La Personalidad

Del propio Juan Belmonte es esta hermosa frase: "La personalidad es lo único que tiene valor en el arte." Y Juan tenía personalidad extraordinaria en el arte y en la vida. En la vida, por el propio relieve físico del tipo, muy desviado de lo normal, pero sin perder el señorío ni el empaque ni la noble actitud humana. En el arte, por la luminosidad de sus destellos, por la grandiosidad de su belleza y por la asombrosa expresión que imprimía a su obra. Cualquier suerte, cualquier lance, cualquier movimiento de Juan Belmonte en la plaza era una pincelada de belleza. Tan lo era así, que esa personalidad activa lo absorbía todo y embaucaba a todos. Y quienes intentaban imitarle, no sólo en el hacer artístico, sino en el simple andar en plaza, se anegaban en la confusión, y era como si se suicidaran, estrangulando lo que de personal pudiera haber en cada uno de los imitadores. Juan Belmonte ha sido el torero de más personalidad de la Historia. Todos querían andar como él, pero ninguno era como él. Todos querían torear como él, pero ninguno toreaba como él. Todos querían ser copia exacta de él y apenas si llegaban a ser caricatura deleznable. La verónica, la media verónica, el molinete cambiado, el pase natural, en fin, eran la obsesión de sus pobres imitadores, que, ignorantes de la satírica mordacidad benaventina, sólo conseguían plagiar sus defectos. Un día en que Juan se levantó de buen humor, le dió por irse a una peluquería y ordenar le cortasen la coleta, y, con asombro inenarrable, el fígaro dió fin al adminículo capilar de un tijeretazo, sin que se conmoviera el universo. Pues tras él, todos sus seguidores primero, y todos los toreros después, se cortaron la coleta, que en Tauromaquia era el símbolo de los símbolos. Sobre este tema hice yo, tiempo ha, un divertimiento literario que me pero mito reproducir aquí, que tan a cuento viene. Y que el amable lector me perdone el abuso de confianza. Decía yo:

"Allí donde la vista se pone dentro del área de la Tauromaquia, o allí donde el ansia de saber nos empuje para conocer sus innumerables secretos, encontraremos siempre patetismo, sabiduría y belleza, porque la Tauromaquia no es tan sólo juego o diversión graciosa de sugestionador colorido que pueda fácilmente confundirse con el deporte o con el ballet. La Tauromaquia y su expresión vital, la corrida de toros, es algo más que todo eso, porque es algo así como la lucha del hombre con el destino para vencer la muerte con la gracia del gesto, con el donaire de la actitud y con el don divino de la inteligencia. Bajo ningún sol de ningún cielo que no sean los de las viejas o nuevas Españas puede taparse nada semejante en emoción y belleza a una corrida de toros.

"Y la corrida de toros debe responder, sin duda, a algún rito antiguo indescifrable aun en sus verdaderos orígenes. Todo en ella es mística, rito y mitología sorprendentes. Toda su argumentación y arquitectura responden a un esoterismo que habría que entroncar al mito de la lucha de la luz contra las tinieblas, en la que el sol, como en la corrida, culmina en las alturas como principal agonista de la tragedia. "El rito taurino --dice Eugenio d'Ors-- es tal vez una descomposición de otro secular y auténtico rito" Como lo es, igualmente, el toro en todas las mitologías de Oriente y Occidente. Como lo es también el torero, trasplante del Salvador de todos los mitos antiguos que, a veces, paga por el triunfo tributo de muerte, porque la sangre --y en los toros la sangre abunda-- es agradable a los ojos de los dioses. Como lo es el vestuario barroco, de policromías cegadoras, pero indispensable para oficiar en el rito taurómaco, del que la propia montera, de morfología bicorne, representa algo que única y exclusivamente al toro corresponde.

"La coleta del torero no es, como algunos pretenden, una supervivencia de pretéritas modas mundanas, ni una derivación de las trenzas taurinas del XVIII recogidas con redecilla sobre la nuca del lidiador para amortiguar los golpes producidos en la brega con el astado bruto, ni reminiscencia de los moños reducidos a simple mechón para sujetar la moña artificial en permanente uso; no. La coleta es algo más que todo eso, y su secreta simbología hay que ir a buscarla a la leyenda o al mito de Sansón, en el que el cabello era signo de poderío. En los toreros, el apéndice capilar es la señal simbólica de su heroísmo y de su grandeza místicas, como lo es también entre los genios protagonistas de los cuentos de hadas.

"Ya la coleta no existe entre los gladiadores de la torería. Uno de ellos, el de más alto prestigio entre las glorias del Arte, se la seccionó un día gracioso, y ya nadie más ha vuelto a dejársela. Las cabezas de los modernos beluarios están mondas y lirondas, pero el rito sigue, aunque no sé si en el despiadado cercén estará el secreto del malestar que agobia el Toreo. Como lo estaba en el mal que, rapado, agobiaba a Sansón."

Hasta aquí mi trabajo sobre el corte de la coleta que no ha sido rasgo de poca entidad para tomado en consideración en lo que a la personalidad de Belmonte se refiere.