Autor: losdejoseyjuan
La plenitud de la forma toreando al vacío
Inspirado por la tauromaquia, como lo ha sido por su fe en Cristo, Venancio Blanco convierte su mirada en una pura meditación sobre los trazos esenciales de las formas movidas por este juego de vida y muerte.
Descubriendo hace unos cuantos años en Sevilla la escultura de Belmonte, erguido en la plaza del Altozano, mi emoción me orientó para vislumbrar uno de los secretos del arte de Venancio Blanco: juega con el vacío, dentro del cual corre el aire, para acrecentar la densidad del bronce. Así, el toreo plasma en la arena sus dibujos perecederos, y así esculpe Venancio incorporando en su obra la ausencia de materia para vencer la fugacidad de la belleza.
En cada una de sus esculturas de tema taurino no falta ni la línea para subrayar la trayectoria de un gesto, la dinámica contradictoria del toreo, denso y airoso a la vez, o la potente embestida de un toro apunto de derribar al caballo (la suerte de varas es una de las figuras favoritas del artista), pero no hay necesidad de que las formas estén totalmente rellenadas o acabadas para que alcancen su plenitud.
Como en el toreo, sus creaciones son un combate contra la pesadez. De ahí, muchas de sus obras estos amplios intersticios, estos esbozos enérgicos y hasta rabiosos para expresar cómo se alarga un paseo o cómo se cierra de golpe un remate en el espacio, dejando al espectador maravillado y en suspenso.
En clave cristiana
Para Venancio Blanco, criado en su infancia a la sombra de las encinas y teniendo ante sus ojos las siluetas de las reses de Pérez Tabernero, la tauromaquia no es solo una de sus fuentes predilectas de inspiración. Es una metáfora de la vida que se puede leer al mismo tiempo en clave cristiana. Todos los que hemos tenido la gran suerte de gozar de su amistad y de recoger sus palabras lo sabemos por lo que nos ha enseñado.
El sacrificio del toro en la plaza nos conmueve y nos infunde respeto aún más si vemos en él una imagen del sacrificio de Cristo. La bravura con la que muere recuerda la belleza y la generosidad de la muerte del redentor, y así lo plasma Venancio en un dibujo y en una escultura, con un ramo de banderillas sobre su lomo, hervidas como cruces y bañadas de luz, por las cuales sube al cielo su alma victoriosamente. Por el contrario, un animal que mansea y escarba es como un Judas escurriéndose con alevosía de la Cena. Llega hasta la paradoja aparente de considerar que el toro indultado tiene que ser una imagen triste pues no se le ha permitido cumplir con su destino y ahora solo le espera una muerte ordinaria.
Inspirado por la tauromaquia, como lo ha sido por su fe en Cristo, Venancio Blanco convierte su mirada en una pura meditación sobre los trazos esenciales de las formas movidas por este juego de vida y muerte, entrelazadas hasta el final de ese mundo.
Artículo escrito por François Zumbiehl para la Agenda Taurina 2020. Zumbiehl es socio de la Peña Taurina “Los de José y Juan”, catedrático de Letras clásicas y doctor en Antropología Cultural. Vicepresidente del Observatoire National des Cultures Taurines ha sido parte fundamental en la aprobación por el Senado francés de la Tauromaquia como Bien Cultural Inmaterial de Francia. Tiene publicados en español los siguientes libros: Mañana toreo en Linares, El discurso de la corrida, La voz del toreo y El torero y su sombra.
José pidiendo el verduguillo para descabellar
La Corona y los toros
Don Juan Carlos, tras abdicar, está mostrando que su presencia en las plazas no era por razones protocolarios, sino por hondos sentimientos como aficionado.
La costumbre de hacer partícipe al pueblo de los motivos de regocijo de la Familia Real es muy antigua. La primera noticia que nos consta de una corrida organizada por la Familia Real tuvo lugar en Ávila en el año 1080. En Sevilla hubo toros el 18 de abril de 1490. Se celebraba la boda de Isabel, la hija de los Reyes Católicos, con Alfonso, primogénito del rey de Portugal. Entonces las corridas Hispalenses se celebraban, generalmente, en la plaza de San Francisco. Otras veces en Gradas, frente al alcázar. Carlos V alanceó un toro -hoy diríamos rejoneó- en Valladolid. No se sabe si por afición o por legítima defensa. Menéndez Pidal parece inclinarse por esta última razón. Cualesquiera que fuera el motivo no deja de ser singular que al rey se le colocará en ese trance tan difícil.
La historia de las corridas de toros no se puede escribir sin su relación con la Corona. Aunque esa relación tenga luces y sombras. Unas veces para prohibirlas como hizo el rey don Carlos III, tan gran monarca en tantas cosas, pero tan influido en la interdicción por los ilustrados; otras, aunque con grandes vacilaciones para impulsarla, como hizo el rey don Fernando VII al crear la Escuela de Tauromaquia de Sevilla, es verdad que de efímera vida, tres años. Felipe II, aunque no era aficionado, resistió las presiones del Papa San Pío V, quien, en la Bula De Salute Gregis, prohibió la fiesta bajo pena de excomunión. El argumento del rey para no respetar la bula papal fue: “ En cuanto al daño que los toros que se corren hacen, los corregidores e justicias provean y prevengan de manera que aquel se excuse en cuanto se pudiere, y en cuanto del correr de los dichos toros, esto es una antigua y muy general costumbre en estos reinos, e para la quitar, será menester más mirar en ello y así, por ahora no se conviene se haga nada “.
La plaza mayor de Madrid se construye en tiempos de Felipe III y uno de sus principales destinos era celebrar corridas de toros.
Festejos taurinos y fastos reales.
Es imposible reseñar la cantidad de festejos taurinos que se celebran en el siglo XVII con ocasión de determinados fastos reales. Por ejemplo, en muchas ciudades, con motivo de la boda de Felipe IV con doña Mariana de Austria, o en Sevilla, por haber cumplido 14 años Carlos III. También hubo restricciones. Aunque Felipe V no llegó a prohibir nunca las corridas de toros, sí puso muchos obstáculos a su celebración, invocando, principalmente, razones de tipo económico.
Pero vamos a recordar testimonios de afición más recientes de miembros de la Familia Real. Uno de ellos es la inauguración del padre de Don Juan Carlos, para nosotros los monárquicos, Juan III, del palco real de la plaza de toros de Ronda. El 19 de mayo de 1785 se inaugura la plaza de toros de Ronda. No asiste a la inauguración el Hermano Mayor de la Maestranza que era, a la sazón, el Infante don Gabriel Antonio, hijo del rey Carlos III y de la Reina María Amalia de Sajonia. El Consejo de Castilla lleva más de quince años, a instancia del conde de Aranda, tratando de suprimir las corridas de toros. Seis meses después de la inauguración de la plaza, por Real Pragmática de 9 de noviembre de 1785, Carlos III, prohíbe la Fiesta de toros. Por todo ello, el festejo inaugural es presidido por el Teniente de Hermano mayor de la Maestranza, Bartolomé Félix de Salvatierra que, obviamente, no ocupa el palco real. El cartel lo integran dos figuras, hoy míticas para nosotros: Pedro Romero y Pepe Hillo. Matan ese día y en el siguiente treinta toros.
Otra fecha, 16 de septiembre de 1938. El general Queipo de Llano es jefe del Ejército del Sur. El auge de la dictadura es incontestable. No parece prudente, en tales circunstancias, contradecir las órdenes de la autoridad militar. Se va a celebrar un festival patriótico conmemorativo de alguna efeméride de la guerra civil. El general llama a Pablo Atienza, marqués de Salvatierra, Teniente de Hermano mayor de la Maestranza para anunciarle que va a presidir la corrida y que prepare, por tanto, el palco real, a tal efecto. El marqués de Salvatierra sabe que ese palco está destinado al Hermano Mayor y que él, como su vicario, es el responsable de tutelar las tradiciones y reglas de la Real Maestranza. Si estas no se respetan, las maestranzas y muchas otras instituciones pierden su razón de ser. Hay que evitarlo sin una oposición frontal, con astucia. Ordena a unos albañiles, que hacen obras de restauración en la plaza, que quiten el suelo del palco real. Cuando el general llega no puede acceder al mismo y ha de conformarse con ocupar el contiguo de la izquierda, históricamente destinado al corregidor. El fuero de la Maestranza ha quedado indemne.
Una tercera fecha: 7 de septiembre de 1985. Se conmemora el bicentenario de la plaza. la corporación ha rogado a su Hermano Mayor que presida la corrida. Por fin, el palco real, tras dos siglos sin inaugurar, va a ser ocupado por quien tiene títulos más que sobrados para ello: don Juan de Borbón y Battenberg, un día Juan III para muchos españoles, conde de Barcelona, por propia reserva. Don Juan, con su presencia, reparaba la taurofobia de algunos de sus antepasados.
Aficionado convencido y ejemplar.
La afición que, a lo largo de su reinado y en momentos posteriores, está poniendo de relieve don Juan Carlos significa, sin duda, un evidente sostén a la Tauromaquia, tan necesitada del mismo. Sin duda, la afición de don Juan Carlos a los toros tiene su origen en razones ancestrales. Su madre, doña María, condesa de Barcelona, fue una aficionada ejemplar y con predilección currista. Su afición a los toros tiene su reconocimiento en el precioso monumento ecuestre que se alza delante de la sede de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Una vez que don Juan Carlos ha abdicado la responsabilidades como rey de España en su majestad Felipe VI, es evidente que está mostrando que su presencia en las plazas no era por razones protocolarias, sino por hondos sentimientos como aficionado.
Confiemos en que S.M. Felipe VI, poco a poco, vaya afianzando su afición a los toros para beneficio de la fiesta y, ¡qué caramba!, como le queremos, no queremos que se prive, por desconocimiento, de una de las mayores emociones estéticas que puede depararle la vida.
Artículo escrito por Juan Manuel Albendea Pabón para la Agenda Taurina 2020. Socio de la Peña Taurina “Los de José y Juan”, ha sido Diputado por Sevilla en el Congreso de los Diputados por el Partido Popular en cinco legislaturas, fue Presidente de la Comisión de Cultura que presentó la “Ley para la regulación de la Tauromaquia como patrimonio cultural” en 2013. Anteriormente fue un alto ejecutivo de la banca. Ejerció la crítica taurina en el diario EL PAÍS, con el pseudónimo de Gonzalo Argote.
FELIZ NAVIDAD
Media Belmontina
TROFEO PUERTA DE TOLEDO PARA GONZALO SANTONJA
Gonzalo Santonja, escritor, catedrático, crítico taurino y socio de «Los de José y Juan», no deja de recibir reconocimientos por su aportación a la tauromaquia. El último premio le ha sido concedido por la Federación Taurina de la Comunidad de Madrid, que preside Jorge Fajardo. Se trata del “TROFEO PUERTA DE TOLEDO (De carácter nacional) al Ilmo. Sr. Don Gonzalo Santonja Gómez-Agero, por la modélica labor de promoción de la Tauromaquia a través de la investigación y su gran obra literaria”.
A este premio se unen dos reconocimientos importantes recibidos por Santonja este mismo año: el de Las Ventas y el de la Maestranza de Sevilla.
También en México, más concretamente en Guadalajara, Gonzalo Santonja recibió un reconocimiento de la entidad taurina con más solera del Estado de Jalisco (Peña taurina “Mal de Montera”).
La Federación Taurina de la Comunidad de Madrid ha fallado, en su XVII edición, los siguientes premios:
TROFEO PUERTA DE ALCALÁ: Ilmo. Ayuntamiento de Navas del Rey, como municipio destacado en el fomento de la Tauromaquia en la Comunidad de Madrid.
TROFEO PUERTA DE TOLEDO (De carácter nacional): Ilmo. Sr. Don Gonzalo Santonja Gómez-Agero, por la modélica labor de promoción de la Tauromaquia a través de la investigación y su gran obra literaria.
TROFEO PUERTA DE SAN VICENTE: Banda Municipal de Música “Villa de Humanes” de Humanes de Madrid, por su gran y ejemplar labor en pro del fomento de la Tauromaquia a través de la música, coincidiendo con el XX Aniversario de su Fundación.
TROFEO PUERTA DE HIERRO: Don Roberto Gómez Chaves, profesional ejemplar de la comunicación, mostrando siempre una excelente disposición a colaborar con las asociaciones taurinas.
recorte airoso de josé
JOSELITO, EL TOREO
Artículo escrito por Andrés Amorós para la Agenda Taurina 2020.
No sólo ha sido el mejor de los toreros – que lo fue – sino que es la referencia permanente del clasicismo en el arte de la tauromaquia.
En el deporte, hay clasificaciones, campeonatos, títulos. En arte, la valoración no puede ser objetiva: preferirán unos a Mozart y otros, a Beethoven; a Rembrandt o a Leonardo… Pero, si nos basamos en la opinión de los profesionales y de los aficionados más expertos, hay algo que me parece indudable: algunos artistas se identifican tanto con un arte que acaban encarnando su esencia. Por eso, en lenguaje coloquial, pero sin temor a equivocarnos, decimos que Cervantes es la novela; Shakespeare, el teatro; Bach, la música; Velázquez, la pintura; John Ford, el cine. (Añado yo: Di Stéfano, el fútbol).
En ese mismo sentido, Joselito el Gallo no sólo ha sido el mejor de los toreros – que lo fue – sino que es la referencia permanente del clasicismo, en el arte de la Tauromaquia.
Un criterio muy claro me lo confirma. Así lo creían, sin duda alguna, todos los profesionales o grandes aficionados que lo conocieron y con los que yo he podido hablar: Marcial Lalanda, Gregorio Corrochano, Alfredito Corrochano, Camará, los Dominguín, el padre de Pepe Luis y Manolo Vázquez, mi abuelo. (No hace falta añadir el testimonio de Ignacio Sánchez Mejías, para quien era, literalmente, su dios).
Es perfectamente lógico, en cambio, que prefirieran a Belmonte los escritores y artistas, menos conocedores de la técnica y más sensibles a la estética: Pérez de Ayala, Valle-Inclán… Obviamente, Juan tenía más “percha literaria” (Bergamín). Por eso pudo escribir su precioso libro Chaves Nogales (que era un gran escritor, pero no un gran entendido en toros).
En cambio, José no inspiró una biografía novelada sino el más completo tratado de técnica taurina que yo conozco, el de Gregorio Corrochano, “¿Qué es torear? Introducción a la Tauromaquia de Joselito”.
Cuenta Corrochano cómo se reveló, todavía niño, en un tentadero de Miura: “Salió del burladero Joselito, que entonces no era más que el hermanillo de Rafael y, sin vacilar, se fue con la mano izquierda: la becerra le achuchaba mucho, se defendía y apenas se dejaba torear. Rafael le dijo: ‘José, ¿no ves que achucha por el izquierdo? Toréala por la derecha’. ‘¿Con la derecha? – exclamó, extrañado, José-. Anda, toréala tú’. Y dio la muleta a su hermano. Salió Rafael con la muleta en la mano derecha y, al dar el primer pase, se le coló y lo derribó. José riéndose, le hizo el quite. ‘¿Por qué habías visto que no se podía torear con la mano derecha?’, le preguntaron. ‘Pues porque, desde que salió, hizo cosas de estar toreada. No pueden haberla toreado más que en el herradero y, como los muchachos que torean al herrar las becerritas lo hacen con la derecha, comprendí que, al achuchar por el lado izquierdo, por el derecho no se podía ni tocar. Y ya han visto ustedes’. Entonces se cayó en la cuenta de que, efectivamente, la habían toreado los muchachos, en el herradero”.
Luego, don Eduardo Miura sentenció: “Parece que lo ha parido una vaca”. Esa misma precocidad, en su arte, la tuvieron genios como Mozart o Picasso.
Gracias a la amabilidad de un lector, Francisco Martín Negral, pude localizar un dato anterior, en el semanario “Sol y Sombra” de noviembre de 1899. El periodista Victoriano de la Feria visita la casa de los Gallo, en Gelves, para hacer una entrevista a Rafael, que tiene 17 años y acaba de presentarse como novillero, en Sevilla. Al final, añade un párrafo sobre el hermano pequeño:
“Tuve ocasión de admirar al menor de los hermanos, que cuenta cuatro años de edad, ejecutando, con una destreza impropia, varias suertes del toreo, sirviéndose de un pañuelo. Los hermanos intentaron traer una becerrita para que prácticamente viéramos cómo no se arredraba el infante ante ella. No pudieron encontrar cerca del pueblo ninguna, pero uno de los hermanos avisó al pequeño, diciéndole que ya estaba encerrada la becerra. A medio vestir, José salió corriendo en dirección a la placita, en busca de la becerra, demostrando seguidamente su enojo, al verse contrariado”.
Queda claro que torear una becerra formaba parte de lo habitual, para aquel niño de cuatro años.
Resume Corrochano: “Cuando no torea, piensa en el toro y habla de toros. No sabe hablar de otra cosa ni sabe ser otra cosa que torero”.
Y Marcial Lalanda, mi inolvidable amigo: “Toda su vida, José vivió dedicado íntegramente al toro. Fue ese gran ídolo que, en cualquier disciplina del saber, aparece felizmente, a veces, en el justo momento en que se le precisa”.
Por eso, está muy claro: Joselito, el toreo.
Andrés Amorós, socio de la Peña Taurina “Los de José y Juan”, es doctor en Filología Románica y catedrático de Literatura Española en la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado obras relevantes sobre la tauromaquia y actualmente ejerce la crítica taurina en el diario ABC de Madrid. Entre sus galardones destacan el Premio Nacional de Ensayo, el Premio Nacional de la Crítica Literaria, el Premio Fastenrath de la Real Academia Española y el Premio José María de Cossío.
CENTENARIO GALLITO
Artículo publicado por Andrés de Miguel en su blog «Adiós Madrid».
El jueves 28 se presentó la Agenda Taurina 2020 en la Real Casa de Correos, sede de la Presidencia del Gobierno de la Comunidad de Madrid, con la presencia de la Presidenta de la Comunidad y la Consejera de Presidencia entre otras autoridades.
Esta edición está dedicada al Rey emérito de España, Juan Carlos I y a José Gómez Ortega, “Gallito” en los carteles y Joselito en la prensa y la vida de su época, el “rey de los toreros”, en conmemoración del centenario de su muerte en Talavera de la Reina. También está dedicada a Olivenza, San Clemente y a numerosos protagonistas de la fiesta.
Andrés Amorós, glosó la figura de Joselito, a quien se le dedican cinco artículos en la Agenda y yo hice la presentación de la iniciativa del CENTENARIO GALLITO, con la que se pretende conmemorar al torero, organizador, reformador e impulsor de la tauromaquia del siglo XX que la ha permitido llegar a nuestros días.
RAZONES DE UNA CONMEMORACIÓN ¡VIVA GALLITO!
Cien años hace de la muerte de Joselito en Talavera de la Reina, en los cuernos del toro Bailaor. Es conveniente y necesario recordarlo, pero al plantearnos la conmemoración, la primera pregunta que se nos ocurre indaga en los motivos. ¿Por qué conmemorar el centenario de esa muerte tan lejana, de un torero tan distinto a los que conocemos, protagonista de una fiesta que ha cambiado tanto, hasta ser prácticamente irreconocible en las películas de la época, con respecto a los modelos actuales? ¿No hay motivos y momentos más felices para recordar?
Lo celebramos, lo recordamos, precisamente porque no es tan distinto a lo que ahora vemos. Si somos capaces de rascar sobre la superficie de las viejas películas en blanco y negro, de velocidades increíbles y con suertes de escaso reposo, veremos el toreo actual en todo su esplendor, despojado de la calma actual y marcado por una viveza de reacciones que en estos momentos es sorprendente y necesaria.
La vida, la trayectoria taurina, el significado histórico está analizado en esta agenda por grandes y competentes aficionados, y yo me voy a referir a la importancia de su figura para el toreo de hoy. Joselito significa la innovación, la ilusión, el clasicismo, la difusión de la tauromaquia en la sociedad y también la entrega a su profesión, la superación de su arte, la organización del espectáculo y todo ello sin eludir el riesgo que fatalmente se haría realidad en la plaza de Talavera de la Reina.
Vivimos momentos de cambio en la sociedad. Nuevas formas de vivir, de entender las relaciones sociales y personales, nuevos desafíos y nuevas diversiones. La tauromaquia se ha reinventado en numerosas ocasiones y no otra es la necesidad actual, y allí es donde el ejemplo de Joselito es pertinente. La innovación es necesaria en todas las actividades y más aún en una actividad en la que el espectáculo es un componente esencial. La innovación que plantea Joselito en su vida taurina es completar y definir el corpus clásico del toreo. Todo clasicismo tiene su barroco y ese barroco tiene el germen de su rococó y allí estamos ahora. Innovar es plantear el clasicismo en la situación actual, no es volver a los saltos y quiebros, ni quedarse en la previsibilidad de la nobleza estéril, del toro seleccionado para evitar la agresividad.
Repetimos hasta la saciedad que la sociedad tiene nuevas formas de relacionarse y divertirse, numerosas opciones de ocio, pero a veces olvidamos que muchas de esas opciones se han tenido que reinventar sobre sus antiguos espectáculos y no está de más recordar la evolución de la inserción social del fútbol o los cambios en los hábitos de ver cine. Otros son nuevos debidos a la irrupción de la tecnología digital y han tenido que sobrevivir entre una numerosa competencia. Joselito entendió los cambios de su época y propició los nuevos recintos donde acudir a ver las corridas de toros, además de entroncar con los gustos de la época en la nueva selección de la bravura.
La corrida de toros es una mezcla, confusa si se quiere, de espectáculo y por tanto negocio, rito pagano y por consiguiente expuesto a la denuncia de herejías, y cultura y por ello sometido a los vaivenes del gusto. El núcleo fundamental por lo que ha sido denostado a veces y ensalzado la mayoría del tiempo es por su capacidad de forjar la imagen del héroe. En un vaivén clásico socialmente, se ha pasado, en unos pocos años, de ensalzar al torero como héroe que crea su arte en un espectáculo en el que no está ausente el riesgo físico del protagonista, a estigmatizar a la corrida de toros y sus seguidores.
Precisamente Joselito, “Gallito” si se quiere, es ese ejemplo acabado que unificó en su figura la representación de los distintos vectores que inciden y conforman la corrida de toros. Entendió el espectáculo que necesita crear repetidamente un acontecimiento a hora fija, para lo que influyó en la selección del ganado, amplió la base social de los espectadores con la creación de las plazas monumentales, apoyó la difusión de las corridas de toros con los nuevos medios visuales, apoyando decididamente la grabación cinematográfica de las mismas. En definitiva difundió de una manera adecuada a la sociedad de su tiempo un espectáculo abierto a las mayorías sociales.
Esta difusión estaba basada en el respeto del riesgo que da fuerza a la imagen del héroe. La gloria que acompaña al héroe está basada en la asunción del riesgo. El riesgo no se tiene que materializar necesariamente, pero tanto hace un siglo, cuando recordemos no existían los antibióticos, ni la medicina tenía el actual conocimiento y cualquier herida podía ser mortal con la aparición de la infección, como actualmente, cuando hemos tenido ejemplos recientes en los que el peligro del toro se ha materializado llevándose por delante la vida del torero, la importancia determinante del papel del torero es representar al héroe que arriesga su vida de manera gratuita para crear una emoción estética para los aficionados y un espectáculo para los asistentes ocasionales.
Al mismo tiempo que actualmente se detecta un aumento de la edad media de los asistentes a las corridas de toros, se está produciendo una incorporación de jóvenes de las generaciones actuales que pueden significar un relevo para la envejecida afición y que resultan atraídos por un espectáculo que a primera vista es arcaico y, por tanto, sincero, y que resulta ser radicalmente moderno, en tanto que el artista creador se compromete con su arte hasta el punto de arriesgar su vida en su creación.
Este es, sin duda, el motivo por el que debemos conmemorar el centenario de la muerte de José Gómez Ortega “Gallito” en la plaza de Talavera de la Reina, porque fue capaz de elevar el arte de torear a la cumbre del clasicismo, como base para la renovación, consolidación y difusión de las corridas de toros. Todo ello con el completo compromiso personal con su arte, que le condujo, de manera sorprendente para sus seguidores, a su propia muerte en el ruedo.
No hay mejor epitafio que el que le dedicó Gregorio Corrochano, el gran cronista de la edad de toro de la tauromaquia: “¿Qué es torear? Yo no lo sé. Creí que lo sabía Joselito y vi cómo le mató un toro”, para definir el compromiso de un espectáculo que tiene su hueco en esta sociedad multiforme, en la que, no nos dejemos engañar por las apariencias, hay un lugar preferente para quienes se comprometen con su esfuerzo, en mostrar una de las maneras en la que la cultura hace uso de la fuerza desatada de la naturaleza para crear belleza.
Por eso es pertinente conmemorar el centenario de la muerte de Joselito.
Andrés de Miguel es sociólogo, aparejador y presidente de la peña «Los de José y Juan. Es, a su vez, colaborador en diversos medios taurinos, impulsor de la Tertulia de Jordán y editor del blog de toros ADIÓS MADRID, cuyo nombre viene del libro del mismo título, escrito en colaboración con José Ramón Márquez. Es autor del ensayo «Los aficionados integristas».