Artículo escrito por Andrés Amorós para la Agenda Taurina 2020.
No sólo ha sido el mejor de los toreros – que lo fue – sino que es la referencia permanente del clasicismo en el arte de la tauromaquia.
En el deporte, hay clasificaciones, campeonatos, títulos. En arte, la valoración no puede ser objetiva: preferirán unos a Mozart y otros, a Beethoven; a Rembrandt o a Leonardo… Pero, si nos basamos en la opinión de los profesionales y de los aficionados más expertos, hay algo que me parece indudable: algunos artistas se identifican tanto con un arte que acaban encarnando su esencia. Por eso, en lenguaje coloquial, pero sin temor a equivocarnos, decimos que Cervantes es la novela; Shakespeare, el teatro; Bach, la música; Velázquez, la pintura; John Ford, el cine. (Añado yo: Di Stéfano, el fútbol).
En ese mismo sentido, Joselito el Gallo no sólo ha sido el mejor de los toreros – que lo fue – sino que es la referencia permanente del clasicismo, en el arte de la Tauromaquia.
Un criterio muy claro me lo confirma. Así lo creían, sin duda alguna, todos los profesionales o grandes aficionados que lo conocieron y con los que yo he podido hablar: Marcial Lalanda, Gregorio Corrochano, Alfredito Corrochano, Camará, los Dominguín, el padre de Pepe Luis y Manolo Vázquez, mi abuelo. (No hace falta añadir el testimonio de Ignacio Sánchez Mejías, para quien era, literalmente, su dios).
Es perfectamente lógico, en cambio, que prefirieran a Belmonte los escritores y artistas, menos conocedores de la técnica y más sensibles a la estética: Pérez de Ayala, Valle-Inclán… Obviamente, Juan tenía más “percha literaria” (Bergamín). Por eso pudo escribir su precioso libro Chaves Nogales (que era un gran escritor, pero no un gran entendido en toros).
En cambio, José no inspiró una biografía novelada sino el más completo tratado de técnica taurina que yo conozco, el de Gregorio Corrochano, “¿Qué es torear? Introducción a la Tauromaquia de Joselito”.
Cuenta Corrochano cómo se reveló, todavía niño, en un tentadero de Miura: “Salió del burladero Joselito, que entonces no era más que el hermanillo de Rafael y, sin vacilar, se fue con la mano izquierda: la becerra le achuchaba mucho, se defendía y apenas se dejaba torear. Rafael le dijo: ‘José, ¿no ves que achucha por el izquierdo? Toréala por la derecha’. ‘¿Con la derecha? – exclamó, extrañado, José-. Anda, toréala tú’. Y dio la muleta a su hermano. Salió Rafael con la muleta en la mano derecha y, al dar el primer pase, se le coló y lo derribó. José riéndose, le hizo el quite. ‘¿Por qué habías visto que no se podía torear con la mano derecha?’, le preguntaron. ‘Pues porque, desde que salió, hizo cosas de estar toreada. No pueden haberla toreado más que en el herradero y, como los muchachos que torean al herrar las becerritas lo hacen con la derecha, comprendí que, al achuchar por el lado izquierdo, por el derecho no se podía ni tocar. Y ya han visto ustedes’. Entonces se cayó en la cuenta de que, efectivamente, la habían toreado los muchachos, en el herradero”.
Luego, don Eduardo Miura sentenció: “Parece que lo ha parido una vaca”. Esa misma precocidad, en su arte, la tuvieron genios como Mozart o Picasso.
Gracias a la amabilidad de un lector, Francisco Martín Negral, pude localizar un dato anterior, en el semanario “Sol y Sombra” de noviembre de 1899. El periodista Victoriano de la Feria visita la casa de los Gallo, en Gelves, para hacer una entrevista a Rafael, que tiene 17 años y acaba de presentarse como novillero, en Sevilla. Al final, añade un párrafo sobre el hermano pequeño:
“Tuve ocasión de admirar al menor de los hermanos, que cuenta cuatro años de edad, ejecutando, con una destreza impropia, varias suertes del toreo, sirviéndose de un pañuelo. Los hermanos intentaron traer una becerrita para que prácticamente viéramos cómo no se arredraba el infante ante ella. No pudieron encontrar cerca del pueblo ninguna, pero uno de los hermanos avisó al pequeño, diciéndole que ya estaba encerrada la becerra. A medio vestir, José salió corriendo en dirección a la placita, en busca de la becerra, demostrando seguidamente su enojo, al verse contrariado”.
Queda claro que torear una becerra formaba parte de lo habitual, para aquel niño de cuatro años.
Resume Corrochano: “Cuando no torea, piensa en el toro y habla de toros. No sabe hablar de otra cosa ni sabe ser otra cosa que torero”.
Y Marcial Lalanda, mi inolvidable amigo: “Toda su vida, José vivió dedicado íntegramente al toro. Fue ese gran ídolo que, en cualquier disciplina del saber, aparece felizmente, a veces, en el justo momento en que se le precisa”.
Por eso, está muy claro: Joselito, el toreo.
Andrés Amorós, socio de la Peña Taurina “Los de José y Juan”, es doctor en Filología Románica y catedrático de Literatura Española en la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado obras relevantes sobre la tauromaquia y actualmente ejerce la crítica taurina en el diario ABC de Madrid. Entre sus galardones destacan el Premio Nacional de Ensayo, el Premio Nacional de la Crítica Literaria, el Premio Fastenrath de la Real Academia Española y el Premio José María de Cossío.