La sensibilidad sevillana despide a El Cid

Foto ABC

Artículo escrito por Andrés Amorós.

Hace exactamente cien años, el 28 de septiembre de 1919, los aficionados sevillanos pudieron acudir a dos festejos, cada uno con su alternativa: en la Monumental, Gallito era padrino de Juan Luis de la Rosa; en la Maestranza, Juan Belmonte doctoraba a Chicuelo. Para la historia queda el curioso caso de que don Gregorio Corrochano, en ABC, hizo la crónica de los dos festejos: «De la Monumental a la Maestranza y de la Maestranza a la Monumental». (La he leído en la recopilación que hizo Espasa-Calpe, «La Edad de Oro de la Tauromaquia»). Aprovechaba que el festejo de la Monumental comenzó a las cuatro y media, media hora antes que el otro; que el crítico disponía de un automóvil, puesto a su disposición por el poeta y ganadero Fernando Villalón; que Corrochano envió su crítica, por teléfono, a las dos de la mañana… y apareció en el ABC de la mañana siguiente. Igual que ahora. Al gran crítico le gustaron más los padrinos que los nuevos matadores: Juan Belmonte «parecía que era él quien tomaba la alternativa». Al día siguiente, en la misma Plaza de los Toros, cortó un rabo). Joselito parecía que toreaba «en el patio de su casa». Chicuelo, herido el día 29, se empeñó en torear el día 30 y cortó un rabo. Aunque se le recuerda como un artista, siempre se proclamó gallista…

Da gusto ver llena de público esta bellísima Plaza. Los toros de Victoriano del Río son nobles pero flojean y se apagan pronto. A pesar de su voluntad, Ponce se estrella y Manzanares no redondea faena. En su despedida de Sevilla, El Cid muestra su torería, recibe el cariño de la gente y corta una oreja: era su tarde, lo merecía. (…)

Se despide de Sevilla El Cid, un torero clásico, que merece todo el respeto y afecto de la afición. (Esta tarde o la de Madrid, donde tanto se le estima, debieran haber sido su despedida). Embiste el segundo con suavidad y las fuerzas justas, le permite trazar lances a cámara lenta. Saluda por un gran par LIpi, que reaparece, después de su percance. Brinda Manuel al público: sin probaturas, los primeros naturales ya hacen sonar la música: ¡esa mano izquierda de el Cid, que tantas tardes de gloria ha dado! En la tercera serie, el toro ya se acaba y lo que iba para gran faena queda a medias. La espada cae baja: petición . El quinto también flaquea pero se mueve con nobleza. La Banda toca desde el primer muletazo: ¡la sensibilidad de Sevilla! La faena es desigual pero con detalles de inspiración y torería, además de algunos naturales marca de la casa. Todo el cariño del público está empujándole. Acierta el diestro al agradecer su bonito gesto a la Banda. Esta vez la espada entra, trasera, y se sienta en el estribo, al lado de los pitones, para verlo caer: ¿quién se atrevería a negarle la oreja? Aunque toree todavía en Madrid y Zaragoza, esta tarde ha supuesto el feliz remate de su carrera. (…)

Como muchos toros actuales, los de esta tarde salen de los chiqueros como si ya estuvieran picados, permiten lances suaves de salida (algo, antes, impensable) pero duran muy poco. Es lo contrario de lo que debe ser: toros fuertes, bravos, que necesitan recibir castigo y ser dominados, antes de buscar la estética. Así esta la Fiesta actual. Aunque han mostrado su calidad, no saldrán contentos, esta tarde, ni Ponce ni Manzanares.

La sensibilidad sevillana despide como se merece a El Cid, un torero clásico, que ha realizado grandes faenas a toros muy serios. Cuando daba la vuelta al ruedo, al final, el corazón de esta Plaza de los Toros ha latido, unánime, con agradecimiento y cariño por su muy honrada trayectoria.

Andrés Amorós, socio de la Peña Taurina “Los de José y Juan”, es doctor en Filología Románica y catedrático de Literatura Española en la Universidad Complutense de Madrid.  Ha publicado obras relevantes sobre la tauromaquia y actualmente ejerce la crítica taurina en el diario ABC de Madrid. Entre sus galardones destacan el Premio Nacional de Ensayo, el Premio Nacional de la Crítica Literaria, el Premio Fastenrath de la Real Academia Española y el Premio José María de Cossío.

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