El toro moderno es manso, el toro moderno embiste, el toro moderno obedece, el toro moderno se raja, el toro moderno incluso puede ser bravo, aunque ayer no se diera el caso, el toro moderno es noble, el toro moderno hace todo lo que debe hacer un toro pero es irremediablemente tonto. Es todo menos agresivo, es un toro bien educado, que conoce su importancia en la función y sale a representar su papel, bien aprendido, intentando no molestar a nadie.
Reconozcámosle su interés. Si no le dominas se aburre, se cansa de embestir, atropella los engaños. Convierte el toreo en un ejercicio de destreza en el que quien menos oficio tiene, más carencias muestra.
Talavante, con una sobredosis de tila para los nervios, estuvo merodeando alrededor de sus ejemplares sin acabar de encontrarles el sitio aunque es de reseñar que lo buscó siguiendo a sus toros alrededor de toda la plaza. Saldívar no se lo pensó tanto y como sus toros embestían allí donde estuviera, encadenó una sucesión de pases cambiados y naturales con bastante arrojo, escaso reposo y nula enjundia, mientras que Morante estuvo desaparecido con el lote menos colaborador.
Quizá este toro moderno sea el futuro, pero si desaparece el peligro, si la fiesta de los toros en vez de representar el enfrentamiento entre la naturaleza y la cultura, se reduce a una técnica donde la creación no está comprometida por el riesgo, estaremos empezando a labrar un futuro imperfecto para un espectáculo singular.
Andrés de Miguel
16 de mayo de 2011