Dos vueltas en torno a José Tomás en Valencia

Andaba decidido a no coger la pluma, o presionar la tecla del ordenador, en funciones de crítica taurina, una vez abandonada la misma. Permítaseme, desde la humilde condición de aficionado, sin embargo, expresar libremente una serie de pensamientos en torno a la reaparición de José Tomás en Valencia, en la pasada Feria de San Jaime de la bella capital levantina.

Como tantos otros estuve presente en el festejo; mi visión, por ende, no es la fría y desapasionada del espectador televisivo, del que ha podido seguir algunos momentos de la lidia a través de las imágenes vertidas en internet o en tal o cual  medio audiovisual. ¡Cuántas veces hemos criticado —casi todos— las retransmisiones por frías, gélidas quizá, y desapasionadas! Y sin embargo, o en la renovada plaza valenciana, han aumentado –en vez de disminuir- las localidades acercándose al centenar de millares, o cuan pronto nos olvidamos de las propias ideas o críticas… La corrida de toros es pasión; es muchas otras cosas más, desde luego, pero por más que uno sea un espectador frío, calculador, analizador del más nimio detalle, no puede abstraerse hasta el punto de contemplar en vivo y en directo el espectáculo sin participar del conjunto, de la masa, del propio ambiente. Algunas veces se hará para denostarlo, para zaherirlo o burlarse de las expresiones de quienes no consideran lo que uno mismo está valorando; en otras lo será para dejarse llevar por las emociones volcadas a través de millares de corazones latiendo al unísono. Al fin y a la postre, uno también es humano…

No me he considerado, además, “ista” alguno en mi vida de aficionado, quizá con las únicas salvedades de Joselito el Gallo, o del Niño sabio de Camas, algo demasiado lejano ya como para ser considerado un defecto. Por más que uno tenga su propia idea que quién es quién en el mundo del toro, de cómo torea tal o cual espada o de cómo suele salir tal o cual toro, siempre me he dejado convencer por lo realizado en cada instante. Me he llegado a emocionar con matadores que no entran, para nada, en absoluto, de ninguna manera, en mi concepción de arte de torear; me he rendido ante corridas, o ante un toro, de ganaderías mil veces criticadas, despreciadas. Si en medio de alguna de esos millares de festejos contemplados he visto a un torero realizar algo sublime, alguna proeza lidiadora, ejecutar con gracia angelical un simple y aislado lance, por más que no fuera santo de mi personal devoción, me he emocionado y he cantado y contado —al menos a las amistades más próximas— el episodio.

De ahí que no termine de entender esta feroz polémica en torno a la reaparición de Tomás en el ruedo ché. Estuve presente, goce —y mucho, no les quepa duda— con mucho de lo que pude contemplar; me irritaron algunas otras cosas, incluso las denigré, las mancillé espiritualmente, pero mi apreciación del conjunto fue bastante positiva. Y pues mi formación es más científica que literaria, analicemos pausadamente, sin pasiones —que deben quedar reducidas al ámbito del coso, o a las discusiones de café—, detenidamente, algunos de los aspectos notorios de aquel festejo.

Se lidió un triste encierro de la ganadería salmantina de El Pilar, que —sin duda alguna, tampoco— ha tenido mejores y más claros exponentes. Corrida aceptablemente presentada para un ruedo como el valenciano, sin exageraciones en cuanto a trapío, más bien justito alguno de los lidiados —creo recordar que el segundo, por ejemplo—, en el que hubo dos inválidos insufribles —que poca gente protestó, yo entre estos últimos— que fueron a manos de Víctor Puerto, dos toros difíciles y complicados —los de José Tomás, especialmente el manso y rajado quinto—, y dos toros más nobles y boyantes, con mayor transmisión y cadencia en las embestidas —los del mejicano Saldívar—.  Dos, dos y dos, y no tres y tres como suele ser habitual. Es preciso, es de buen aficionado —creo— el juzgar al toro antes que al torero, porque en función de las cualidades de aquél, habrá que valorar lo realizado por éste, como es lógico.

No he visto comparaciones con el ganado lidiado los otros días de la feria —estuve abonado a toda ella, y salvo la de rejones pude contemplarla en vivo al completo—. O sin ir más lejos, puesto que al parecer de figuras se trata, con la corrida (por llamarlo de alguna forma) del día anterior. Aquello sí que fue indecente, saltando al ruedo más de un gato, alguna sardina impresentable en coso de talanqueras; hubo protestas —no sé si se oirán por televisión o en el video correspondiente, porque tales manifestaciones son tratadas como groseras e improcedentes por los medios al uso— sobre más de uno de los bichejos que saltaron al ruedo (me acuerdo de la ganadería, pero les dejo el nombre en suspenso, para que lo busque el que quiera); el afeitado de alguno de ellos, más que presunto, era de análisis en comisaría de guardia… El primero, Dios bendito, perdió medio pitón en el peto del caballo, mucho antes de rematar en tablas por primera y única vez —en el segundo tercio—. Los escobillados de otros de los lidiados no auguraban ni presumían integridad alguna…, y nadie dice — casi siempre— absolutamente nada. Se trataba de ver el excelso arte de los toreros más aclamados de los últimos tiempos —décadas en uno de los casos— y años —en los otros dos—. Yo mismo, que conste, he aplaudido y me he emocionado muchas veces con ellos —con dos de ellos, más que, por desgracia, con el tercero al que prefiero verle en los últimos tiempos con el manso complicado y duro, que es cuando luce su verdadera capacidad—.

Tampoco podemos abstraernos de las condiciones climáticas —las ambientales eran extraordinarias, superiores, el clima de los tendidos no podía ser mejor—, porque tantas veces se clama contra ellas y he visto muy poco reflejadas aquellas en las muchas crónicas o comentarios que he leído. Hizo un verdadero vendaval, no constantemente, pero sí durante mucho del festejo, y especialmente –mire usted por donde— en los toros de Tomás o Puerto, aunque no dejara de soplar en los que le correspondieron al mejicano. Tengo para mí, no lo he querido volver a ver en frío video, que buena culpa del tremendo revolcón de Tomás, se debió precisamente a ello, a que el viento empujó la muleta, e hizo que el toro no se decidiera por ninguna de las salidas, acudiendo al bulto, y ya se sabe que José Tomás no mueve los pies, los clava éticamente en el suelo, expone en ello su vida, para crear esa emoción que trasciende a los tendidos. Para otros diestros, al parecer, hay excusa suficiente en los incesantes soplos de Eolo; para Tomás…, ni agua.

Para muchos, un revolcón es digno de aplauso, supone, más que un error en la concepción o ejecución de un lance, del toreo, un alarde de valor, de quietud, de negación de huída, de abstracción del innato instinto de conservación, ¡cuánto más, cuando el espada vuelve a la cara de la res a renglón seguido! En el caso de Tomás es error imperdonable, torpeza, falta de técnica, efectismo buscado para crear sensaciones angustiosas, ejercicio circense de volatines. Pues no, reconozcamos que el deber de un diestro es no dejarse coger, desde luego, que cuando sobreviene la cogida es que el diestro ha hecho —ojo, o ha dejado de hacer— algo que lo evitara, normalmente bien con el engaño —preferiblemente—, bien con el cuerpo, incluso dando un paso atrás. Tal cosa no cabe, desde luego, en la concepción ética de la tauromaquia de José Tomás; no cabe rectificación corporal; el diestro tiene que estar colocado en aquel terreno del máximo riesgo y mantenerlo pese a la exposición de su vida. Cuéntase de una anécdota similar con Juan Belmonte, a quién Gallito intentaba corregir, diciéndole que el pitón bueno de la vaca era el otro; Belmonte siguió intentándolo, en su sitio, sin moverse, por ese mismo pitón, pese a revolcones y volteretas, hasta que consiguió que la vaca aceptara el lance tal y como él lo quería; el hombre no se adecuaba a la fiera, era ésta la que finalmente se rendía, subyugada, al ser humano, al héroe. José Tomás, poco pudo hacer en la cogida; el toro fue al bulto, y lo mandó por los aires, cayendo de forma peligrosa al ruedo con el cuello. Podía, con ello, haber acabado allí su trayectoria torera, su propia vida, pero como tantos otros a los que se canta y alaba la proeza, volvería al toro, al riesgo, a colocarse en aquellos mismos terrenos que ha pisado tantas tardes, inverosímiles para tantos diestros. Y en vez de alabarse el gesto, como tantas veces se hace con tantos otros, solamente critican la torpeza del tropezón, del ser arrollado por aquel trolebús. ¡Pues qué bien!

Hubo, especialmente en el segundo de la tarde, poca limpieza en el trasteo, y dos o tres desarmes —hay diversas opiniones; yo mismo empecé creyendo tres, y luego, meditando, recuerdo sólo dos—. Vicio y pecado contra la “templanza”, que es virtud cardinal en el toreo desde siempre, desde luego. Pero así como hay situaciones atenuantes para tantos, no lo hay para José Tomás. ¿No se han fijado que hoy, después de la pérdida del trapo, a nadie se le tiene en cuenta, ni siquiera se menciona en crítica o crónica alguna? Es más, ¿no es verdad que tras del desarme, lo que suele hacerse es aplaudir al matador, no sé si por compensación al fracaso o para darle renovados ánimos? A Tomás se le cuentan, subrayan, hacen notar, y burdamente, fijan en los mismos todo el mérito de su faena. Sorprendente. Es cierto que el diestro de Galapagar perdió dos —quizá tres— veces la muleta en su segundo y que el muleteo fue sucio en buena parte de la faena, pero ¿no es acaso menos cierto que ambas pérdidas del trapo, no fueron sino porque el toro pisó la muleta? Y si eso fue por aquello, ¿no es verdad, por tanto, que José Tomás bajó la mano para someter y llevar a su oponente, hasta hacerla arrastrar por el albero levantino? Y, eso, ¿es defecto o virtud? Claro es que no debiera haber sucedido, pero si ocurrió, y fue de esa manera, ¿por qué no analizarlo en su justo término? Acaso hubiera sido mejor que hubiera llevado al toro, sin someter, a su libre albedrío, a media altura, rematándolo por arriba, distanciada la muleta de los cuernos de la res —y no pienso en nadie de día precedente, no…— para solamente metérselo hacia el cuerpo a medio viaje, cuando ya los cuernos —o lo que quede de ellos— de la res han sobrepasado el cuerpo del lidiador; acaso, quién sabe. Pero no, José Tomás quiere bajarle la mano a los toros, arrastrar la muleta y hacer humillar al astado, llevárselo ceñido al cuerpo y rematado a la espalda, en un toreo en redondo, como el que intentó el pasado día 23 en Valencia —que no siempre le vemos, por cierto, para nuestra desgracia—.

Así que hubo dos o tres desarmes, bien…, ¿y con eso ya está juzgada la faena? Me parece un tanto simple. El toro era complicado, mirón, buscaba meterse por dentro en más de una ocasión, y ahí Tomás sí que lució sus cualidades, pasándose al bicho por la faja, no a kilómetro y medio, y eso es algo que pudimos ver –lamentablemente- a los espadas del día previo. José Tomás se los pasó a milímetros de los alamares, mientras que a sus compañeros de la tarde precedente –a los que hemos cantado tantas veces- se los pasaban a un metro de distancia, cabía entre ellos y el toro, entre su cuerpo y sus cuernos, otro toro entero. Se podría argüir, que no lo he visto escrito tampoco, que también hizo viento, y que en previsión de posibles percances, tomaron lógicas precauciones. Tomás, sin embargo, no pensó en las corridas que tiene por delante, ni en los millones que puede dejar de ganar, ni siquiera en sus maltrechas femorales. Salió a intentar torear como cree debe hacerse siempre, y punto y final. Hubo menos enganchones la tarde anterior, para qué vamos a negarlo, incluso el toreo de Saldívar o el de Puerto, salió algo más limpio; pero, por cierto, ¿alguien lo ha podido ratificar en el vídeo, alguien se ha parado en ello; es absoluto o hubo también toques de muleta? ¿Por qué para unos tanto y para otros tan poco? Yo salí, la tarde de Ponce, el Juli y Manzanares, como salió la mayor parte de la afición, preguntándose el porqué de tanto regalo apendicular, y con una estocada en el recuerdo y poco más. Series ligadas, en las que el toro iba a su aire, pasaba por las cercanías del diestro, y poca carne echada al asador. Aseo para salir del paso, cubriendo el papel, pero sin la intensidad de otras tardes de verdadera gloria. Para los desmemoriados…, Juli o Ponce no tocaron pelo en la tarde de marras. ¿Fue José Tomás el culpable?, porque a Manzanares le concederían sendos apéndices…

La primera faena de Tomás, se saldó con saludos… ¡Con saludos, Dios santo! Apenas vimos algún pañuelito aislado; no hubo petición ni siquiera que considerar, y eso que yo la auguré…, y me equivoqué por completo. Para mí el premio fue justo. El mérito del espada, su perseverancia, el terreno pisado, sus ganas de obligar al toro por bajo y de llevárselo según los cánones eternos —la mano baja, en redondo, rematado a la espalda—, compensaron la suciedad general del trasteo y los desarmes, y un uso mucho más que mejorable de la espada. Me quedaron en la retina algunos lances al natural u otros con la capa, destacable toda la tarde.

En el quinto hubo un trofeo casi por unanimidad. Pocas veces he visto una petición tan mayoritaria, y el usía otorgó el premio al que reglamentariamente tiene derecho el pueblo… casi soberano en la plaza. ¡Una oreja, por favor, no dos, ni el rabo, ni una o dos patas, ni los testículos del toro, una oreja! La recompensa me parece que reglamentariamente era la adecuada; pudo haber mejor lidia —en el primer tercio, o si me apuran, durante el muleteo—, se pudo hacer más de capa —que siempre es posibilidad, aunque mucha menos probabilidad y casi nunca realidad— y la estocada, pese a tirarse de verdad —en corto y por derecho, saliendo por el costillar de la res, que todo hay que mirarlo, ¡qué caramba!—, cayó algo trasera y algo caída. Técnicamente, con el texto legal en la mano –el nacional, por cierto-, bien por el presidente señor Moreno. Vaya por delante, y los que me conocen o me han leído lo saben, que esto de los regalos de casquería me horroriza. Me parece un reduccionismo absurdo, propio de malos aficionados, que necesitan contar las orejas como goles, para saber si tienen que salir satisfechos o decepcionados del coso, si pueden alardear en la tertulia o en el trabajo de la corrida a la que asistieron o guardar riguroso y enlutecido silencio. A mí me mueven los recuerdos, las emociones. Me acordaré, espero que durante muchos años, de bastantes cosas de José Tomás en la tarde de marras; se me ha olvidado casi todo lo que hicieron tantos otros en días precedentes; aun consigo memorizar a Alberto Aguilar, una estocada de Manzanares, la cálida despedida de Vicente Barrera de su plaza, unos capotazos o la serie rodillas en tierra de Víctor Puerto, y las ganas, variedad y constante disposición de Saldívar. Yo ví, y todo el que honradamente lo piense, dar tres vueltas —bueno dos y un saludo desde los medios, obligado por el clamor, y que buenamente se hubiera podido transformar en nuevo paseo al ruedo— a José Tomás. Eso es lo que para mí vale. En la ópera —no por nada estuve también abonado a la misma en Madrid durante muchos años— se premia el arte excelso de un compositor, de un cantante, de un coro, de un director de escena, simplemente con el aplauso, con la ovación mantenida. Uno, que también ha pateado en alguna ocasión, recuerda ovaciones cerradas a don Alfredo Kraus, mi ídolo juvenil, durante quince minutos, equivalentes a casi cuatro vueltas al ruedo. Y como a él y otros muchos. ¿Le dieron la oreja de la soprano, del director de orquesta, del segundo violín o del empresario del teatro? Aun resuenan en mi interior unos Cuentos de Hoffman inenarrables, ¡Dios lo tenga en su gloria y nos permita volver a gozarlo!

José Tomás dio tres vueltas —o dos y media, si quieren— porque el público entusiasmado se las reclamó, y fueron unánimes —en lo posible—, rotundas, festivas y gloriosas. Hubo insultos a la presidencia por la no concesión de un segundo trofeo… Yo, llevado por mis emociones, quizá se lo hubiera dado; en la frialdad de quien debe mantenerse en el palco, creo que el usía obró correctamente a su criterio; lo que es inexplicable es que en coso como el valenciano exista tal disparidad de criterio entre sus presidentes y de tarde en tarde; unos días se regalan apéndices sangrantes, y otros días se regatean… La plaza, con el mismo número de pañuelos que cubrió de alba nieve el julio valenciano, lo pidió con inusitada fuerza, más —quizá también— de lo que recuerdo en la mayor parte de las ocasiones en que he visto conceder dos trofeos. Pero la segunda oreja, reglamentariamente, es potestad presidencial, y éste obró conforme a su criterio y a los méritos que estimó. Para mí, repito, al margen de innecesarias concesiones, la faena, el ambiente, la tarde, fue como de dos orejas, aunque le hubiera dado una sola.

Tomás lo intentó con el capote, incluso llego a darle alguna verónica o delantal más que apreciable, verdaderamente bueno, a lo largo de la tarde. Me encantaron las chicuelinas, con el compás abierto, al último; al margen de la estética tan particular, consideren que eso es exponer más el cuerpo a la fiera, más superficie donde enganchar. Tomás no rectifica el terreno, planta los pies y por ahí hace pasar al toro; otros muchos citan con el compás abierto, para retrasar la pierna de entrada del toro, juntando ambas al ejecutar el lance; ¡hombre, no es lo mismo!, ¿no creen? Eso otro es ceder terreno al toro, el terreno que ocupa la pierna del diestro; José Tomás lo gana desde un principio y por ese lugar, en su proximidad más absoluta, hace circular la embestida impetuosa de la res.

En la suerte de varas ya mostró el bicho su condición, que fue acrecentando a lo largo de los dos tercios restantes en intensidad: era un manso, mirón, algo incierto,  y con tendencia a la huída, a rajarse, como acabaría haciendo casi recién iniciada la faena en su segunda instancia. El emocionante trasteo comenzó en los medios, con un intento de pase cambiado por la espalda, dejando venir al toro desde tablas. A mí, personalmente, la llamada pedresina no me gusta ni mucho ni poco, nada; me parece efectismo de cara a la galería y poco toreo, poco llevar ligado al toro al vuelo de la franela. Pero es verdad que muchas veces emociona y conmociona al respetable, y que a veces se ven lances inverosímiles por lo ceñido. Se ha convertido en rutina, y eso me horroriza aun más; no nace espontánea, fresca, sino que se prepara con detenimiento, a veces con demasiado detenimiento, tenga o no el toro las condiciones precisas para ello. De ahí que, más que algunas veces, haya que desistir de ello, o cambiar los terrenos… No me gusta, ¡qué le vamos a hacer! En este caso el toro, por lo manifestado, no estaba para aquello, pero concebimos la esperanza de que el poderío de la muleta del de Galapagar venciera las dificultades. No fue así, el toro, incierto —como decimos— vino sin claridad, y no sé si por el viento o por qué, el caso es que acabó dando a Tomás una tremenda voltereta, de las que marcan toda una vida… como la que a punto estuvo de perder Tomás en tierras hermanas.

Anduvo el diestro minuto o minuto y medio tan sonado como el más infeliz de los boxeadores, sin que el usía tuviera en cuenta el tiempo –no tiene por qué hacerlo, y fruto de ello llegaría finalmente el aviso que sonó-. Al fin, heroico, como tantos otros a los que no se les subraya la torpeza, ineptitud, falta de destreza o de técnica, volvería a la cara de su oponente, en solitario aunque bien auxiliado siempre. Gesto de torero macho, de hombría, que tantas veces se destaca…, excepto que sea realizado por el de Galapagar. Pues volvió a la cara de la res, e intentó una y otra vez, marcar su ley, imponer él las condiciones. El toro miraba, tardeaba o iba sin clase, cambiante, incierto porque más de una vez se ciñó de forma imposible, a la par que andaba buscando siempre la salida, levantando la cara… para irse a tablas. De ahí lo sacó Tomás más de una vez. ¿Fue torpeza suya el dejarle marchar? Pues a mi juicio no; mientras duraban las series, a pesar de los repetidos intentos del toro por abandonar la lid, José Tomás conseguía retenerla en el terreno escogido –quizá no el más apropiado, por cierto-; y sólo cuando abandonaba la tanda, cuando se separaba de la res, era cuando aquella se rajaba. Por tanto, durante la mayor parte de la faena la mantuvo ligada a su muleta, solamente se fue cuando se alejaba de ella, entre serie y serie. Intentó llevarla siempre por bajo, mandón, quizá de la única forma que podía impedir que se le marchara, quizá la única forma que hay de torear con trascendencia… A veces consiguió sacar lances de una belleza y de una emoción enormes, siempre intentando llevarse al toro a la espalda, castigándolo y forzándolo, toreando, en definitiva. ¿Hubo limpieza? Pues no lo recuerdo muy bien, me temo que quizá la justa para evitar el feo desaliño de su primera actuación; pero es que no me fijé porque ni ahora tomo notas, ni la faena estaba para centrarse en nimiedades. Había que ver al toro, y había que ver lo que hacía un torero de verdad y con la verdad siempre por delante. La planta quieta, el hieratismo en el rostro, la extraordinaria puesta en escena de siempre, el llenar la plaza con su simple presencia –don reservado a muy, pero que muy, pocos-, el público angustiado de emoción regocijante, sus clamores constantes, los rugidos de la masa –jamás escuchados en días precedentes de tanto corte apendicular-;  lo siento, no tuve tiempo para fijarme en si hubo doce o trece toques de franela por los pitones de la res (como toda la corrida, por cierto, más decentita de cabeza –no digo absolutamente íntegra- que las restantes de la feria, con sus respectivos matadores).

Tomás supo crear el ambiente, supo llegar al público, supo decir el toreo, supo enmudecer de emoción sonoramente expresiva a las gentes que llenaban el coso. Si decir el toreo, si llegar a inundar corazón y entendimiento con las emociones generadas, es hacer el toreo eterno, profundo, rayano en lo místico, Tomás lo hizo esa tarde. No basta con que el lance salga bonito, estético, no basta con el alarde de valor, de fe o de técnica; hay que emocionar, y eso lo consiguió hacer José Tomás, un 23 de julio en el coso de la calle Játiva. Lo hizo pese a un toro rajado, casi imposible, incierto, complicado… Lo hizo con su grandeza; ¿y me preguntan ustedes si hubo enganchones? Pues no tengo ni la menor idea. Los que allí estábamos, partidarios o no del diestro, “istas” o asépticos, fríos, templados o arrebatadamente pasionales, nos conmovimos. A unos les llegó más que a otros; algunos pudimos ver lagunas en aquella extensión de toreo profundo; pero el conjunto nos emocionó. Emociones más o menos  profundas, es cierto, pero a nadie dejó aquello impasible. Nadie se quedó viendo volar las palomas –las golondrinas o aviones madrileños- o comiendo pipas para pasar el rato. Nadie presenció la faena entre bostezos, como tantas de las tardes precedentes, nadie se aburrió… Y eso, ¿no es también torear? ¿No participa el público en el espectáculo, como lo hacen toro y torero, cada cual a su manera?

Entró a matar sabiendo que, si cobraba estocada por las péndolas, el triunfo estaba asegurado; la puerta grande abierta y la salida a la calle de Játiva a hombros de lo que, sin la más mínima duda, hubiera sido una multitud, segura. Se tiró con ganas, de verdad, aunque la colocación de la espada no fue buena. Antaño también esto se cantaba, se glosaba; ahora lo limitamos, torpemente tantas veces, al resultado posicional. De posición incorrecta; de ejecución, espléndida, ¡qué le vamos a hacer, otra vez!

A mí me pareció que la reaparición de José Tomás fue una tarde plena, llena de emociones, de mucho buen toreo –quizá no todo-, de grandes momentos y de detalles imperecederos. En conjunto la corrida resultó más que entretenida, de esas que se guardan en la memoria, no como tantas otras en las que el tedio y el sopor inundan los tendidos. Hubo cierta predisposición inicial hacia el diestro, ¡lógico, dadas las circunstancias! Hubo bastantes “istas” que quizá sólo pudieron apreciar lo bueno, sin fijarse en que no todo, ni mucho menos, fue perfecto; pero de ahí a denostar, insultar o zaherir injustamente al diestro, me parece a mí que media el abismo de la fosa de Las Marianas. Así lo vio quien subscribe. Gracias.

Rafael Cabrera Bonet

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Toros disfuncionales

Lo que me ha resultado más curioso y que creo que marca tendencia en el desarrollo de la fiesta de los toros, es la gran cantidad de toros disfuncionales que hemos visto en las últimas semanas en las que la rutina de vida ha sido cambiada por otra en la que estaba incluida la asistencia por la tarde a los altos del 7. Me explico.

La suerte de varas mide la bravura de los toros, esto es así porque se supone que si un toro acude al caballo de picar desde donde se le castiga, tendrá más posibilidades de acudir a la muleta del matador, puesto que tiene desarrollado el instinto de la acometividad.

Es decir la suerte de varas es funcional, no es un fin en sí misma. Además ha ido desarrollando una manera específica de realizarse que la convierte en más o menos interesante desde el punto de vista del espectáculo, sin perder su función de ahormar el toro para la lidia con muleta y la muerte posterior.

Si la bravura no guarda relación con la acometida al caballo de picar, la suerte de varas tendería a desaparecer puesto que no sería funcional y podría ser sustituida por algún otro mecanismo que en delirantes conversaciones nocturnas definimos como el cajón de picar, en el que el toro entra en un cajón provisto de sensores en los que se anota su fuerza y reacciones y es sangrado de una manera eficaz y aséptica bajo demanda del matador.

La realidad es que los toros que han embestido en la muleta, con brillantez e incluso con codicia, no han tenido tercios de varas brillantes. Para mayor información al respecto les remito a los estupendos artículos diarios de Jose Luis Bautista, con el titulo “El toro es lo importante”.

Los toros bravos más completos han aparecido en las corridas de ganaderías encastadas. Escolar, Cuadri, Peñajara y Flor de Jara han echado toros bravos en los tres tercios, además de permitirnos disfrutar con el espectáculo del toro poderoso. Ninguno de estos toros o novillos han tenido un comportamiento espectacular en la muleta.

Esta disfuncionalidad de los toros plantea unas cuantas incógnitas para los próximos años, como la de saber por dónde va la selección de toros bravos, si los más apreciados son los que permiten un toreo más suave, fluido y elegante en vez de los que propician unos momentos de mayor tensión, de mayor riesgo del torero y de resolución mediante formas necesariamente más ásperas. También sobre el papel de la suerte de varas, puesto que si no va a haber enfrentamiento con el caballo de picar puede haber medios, para sangrar y desengañar al toro, menos arcaicos, como el célebre cajón de picar de las conversaciones nocturnas. La separación mayor aún que la actual entre ganaderías encastadas y comerciales y los toreros que se enfrentan a ellas, puesto que si los toros que sirven para el espectáculo son aquellos que embisten a la muleta independientemente de su bravura o más bien si la bravura que se pide a los toros es la que se expresa en la muleta quizá se esté creando un germen de primera y segunda división taurina. Otros hay como el relacionado con el tipo de lidia que se debe aplicar a los toros y su valoración por parte del público y la consideración de los aficionados clásicos como un reducto de un pasado arcaico sobre los que no me quiero extender, en defensa propia, puesto que quizá tuviéramos que dejar de hablar de toros disfuncionales para hablar de aficionados disfuncionales y por ahí, si que no paso.

Andrés de Miguel
13 de junio de 2011


Aviador, el más poderoso

Sitio para Aviador, el toro poderoso. Hagan hueco en su memoria, en sus relatos, en sus conversaciones de café. El 2 de junio de 2011 se lidió Aviador de Cuadri, quien después de recargar, cargarse en los lomos al caballo y derribarlo en la dura primera vara, llegó nuevamente al picador y como no podía derribarlo, buscó sus fuerzas encogiendo los cuartos traseros como un levantador de peso para hacer más fuerza. Tremenda pelea librada hasta la extenuación de la que no pudo recuperarse el toro, que remoloneó en la tercera entrada al caballo.

En los recovecos de mi memoria sólo recuerdo un toro similar, el Tulio Mandador, lidiado por Palomar en el año 83.

Un toro tan poderoso es un espectáculo en sí mismo. Es el producto singular de una cría del toro bravo que no busca simplemente un animal colaborador sino un animal que se hace respetar por si mismo. Me gustaría imaginar como era la lidia de un toro similar a este hace 100 años, antes de que se pudiera desgastar al toro de manera inmisericorde desde el caballo parapetado tras el peto guateado.

Tarea de héroes, sin duda, en esta fiesta que ahora gusta más suave y prefiere cultivar la nobleza que la pelea fiera. Héroe fue Alberto Aguilar quien fue zarandeado entre los pitones de Aviador antes de poder meter la espada, tanto como Ivan Fandiño que estuvo valiente y capaz, con mucho sitio delante de sus toros y tratando de torear con gusto ante la oleada de poder de la corrida de Caudri.

Andrés de Miguel
3 de junio de 2011


Oportunidad Fallida

Pocas cosas resultan peores que llegar a la oportunidad de tu vida en el momento equivocado. Exactamente eso le ocurrió al precioso toro jabonero claro de Aurelio Hernando. De procedencia Veragua, por perdidos vericuetos, aunque ni su presencia, excesivamente hondo y de discretos y elegantes pitones, ni su comportamiento escupido de los caballos y muy noble en la muleta hacían honor al origen que indicaba su capa. Salió de sobrero cuando la corrida de Palha se encaminaba hacia el desastre de la desilusión.

Nada pudo hacer el semidesconocido Víctor Mora para enderezar una tarde en la que los toros impares, primero (impresentable de aspecto y falto de trapío), tercero (zancudo) y quinto (alto y voluminoso), merecieron mejor trato. Desiguales de presentación y comportamiento, ni aportaron emoción, ni mostraron agresividad, ni encontraron oponentes que los entendieran y les dieran el trato que merecía la nobleza sosa del primero en la que se enredó el valeroso Bolívar,  la casta pausada del tercero al que al final enjaretó un ocho Víctor Mora, ni la bravura del quinto que embistió sometido cuantas veces le aguantó la muleta Salvador Cortés.

Despeñada la corrida con el cambio sorpresivo del sexto, apareció el Veragua y Víctor Mora, que dirigió una desordenada lidia, se plantó con seguridad y sosiego ante el toro en búsqueda, también él de su oportunidad. Toreó con acierto y compostura al jabonero, jaleado desde la andanada del 9, y firmó un trasteo que, al igual que el toro, habría merecido mejor reconocimiento en una tarde en la que no pesara como una losa el desencanto de los Palha.

Andrés de Miguel
2 de junio de 2011


Difícil naturalidad

Se torea como se es, dice el repetido aforismo. Pero no me puedo llegar a creer que haya tantos toreros contrahechos en la vida como lo son en la plaza.

La postura habitual de los toreros, y novilleros, en la plaza es todo menos natural y si no lo creen, hagan el intento en su casa. Colóquense dando el medio pecho a un imaginario toro frente a ustedes, para cuando llega despedirlo hacia fuera con su mano derecha, no sea que el imaginario toro les vaya a molestar. A continuación para recoger a nuestro imaginario toro debe usted retrasar la pierna derecha por detrás de la línea de su pierna izquierda que se ha quedado sensiblemente quieta (no vale dar pasitos para atrás, que es un ensayo). Adelanten entonces la mano derecha que sostiene la imaginaria muleta. Si usted ha conseguido mantener el equilibrio ha pasado el proceso de selección natural que lleva a ser torero. Si es un ciudadano normal, aunque vaya a clases de yoga o pilates, le causará problemas o le resultará imposible. Imagínese que además de mantener el precario equilibrio debe aguantar al imaginario toro.

Ahora bien, quizá si las horas consumidas en este agotador ejercicio, se dedicaran a torear con naturalidad y Víctor Barrio cultivara su verticalidad con naturalidad y Rafael Cerro buscara su toreo despacioso con naturalidad y Silveti expresara el valor que tiene inscrito en los genes con la naturalidad de la más larga generación de toreros, cada uno torearía mejor o peor, pero nos evitarían las feas contorsiones en el ruedo.

Andrés de Miguel
31 de mayo de 2011


Viendo el toreo a caballo entiendo mejor el toreo a pié

Por eso  voy también al rejoneo. Y no me gusta que el toro vaya despuntado, por muy legal que se haga. Eso sí que es una falta de respeto, una agresión, maltrato, y todo eso que está tan mal ahora, más lo que está mal de verdad.

Pero el toreo nace cuando se hace. La cuestión esa tan erudita de cómo y cuando se originó esto del toreo, tiene un matiz que pasa desapercibido. Porque cuando de algo se precisa el origen es que de ahí viene, y desde entonces lo venimos haciendo, repitiendo. Pero la cuestión es cuándo se origina y porqué. Porque podría no haberse originado, y entonces no lo tendríamos, no lo haríamos, porque estaríamos haciendo otras cosas, y viviríamos sin eso. Hemos de reconstruir con la imaginación esas circunstancias que propiciaron su aparición, o quizá no haya nada que imaginar, sino ver lo que delante tenemos.

Hasta aquí bien, pero suele venir la convicción de que fue necesario una etapa primitiva, tosca, zafia, en que los sufridos humanos, nuestros antecesores, aguantaban un espectáculo brutal, refinándolo poco a poco, generación a generación, hasta conseguir legarnos un producto exquisito. Cuán agradecidos a estos abnegados precursores. Como si generaciones se dedicaran a cazar perdices a pedradas, y enseguida las tiraban a la basura, más adelante las seguían tirando a  la basura, pero ya desplumadas, unos siglos más, y las tiraban ya asadas pero sin sal, y así  duro paso a duro paso, hasta nosotros, que nos las tomamos tan bien guisadas que en la sobremesa proclamamos que estamos viviendo la mejor época de nuestra historia, que es lo mejor de la historia toda, cuando no su culmen, el no va más, su final, el para-qué- queremos-más.

El toreo no se hace desde que nació, sino que tiene que volver a nacer cada vez que se hace. Tiene que ser toreo naciente para ser toreo. No es una conmemoración que se repite porque una vez se hizo. No se hace en representación, se realiza. De nuevo y por entero. Como la primera vez, porque es otra primera vez. Tan primera como la que más. El que se hiciera una vez ,o las que fueran, no nos exime de tener que hacerlo otra vez, cada vez, desde el principio y del todo, como si no se hubiera hecho nada antes. Y no para reproducirlo sino para reencontrarlo, para que lo reconozca quien nunca lo haya visto.

Cuando el toro sale a la plaza embiste para hacerse dueño de todo el ruedo, quiere echar a todo el mundo fuera a cornada limpia. Y como el jinete le acosa y le rehúye, el toro acaba delimitando su terreno, atento a que se le ponga a tiro. Que bien se ve lo de irse del toro, lo de acudir al encuentro, lo de provocar osando pisar su terreno.

Le ponen el primer rejón de castigo y entiende de qué va la cosa, en cuanto sangra. Y aquí no hay desgaste de fuerza contra el peto, es la bravura de puro sobreponerse al dolor, la irritación crecida, y así midiendo rejón a rejón.

Queda la embestida que se prueba, se muestra, en alarde de cites, embroques, suertes de banderillas, trueque de terrenos, cruces y distancias. Florilegio de caballo, lucimiento del toro. Haciendo ver lo de la arrancar, acudir, y embestir, según  querencias y  terrenos.

Y llega la hora, hay que matar. Para eso hay que haber templado bien al toro con el caballo. No es seguir la burla vistosa, es apurar al toro a su momento, provocar el punto de la lidia madura. Ir sacando, sabiendo y presentando todo lo bueno que el toro lleve dentro. Para matar bien al toro hay que hacerlo cuando brota última la embestida, sin desperdiciar ni estropear nada. El rejón bien de arriba abajo, embroque en el sitio, al estribo, haciendo venir de frente. Que en el rejoneo se mata muy mal cuando borrachos de floreo, se confunde el rejón de muerte con una banderilla más.

Que claro lo hizo ver Diego Ventura matando bien, porque toreó a caballo, en la Plaza de las Ventas, el sábado Veintiuno de Mayo.

Queda suyo
D.S.P.
Feria de San Isidro del 2.011


Extraña bravura

Siempre habíamos pensado que la bravura tenía que ver con el instinto de agresividad y de allí venía la suerte de varas como prueba fundamental. Si el toro se crecía al castigo contra el caballo seguiría insistiendo en la muleta liberado ya del daño de la puya.

Esta vieja idea está siendo refutada día a día en esta feria, salvando a los toros de Escolar. Toros mansos en el caballo de escaso empuje y huidiza embestida se crecen en la muleta y embisten incluso con codicia y repetición. Al revés toros que se han entregado en el peto del picador, con fijeza y sin rajarse ante el castigo han proporcionado tenues faenas de muleta plagadas de inconvenientes y ayunas de largas embestidas.

Tal vez la bravura sea un espejismo, un valor en vías de extinción, un mito, una leyenda sustentada por escasos toros que a lo largo de la historia han cumplido con el rito de la agresividad para difundir toda una idea de la tauromaquia y ahora estemos entrando en una etapa de oscura realidad en la que al manso le llaman bravo, la bravura es un valor en decadencia y la toreabilidad proporciona alegres faenas donde la técnica es el valor en alza y la belleza se sustituye por la estética.

Los toros de El Cortijillo para ser bravos resultaban extraños, liberados de toda necesidad de embestir incluso alguno se arrepintió de salir al ruedo y prefirió volver a entrar en chiqueros, sin duda deslumbrado y aturdido por el público de los tendidos. El que embistió entre tanta mansedumbre fue toreado con riesgo, exposición, enjundia y cierta timidez por Morenito de Aranda quien desgranó las dos series de naturales que han marcado la mayor pureza de esta feria de la toreabilidad.

Andrés de Miguel
20 de mayo de 2011

 


A vueltas con la belleza

Una estocada soberana, quizá la mejor y más bella que haya presenciado en mi vida. Con mucha exposición, a favor de la querencia de toriles donde el toro va con más facilidad pero también pesa más, tiene más riesgo. Plena de dominio y belleza. Con tranquilidad, descubriendo bien Manzanares la muerte del bravo toro de Cuvillo que se había ido apagando y dejando los girones de la bravura que había mostrado en el caballo en las nobles embestidas a la muleta.

Mostró Manzanares conocimiento de los terrenos, decisión para irse al toro sin pruebas, compostura, buenas manera y elegancia plástica. Midió bien al toro tanto por la derecha donde le toreó como con la izquierda por donde no encontró el sitio.

La faena fue irremediablemente moderna y por tanto larga. El toro va sometido con el temple y como no tiene agresividad no debe ser dominado. La faena dura lo que permite el motor del toro que se va apagando lentamente, consumiéndose en perseguir una muleta que se le ofrece cual señuelo y no como látigo. No debe resistirse a cambiar su viaje, sino a seguirlo sin obstáculos. La pierna de salida siempre retrasada alarga el pase pero exime a la faena de profundidad y por tanto de belleza aunque sea plenamente estética.

La belleza tiene un componente estético, la plástica y un componente ético, lo que se debe hacer y lo que se debe hacer con un animal bravo es dominarle. Si el animal no tiene agresividad la faena se queda en su mero componente estético. Que no es poco. Ni mucho.

Andrés de Miguel
19 de mayo de 2011

 


La Fiesta del valor

El valor que a todos los toreros se les supone como en la antigua cartilla militar, necesita un toro bravo  para expresarse y aun así no todos los toreros son valientes de la misma forma.

Talavante es un torero de un valor estático, parece torear con desprecio de sus propio cuerpo y quien sabe si de su propia mente. Se queda quieto y se pasa cerca al toro que embiste en rectitud, remata atrás y vuelve a quedarse quieto. No parece preocuparse mucho de la colocación del toro, si se queda bien continúa la serie, si se queda mal se inventa un pase cambiado o se cambia la muleta de mano para seguir con el otro pitón o lo remata con un airoso pase de pecho. Tampoco se preocupa mucho de su propia colocación que siempre realiza con la pierna retrasada. El conjunto de su faena es impactante, pues no deja reposo al toro, aunque falta de profundidad al no ralentizar el viaje del toro por no hacerle girar alrededor. El toro quería embestir y Talavante le ponía la muleta en todos los terrenos aguantando mucho en todos y cada uno de ellos, primero en los medios a favor de querencia, después en contra, con el toro en la misma boca de riego, más tarde un poco más cerrado, para volver a torear en la boca de riego mientras el toro no paraba de pedir más hasta la estocada aguantando que Talavante realizó con mucha exposición.

La fiesta de los toros es la fiesta del valor y en ello abundó Talavante, es la fiesta del toro y lo ratificó el bravo Ventorrillo y es también la fiesta de la belleza, que sólo asomó sin mostrarse en plenitud entre los vuelos de la muleta.

Andrés de Miguel
18 de mayo de 2011

 


Futuro Imperfecto

El toro moderno es manso, el toro moderno embiste, el toro moderno obedece, el toro moderno se raja, el toro moderno incluso puede ser bravo, aunque ayer no se diera el caso, el toro moderno es noble, el toro moderno hace todo lo que debe hacer un toro pero es irremediablemente tonto. Es todo menos agresivo, es un toro bien educado,  que conoce su importancia en la función y sale a representar su papel, bien aprendido, intentando no molestar a nadie.

Reconozcámosle su interés. Si no le dominas se aburre, se cansa de embestir, atropella los engaños. Convierte el toreo en un ejercicio de destreza en el que quien menos oficio tiene, más carencias muestra.

Talavante, con una sobredosis de tila para los nervios, estuvo merodeando alrededor de sus ejemplares sin acabar de encontrarles el sitio aunque es de reseñar que lo buscó siguiendo a sus toros alrededor de toda la plaza. Saldívar no se lo pensó tanto y como sus toros embestían allí donde estuviera, encadenó una sucesión de pases cambiados y naturales con bastante arrojo, escaso reposo y nula enjundia, mientras que Morante estuvo desaparecido con el lote menos colaborador.

Quizá este toro moderno sea el futuro, pero si desaparece el peligro, si la fiesta de los toros en vez de representar el enfrentamiento entre la naturaleza y la cultura, se reduce a una técnica donde la creación no está comprometida por el riesgo, estaremos empezando a labrar un futuro imperfecto para un espectáculo singular.

Andrés de Miguel
16 de mayo de 2011



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