Siempre habíamos pensado que la bravura tenía que ver con el instinto de agresividad y de allí venía la suerte de varas como prueba fundamental. Si el toro se crecía al castigo contra el caballo seguiría insistiendo en la muleta liberado ya del daño de la puya.
Esta vieja idea está siendo refutada día a día en esta feria, salvando a los toros de Escolar. Toros mansos en el caballo de escaso empuje y huidiza embestida se crecen en la muleta y embisten incluso con codicia y repetición. Al revés toros que se han entregado en el peto del picador, con fijeza y sin rajarse ante el castigo han proporcionado tenues faenas de muleta plagadas de inconvenientes y ayunas de largas embestidas.
Tal vez la bravura sea un espejismo, un valor en vías de extinción, un mito, una leyenda sustentada por escasos toros que a lo largo de la historia han cumplido con el rito de la agresividad para difundir toda una idea de la tauromaquia y ahora estemos entrando en una etapa de oscura realidad en la que al manso le llaman bravo, la bravura es un valor en decadencia y la toreabilidad proporciona alegres faenas donde la técnica es el valor en alza y la belleza se sustituye por la estética.
Los toros de El Cortijillo para ser bravos resultaban extraños, liberados de toda necesidad de embestir incluso alguno se arrepintió de salir al ruedo y prefirió volver a entrar en chiqueros, sin duda deslumbrado y aturdido por el público de los tendidos. El que embistió entre tanta mansedumbre fue toreado con riesgo, exposición, enjundia y cierta timidez por Morenito de Aranda quien desgranó las dos series de naturales que han marcado la mayor pureza de esta feria de la toreabilidad.
Andrés de Miguel
20 de mayo de 2011