces o encastes muy diversos no pararé de sentirme fascinado por una Fiesta tan española, tan reveladora de su cultura y de sus valores, pero por otra parte tan bañada en el trasfondo de la civilización mediterránea, con su figura del toreo mítica y milenaria  cuyo nombre fue Teseo, y al fin y al cabo tan universal por ser tan tremendamente humana».

François Zumbiehl, socio de la Peña Taurina “Los de José y Juan”  es catedrático de Letras clásicas y doctor en Antropología Cultural. Vicepresidente del Observatoire National des Cultures Taurines ha sido parte fundamental en la aprobación por el Senado francés de la Tauromaquia como Bien Cultural Inmaterial de Francia. Tiene publicados en español los siguientes libros: Mañana toreo en Linares, El discurso de la corrida, La voz del toreo y El torero y su sombra.

Juan Manuel Albendea, ex-presidente de la Comisión de Cultura del Congreso de los Diputados junto a François Zumbiehl.

DIEGO URDIALES PREMIO ADOLFO BOLLAÍN AL ACONTECIMIENTO TAURINO MÁS RELEVANTE DEL AÑO 2018

La Peña Taurina “Los de José y Juan” otorgó el premio Adolfo Bollaín, al acontecimiento taurino más relevante del año 2018, a Diego Urdiales por su faena al toro Hurón-120 de Fuente Ymbro, el pasado 7 de octubre de 2018 en Las Ventas. El premio, votado con unanimidad, reconoce la conjunción de una faena clásica a un toro bravo, de gran pureza y belleza formal, en la que el riesgo nunca estuvo ausente, y que se sitúa entre las tres o cuatro más importantes de este siglo XXI en Las Ventas.

Diego Urdiales con Hurón-120. Foto de Andrew Moore

La circunstancia de ser la 5ª corrida de la temporada para Diego Urdiales, fuera de los circuitos de poder del mundo de los toros, hacen más relevante esta faena de quien también había toreado con pureza a un toro de Alcurrucén en Bilbao y con exposición a uno de Garcigrande en Logroño, en lo que formó una pequeña e ilusionante temporada. La escultura metálica de Pablo Lozano, que representa el premio, se le entregará al matador de toros en un acto este invierno en Madrid.

Diego Urdiales en la faena de muleta. Foto: Andrew Moore

Además de la votación de este premio en la Asamblea General del 19 de noviembre, se realizó un resumen de las actividades de la Peña Taurina durante este año 2018 en el que enumeraron los distintos actos realizados, las nuevas iniciativas, la ordenación de los fondos del archivo y biblioteca y el nuevo blog a través del que la Peña Taurina Los de José y Juan aporta las opiniones y experiencias de sus cualificados miembros en las redes sociales.

Se comentaron las líneas principales del LXII Ciclo de conferencias que se realizarán los cuatro sábados de febrero en el Aula Antonio Bienvenida de Las Ventas en los que se contará con la participación de toreros, ganaderos, periodistas e intelectuales y en la que se realizará una sesión de debate que contará con la aportación de François Zumbiehl, Andrés Amorós y el presidente de la Peña Andrés de Miguel, en la que se abordará “La tauromaquia en su encrucijada del siglo XXI” con propuestas concretas de soluciones y de las maneras de dar voz a los aficionados, en esta situación que la tauromaquia se enfrenta a amenazas externas y retos internos.

Se eligió a José Mª Moreno Bermejo como nuevo socio para cubrir una vacante que completa la cantidad de 50.

Los socios de la Peña Taurina Los de José y Juan tras la Asamblea General

Escuchando a los maestros.

Bajo el lema «Culturas del toro» se abría el pasado 27 de septiembre, con la plaza de Las Ventas al fondo, un espacio público de reflexión donde pensar en común la emoción del toreo. En un tiempo en que el arte de torear es incomprendido, cuando no vilipendiado, no basta con repetir que la tauromaquia es cultura. Preciso es saber en qué sentido lo es, qué paradigma concreto de vida late en ella, por qué, citando el bello título de Víctor Gómez Pin, constituye «la escuela más sobria de vida». Desde perspectivas filosóficas, antropológicas y artísticas diversas, como también desde la experiencia de matadores y aficionados, estos encuentros quieren seguir dando forma, vigencia y vitalidad al universo simbólico que soporta al toro de lidia.

La conferencia inaugural corrió a cargo de François Zumbiehl, quien ha tenido la gentileza de resumir por escrito su intervención.

Alejandro del Río Herrmann

Escuchando a los maestros.

Por François Zumbiehl

Si tuve tal ansia de acercarme a la palabras de los toreros es porque desde mi primera corrida en la infancia me impactó su silencio. Ellos, en el ruedo, callaban por obligación mientras en los tendidos prosperaban un sinfín de comentarios, recomendaciones y a veces reprobaciones. También me parecía una cortina de humo muchas declaraciones suyas, estereotipadas y complacientes para los lectores, en las revistas especializadas. Quise entonces pasar con ellos al otro lado de esa cortina y recoger sobre su práctica y su sentimiento del toreo una palabra más auténtica y liberada del peso de las circunstancias. ¿qué verdad o verdades me parece haber podido recoger[1] de ellos cuando logré colocarles a una distancia suficiente con respecto a la presión de su recorrido por el planeta de los toros durante la temporada?

En primer lugar que están obsesionados por el trabajo de memoria. “Los toros son el recuerdo” declaró un día, y con razón, el maestro Antoñete. El problema es que ese recuerdo para ellos – como para muchos de nosotros, simples aficionados – es incapaz de restituir el conjunto de su más sublime faena, sino tan sólo detalles o momentos aislados que se alzan en el primer plano de su conciencia. Muchos viven esos estragos del tiempo como una frustración, y algunos con una resignación sonriente. Tal es caso de Pepe Luis Vázquez, quien evocando su obra maestra en Valladolid con el toro de Villagodio, en 1951, me confesó al final : “Sí, quizá sea esa faena que más me ha llenado, por ese motivo, porque no me acuerdo. Sería porque estaba fuera de lugar.”

Pepe Luis Vázquez, en un lance a pies juntos. Foto ABC.

La segunda revelación es que mientras están en activo se sienten sometidos a un inacabable camino de perfección. Estos “héroes” de los que la afición celebra con justicia los triunfos entienden que nunca han llegado ni llegarán a la cúspide de lo que querían expresar en el ruedo. “Mi mejor faena está por realizar, la guardo todavía en mis entrañas” aseguran muchos de ellos, y esta vez la frase no es sólo un estereotipo. Está dictada por la humildad y la permanente insatisfacción – salvo cuando se sienten sobrevolados por la gracia o poseídos por el duende – que supone la creación en el acto, en la arena, con muchos tanteos y casi con imposibilidad de enmienda, de una obra avocada a morir a poco de haber nacido. De ahí su envidia confesada con los pintores y escultores que pueden crear cuando les viene en gana, que tienen la posibilidad de enmendar su obra hasta el final, y que la dejan al alcance de los tiempos futuros. Por eso para la mayoría de ellos el temple, entendido como la capacidad de apaciguar la violenta embestida del toro y de conjurar aunque sea durante unos segundos el inapelable desvanecimiento de la belleza suscitada, es el núcleo del arte de torear. Pero ¡ojo!, sobre la técnica del temple como sobre la ortodoxia de otros conceptos tan fundamentales como el hecho de cruzarse o de cargar la suerte, sus opiniones e interpretaciones son muy variadas. Se expresan con la misma libertad con que otros artistas – los de los pinceles o buriles -, explican su particular manera de tratar los colores o las formas. Escuchándoles más de una vez me he convencido de que nosotros los aficionados deberíamos ser más cautos y resistir a la tentación de dogmatizar sobre tales conceptos.

Joselito y Juan Belmonte. Colección Los de José y Juan

La última verdad que creo haber captado es el excepcional valor de sus palabras. Son el fiel reflejo de su estilo, de su manera de seguir siendo toreros cuando se encuentran provisionalmente o definitivamente alejados de los ruedos. Reflejan su incesante búsqueda – o su añoranza de ella cuando están retirados – para “gustarse”, o sea sentir la emoción de emocionarse con el toro y de emocional al público, de ser el motor de esta onda de felicidad que se extiende por toda la plaza en algunos momentos privilegiados. Este discurso no me ha parecido ser menos intenso o deformado con respecto a la realidad de lo que han dibujado en el ruedo. Es un auténtico corpus artístico, tan valioso y significativo como el que han evidenciado cuando estaban en activo, y que sobrevive cuando el otro se ha apagado. Es su manera de triunfar– esta vez de forma más certera – del tiempo y de la muerte.

[1] En los libros El torero y su sombra, La Voz del ToreoEl Discurso de la Corrida.

François Zumbiehl (París, 1944), es catedrático de Lenguas Clásicas, doctor en Antropología Cultural y militante taurino. Socio de la Peña Taurina Los de José y Juan.

Alejandro del Río Herrmann, filósofo, es doctor por la Universidad de Valencia. Trabaja como editor en Editorial Trotta y es profesor de la Escuela de Filosofía de Madrid.

 

Tres socios de «Los de José y Juan» participarán en el II Congreso Internacional La Tauromaquia del Siglo XXI.

François Zumbiehl, Andrés Amorós y Gonzalo Santonja, socios de la peña taurina «Los de José y Juan» participarán en el II Congreso Internacional «La Tauromaquia del siglo XXI» que se celebrará en Murcia del 18 al 21 de octubre.

Pincha aquí para leer el programa.

 

El País entrevista a Francois Zumbiehl, socio de «Los de José y Juan».

A continuación, os dejamos con la entrevista que le hace Antonio Lorca, crítico taurino y colaborador de El País, a Francois Zumbiehl, socio de «Los de José y Juan», y en la que ambos reflexionan acerca del presente, pasado y, sobre todo, futuro de la fiesta.

François Zumbiehl, intelectual y militante taurino, apuesta por la autenticidad de la fiesta

François Zumbiehl (París, 1944), catedrático de Lenguas Clásicas, doctor en Antropología Cultural y militante taurino está convencido de que la fiesta de los toros perdurará “mientras la comunidad de aficionados valore lo que tiene entre las manos, exprese sin miedo su voz y defienda el respeto a la diversidad cultural en el caso de que se convierta en una minoría; mientras haya una afición que reivindique su libertad, —insiste—, la fiesta seguirá viva”.

Zumbiehl es un reconocido intelectual francés que ha dedicado su vida profesional a la diplomacia (ejerció como consejero cultural de la embajada de Francia en España durante los años 1975-82, trabajó en esa misma labor en las cancillerías de Hungría, Canadá, Venezuela y Noruega, y fue director adjunto de la Casa Velázquez, institución cultural francesa dedicada al estudio del hispanismo), es aficionado a los toros desde pequeño, autor de varios libros taurinos —uno de ellos dedicado a la figura de Manolete—, y una de las voces más autorizadas en defensa de la tauromaquia como patrimonio cultural inmaterial.

De hecho, en 2011 coordinó en su país un comité científico que elaboró un argumentario que sirvió de base para que el Ministerio de Cultura de Francia aceptara incluir la fiesta de los toros en el inventario nacional del patrimonio cultural inmaterial de ese país.

“Ese fue el resultado de un serio y documentado trabajo que provocó tal revuelo entre los antitaurinos que el Ministerio decidió no publicar la ficha en la web del departamento”, explica Zumbiehl, “lo que no significa que los toros hayan sido desposeídos del merecido reconocimiento”.

Hijo de madre venezolana y padre francés, François Zumbiehl conoció muy pronto la fiesta por casuales razones familiares, y recuerda que la primera corrida que presenció fue en 1956 en Bayona, en la que Antoñete, Julio Aparicio y Litri lidiaron reses de Urquijo.

“Fue un festejo tan emocionante —añora— que se me clavó en el corazón”.

Ha visto muchas corridas desde entonces, ha leído mucho, ha escrito sobre toros, y se le reconoce hoy como un respetado taurino, convencido de la esencia antropológica y cultural de la tauromaquia.

FZ
François Zumbiehl, en un acto celebrado en la Maestranza de Sevilla. TOROMEDIA

“La fiesta de los toros —afirma— sigue enseñándonos aspectos tan fundamentales de la existencia como la relación entre la vida y la muerte o la aproximación entre lo rural y lo urbano”.

“La sociedad actual ha perdido de vista la ruralidad”, prosigue, “muchos creen que ahora existe una mejor relación con los animales, y es falso. Lo que hemos hecho es convertir a nuestras mascotas en sustitutos de los humanos”.

“El mundo rural nos recuerda que esa aproximación entre el hombre y el animal, entre la intuición y la inteligencia del torero y la irracionalidad del toro indómito es algo fundamental que debe mantenerse en el siglo XXI”, concluye.

A su juicio, la fiesta de los toros forma parte del patrimonio cultural inmaterial porque cumple con los criterios exigidos por la UNESCO para tal calificación; es un espectáculo tradicional, contemporáneo y viviente; es ritual, promueve el conocimiento de la naturaleza, es integrador…

“Tradición significa transmitir a las nuevas generaciones una afición, una pasión, una identificación, un patrimonio”, explica; “no es algo anclado en el pasado, sino todo lo contrario, una proyección hacia el futuro”.

— Pero también es un espectáculo cruento…

— “Es un sacrificio, es verdad, pero muy respetuoso con el animal, cuya carne va a ser consumida. El toro es criado en un ámbito de libertad y tiene la posibilidad de expresar su bravura. Para mí, es impensable una tauromaquia incruenta porque ese sería su final. El torero pone en juego su vida, algo que no sucede en ninguna otra actividad, y supone una reciprocidad ética incuestionable”.

François Zumbiehl se siente más español que francés; ha abandonado su casa parisina y se ha instalado en Madrid “por razones taurinas, sí, pero también porque aquí siento que vibra la vida y es posible establecer una relación con la gente que no existe en otra parte del mundo; estoy encantado de estar en España”.

Y desde un apartamento cercano a la plaza de Las Ventas analiza con cierta nostalgia la situación actual de la fiesta.

“Se encuentra en una encrucijada: puede desaparecer si se convierte en un espectáculo previsible. Se dice que ahora se torea mejor que nunca, y que el toro es seleccionado para ser el mejor colaborador del torero. Yo creo que eso es no es positivo. Lo bonito de la corrida es su imperfección; si, por el contrario, tiende a ser un espectáculo reglado, como lo es el circo, desaparecerá”.

Y desde esa perspectiva hace un retrato de la afición francesa, ejemplar en algunos aspectos para la española.

“Todas las aficiones tienen virtudes y defectos, pero destacaría tres rasgos de la de mi país. Primero, manifiesta mucho respeto por el toro y exige los tres tercios de la lidia, especialmente la suerte de varas. Al aficionado francés le interesa el espectáculo completo y no solo la faena de muleta. Segundo, se cuenta, por lo general, con la opinión de los aficionados a la hora de organizar las ferias; cada ciudad tiene su línea editorial, su sensibilidad y su forma de interpretar el toreo, pero las peñas pueden ofrecer su parecer sobre toros y toreros. Y tercero, el espectador francés no cree que lo sabe todo, se documenta, lee y mantiene un afán permanente por aprender. Y un corolario final: cada seguidor francés se ha dado cuenta de que debe ser un militante taurino, y creo que esa es la asignatura pendiente de los españoles”.

— ¿Se considera usted torista o torerista?

— “Un gran escritor dijo una vez que no era de derechas ni de izquierdas porque no quería ser un hemipléjico intelectual. Por la misma razón no me considero ni torista ni torerista. La fiesta es la fusión de un toro que te emociona y un torero capaz de cincelar una obra de arte, efímera, sí, pero que nos permite llegar al paraíso de la emoción”.

Admira a Talavante, Roca Rey, El Juli, José Tomás, Morante…, “y a cualquier torero que sea capaz de emocionarme, que consiga ese equilibrio entre el compromiso de poner en juego su vida y la creación artística”.

“Déjeme una conclusión final: el riesgo de que la tauromaquia se desvirtúe y pierda su autenticidad es más grave para el futuro que todos los ataques externos”.

*Ir a la entrevista de El País.