Tuvo Joselito una gran figura de torero. Alto de estatura, varonil, fino y espigado al principio y trabado más tarde, distinguido, con una elegancia natural un poco a lo gitano señor y fuerte, ágil, atleta con sobradas facultades para pelear con los toros de poder a poder. El carácter estaba forjado al son de la figura y a su, medida para servirla. En su descripción hay que detenerse un poco, porque en el carácter de Joselito está la raíz entera de su vida íntima y profesional.
Había un evidente antagonismo entre el cuerpo y el alma del hombre. Por las condiciones del primero debiera corresponderle una espiritualidad alegre, optimista, eufórica, y no era asÍ. Joselito era triste, taciturno, austero en su pensar, en su decir y en su hacer. Sólo su expresión artística, su estilo de torero, era alegre. En este caso, el estilo no era el hombre. Misterios de la psicología, porque ni por la casta de los padres ni por el temperamento familiar podía venirle aquella seriedad ni aquella melancolía. Sólo en 106 redondeles de las plazas, de niño y de mayor, se le espantaba a José aquella fúnebre apariencia y se volvía vergonzoso. "Alegre el arte y triste la mirada", que decía Sassone.
Desde la niñez casi, diríase mejor que desde los albores de la adolescencia, Joselito fué un hombre cabal con un concepto de la vida y de la responsabilidad impropio de sus años. Precocidad que había de manifestarse por igual en todas las actividades de su vida y, muy especialmente, en la taurina, porque nadie, o muy pocos, tan pronto como él, percibieron los problemas del Toreo y tuvieron disposiciones para comprenderlos, para afrontarlos y para resolverlos y de esta seriedad y de esa conciencia responsable le vino la autoridad que, no sólo ante los amigos de la infancia y de la juventud, sino ante los subalternos de su cuadrilla y compañeros alternantes y ante sus propios familiares, siempre tuvo con todos. Nadie que hablase de José le atrevería a hacerlo sin respeto, respeto que no era miedo a la jerarquía profesional ni cobardía del subordinado, sino reconocimiento de una superioridad en el hombre, en el compañero, en el lidiador. En la calle, una palabra de Joselito era un mandamiento; en la plaza, una orden, casi una ley. He aquí dos ejemplos de esta idiosincrasia: A raíz del estreno de Joselito en Jerez, un guardia sevillano, de los aprovechados que merodean siempre en torno a los torerillos, le propone ir a torear unas becerradas a Portugal, y él acepta sin preguntar condiciones. Todos los compañeros le hablan de la explotación de que son objeto por parte de aquel individuo, pero José se impone porque el trato es el trato y lo hablado está hablao. Pasada la tercera becerrada, Gallito habla al guardia y le dice: "Oiga usté: usté está aquí ganando más que nosotros y eso no pué sé. Hay que hasé un contrato y ese contrato voy a haserlo yo y a firmarlo yo y a cobrarlo yo. Y usté cobrará lo que tenga que cobrá, ¿estamos?" Y he aquí a Joselito con sus trece años, de director, apoderado y gestor de la cuadrilla. El otro caso es este: Poco tiempo después de lo anterior, semanas, meses, Rafael, su hermano mayor, se pone malo y la señá Gabriela decide irse con él al Escorial para que se reponga, y acuerda que el niño deje de torear. Joselito, que ama a su madre con delirio, obedece y aguanta heroicamente el asedio de los empresarios que quieren contratarlo. Y su vocación se tambalea al embite de las ofertas, con peligro de abatir el respeto a la madre. Pero José resiste y resiste hasta que ya no puede más, y enemigo de la rebelión, le escribe a la señá Gabriela una carta conmovedora en la que, entre otras cosas, le dice: " y le pido por Dios que me autorice usted a seguir toreando, porque se me está pasando la edad ". Y esto lo dice el muchacho recién cumplidos los catorce años.
Esta psicología determinó en el torero una altivez, una altanería, una soberbia y un orgullo famosos en él y que le concitaron no pocas enemistades inmerecidas, porque José era cordial y fundamentalmente bueno. Quizá por eso, José Bergamín, su apologista, le llamara en "El arte de birlibirloque" Luzbel adolescente. Interesa mucho, para mejor conocimiento de esta singularísima personalidad humana, relatar un breve anecdotario a este respecto.
Ya estaba seriamente formada la cuadrilla de los niños sevillanos, aunque sin picadores, y en ella va como auxiliar Agualimpia, un novillero pariente de Joselito, muy amigo de dar lecciones a los toreros. Un día de 1909, toreando en Cádiz una becerrada, estaba José pasando de muleta a uno de sus enemigos cuando Agualimpia mandón y patoso, le dice: "Con la derecha, niño, con la derecha." y el niño, echándole una mirada fulminante, le contesta: "Haga usté er favó de callarse, que yo sé lo que tengo que hasé." Otra vez, ya doctorado, atendiendo chivaterías de soplones, acaso infundadas, pidió a la empresa de Madrid que le pusiera dos tardes con Curro Martín Vázquez para enseñarle a matar toros, siendo este diestro uno de los mejores matadores de su tiempo. El caso es que la empresa atendió el ruego y José asombró a todos en la ejecución del volapié. Otra vez, en junio de 1914, se encuentra en el patio de caballos de la plaza de las Arenas de Barcelona con el empresario Castillo, que es un belmontista apasionado y no ocultaba su gallofobia, y cuando iba a arrancar a hacer el paseo de cuadrillas, se vuelve y le dice: "Va usté a ver, señor Castillo. Y va usté a ver que yo soy muy buen torero y muy buen matador. Que no se le olvide." José hizo aquella tarde una faena memorable y mató de un volapié soberbio, saliendo, por exceso de casta del toro, cogido y gravemente herido. Desde aquel día, el señor Castillo se hizo, sin dejar su fervoroso belmontismo, un admirador de Gallito, porque vió la cantidad de hombre y de torero que éste era.
Y los casos de este estilo que a nuestro torero le sucedieron con Bombita, al que desde niño, como Aníbal a los romanos, juró odio eterno, podrían multiplicarse. Referiré sólo a dos.
Se celebraban las corridas de la feria de julio en Valencia del Mío 1913 y ya Bombita había anunciado su próxima retirada de los toros. Ricardo había obtenido un triunfo arrollador en la de los miuras, que Joselito presenció desde un palco. La última de la feria, con toros de Concha y Sierra, la toreaban los dos Bombas y los dos Gallos y, naturalmente, por imperativo de antigüedad, alternaban Ricardo y José juntos en sus respectivos toros. Bombita había estado muy bien en su primero. José hizo al cuarto una faena inenarrable y mató bien, ganándose la oreja del burel y ovaciones clamorosas. Cuando volvía triunfador al estribo, con morbosa, casi sádica intención, se encaró con su rival y le dijo: "Para que usté se entere que yo soy el mejor." A Ricardo nadie pudo notarle en el rostro la menor contracción de ira. Continuó como un señor. El quinto toro salió manso, difícil y peligroso, y a él se fué el de Tomares sin pensar en que le faltaban tres meses para irse de las plazas. Le tomó de muleta con cierta precaución porque el barbas era de abrigo, y castigándole con dureza le rompió y se hizo con él valiente e inteligentemente. La pelea fué impresionante, pero el toro salió de ella vencido. Cuando éste igualó, perfilase el espada y entrando derecho y con coraje enterró el acero en todo lo alto hasta la cruz. El toro salió muerto de la suerte y el torero por los aires con la pechera de la camisola hecha trizas del encontronazo. Levantose Ricardo y pálido el rostro y el ánimo sereno, volvió hacia barreras bajo el estruendo de una impresionante ovación. Miró José a Ricardo, en el fondo, con admiración, y Ricardo, mirándole a él, le dijo: "Cuanto tú tengas mi edad, y mis cornadas, y mi dinero, y estés para irte de los toros, y hagas lo que yo acabo de hacer con un toro como ése, entonces podrás decir, con razón. que eres el mejor. Mientras tanto ... ", y no terminó porque una congoja, quizá de pena, quizá de orgullo, le estranguló la voz en la garganta.
Pero la carta y la soberbia de José no acabaron ahí contra Bombita. Para el día 19 de octubre de 1913 estaba anunciada la despedida de Bombita en Madrid. Torean Ricardo, Rafael el Gallo, Regaterin , que sustituía a Belmonte, lesionado tres días antes en la corrida de su alternativa, y Joselito. Alternan juntos, otra vez, Ricardo y José. La corrida es a beneficio del Montepío, fundado por el diestro de Tomares, y en el palco regio, ausente el Rey de Madrid, están S. M. la Reina y S. A. R. la Infanta Isabel. Nunca Joselito fué con más rabia de pelea que ese día a una corrida. Hermoso momento para acabar terminantemente con Bombita . Ricardo se dió cuenta desde el primer instante y se aguantó. Toda la tarde estuvo bien, y en el quinto, "Cigarrón", de Lama, obtiene un triunfo tan rotundo que el público pide la oreja, S. M. la Reina y la Chata sacan también su blanco pañuelo y la Presidente otorga a Ricardo el último trofeo de su vida. La ovación es memorable y e1 entusiasmo inaudito. Los matadores le estrechan la mano. Joselito le abraza y le mira emocionado, como Ricardo a él sin que los dos puedan verse limpiamente porque las lágrimas enturbian en ambos la mirada. Entonces, al relance de aquel abrazo, Ricardo, que conoce bien a José, le ruega: "Yo ya he terminado mi carrera. No se te ocurra ofrecerme banderillas en el último." y cuando "Relojero" en la arena cambian el tercio de varas para banderillas, José pide dos pares y fué a ofrecerle uno a Ricardo. Hay una ovación en los tendidos que no liga con la intención del ofertante. Ricardo sonríe melancólicamente al coger los palos y piensa, nostálgicamente, que él también ha tenido dieciocho años. El caso es que parean los dos muy bien. Joselito mejor que Bombita, que el benjamín de los Gallos hace una faena inmensa y mata magistralmente y que la multitud se echa al ruedo, coge a los dos en hombros y en triunfo se los lleva calle de Alcalá arriba como dos héroes invictos y gloriosos, como dos colosos. juntos uno frente a otro como dos símbolos. Uno, como el ocaso de una época inolvidable. Otro, como la alborada de otra que sería inmortal.
Así era de soberbio, de altanero, de orgulloso, Joselito el Gallo. Yo no sé más que de una vez que, en las cosas del toro, fuera humilde. Fué por el año 1914 y creo que en Bilbao. A José le salió un toro muy difícil y con mucho valor y le trajo por la calle de la Amargura. Andaba por allí cerca Guerrita, que es como decir el Joselito del siglo XIX, y a él se fué José a explicarle lo aperreado que anduvo con aquel toro y cuánto hizo por dominarle inútilmente. Cuando terminó de detallarle cómo era el toro y los resabios, querencias y malos instintos que tenía, y le preguntó qué era lo que tenía que haber hecho para poder con él, porque no lo supo, el Guerra, quizá para tranquilizarlo, porque le vió acongojadísimo, le respondió: "Mira, niño, con un toro así tampoco yo hubiera podido." José quedose tranquilo, pero no sé lo que hubiera pasado si Rafael, tan fantasioso, le da por pontificar sobre cómo y de qué manera tenía que haberlo toreado. Fué la única vez que Joselito, en cosas de toros, se humilló, motu propio, a alguien.