EL HERMANO POCO AFORTUNADO

Monumento a Joselito en Gelves

Artículo escrito por Juan Salazar.

Al llegar a Gelves, en el centro de la población nos encontramos con un conjunto escultórico notable, obra de Collaut Valera, en el que contemplamos a un Joselito altivo y victorioso delante de un toro que cae herido de muerte.

Tomamos el camino de ascenso, hacia la Iglesia de Santa María de Gracia, que se encuentra en la parte más alta del pueblo. Según parece su construcción fue posible gracias al aporte de 2.000 ducados que el primer Conde de Gelves, don Jorge Alberto de Portugal, destinó en 1539, siguiendo indicaciones de su esposa. Fue el año en que nuestra querida emperatriz, Isabel de Portugal, fallecía, sumiendo al rey-emperador Carlos en una profunda melancolía.

Con posterioridad, la iglesia ha sufrido diversas restauraciones que no le restan encanto a esta joya de estilo barroco con planta de cruz latina.

De todas formas, con todos los respetos hacia el templo y las obras de arte que en él se custodian, no es el retablo, ni las esculturas de San Joaquín y Santa Ana, ni los frescos, ni los lienzos lo que llamó nuestra atención, no. Al fondo, en la capilla bautismal se ubica la pila en la que el presbítero Manuel de la Paz Daza, el 15 de mayo de 1895 cristianó el que, con el tiempo, sería el más grande de los toreros: José Gómez Ortega, “Joselito” o “Gallito”.

  • “Yo, con esta agua te bautizo con el nombre de José Miguel Isidro del Sagrado Corazón de Jesús, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.

La pila sigue allí y su simple existencia amerita una visita.

Su nacimiento se había producido  una semana antes, el día 8, en la Huerta del Algarrobo, una casa humilde en la vecina calle de la Fuente, 2, a doscientos metros del citado templo. El inmueble pertenecía, y lo sigue haciendo, al ducado de Alba, de cuyos huertos se encargaba de gestionar don Fernando. En una de sus habitaciones la “señá” Gabriela, había dado a luz al último de sus vástagos, último por orden de venida al mundo, que en lo demás siempre fue el primero.

La imagen que tenemos todos los aficionados en la retina de ese lugar es la escena en la que  podemos ver a Joselito, un niño de dos años que apenas había aprendido a andar, perfilándose ante un joven de aproximadamente 12 años que simula la acometida de una res. Un señor adulto lo observa, y, sin ninguna duda, da sus consejos tanto al torero como a “la res”, que según dicen eso de hacer de toro es casi más complicado que hacerlo de torero.

“A ver como te perfilas niño, la mano que mata es la izquierda, que debe ir muy bajita, el estoque a la altura del pecho…. Y tú Fernando, ya sabes…”

La fotografía nos describe con exactitud lo que debía ser un día normal en la Huerta del Algarrobo.

Iglesia de Santa María de Gracia

Por lo que se puede intuir, la placa se tomaría hacia 1897; al padre, Fernando El Gallo, que tendría entonces 49 años, le quedaban apenas unos meses de vida. ¿Dónde estaría Rafael, el tercer hermano? Posiblemente andaría por la placita, como recogen las imágenes que Don Pío incluyó en su libro “El Torero Artista”, de 1911.

Por esas fechas el patriarca le comentó a su mujer, refiriéndose a Rafael:

“Gabriela, ya me muero tranquilo porque te dejo un torero que mientras pueda tener un capote de seda en la mano no os faltará que comer”.

De esta fotografía quien más curiosidad me ha generado ha sido el joven que hace las labores de burel. Fernando vino a ser el hermano desfavorecido de la casa. De José y de Rafael se sabe prácticamente todo y se han escrito numerosas páginas recordando lo que aportaron a la Fiesta. De Fernando, no, del segundo hermano se conoce muy poco. A diferencia de su padre y hermanos, no es recordado por su maestría con los capotes, muletas, garapullos y estoques. Ya desde los inicios se intuía que su trayectoria no sería exitosa.

Hacia 1898 mató su primer becerro, con catorce años, en Camas, y por esa época se enfrentó a una becerrada en la plaza de Madrid, coso que nunca pisaría como matador. Toreó varias novilladas, alternando esta labor con la de banderillero en la cuadrilla de su hermano Rafael.

El gran cronista, Manuel Serrano García-Vao , que firmaba como “Dulzuras” por sus anteriores tareas de confitero, calificado de “bondadoso y virtuoso”, y que adquirió popularidad por sus escritos en diferentes periódicos y revistas como “El Toreo Cómico”, “El Enano” y “ABC”, en el anuario 1904, en el apartado “novilleros”, describió la actuación de “Gallito Chico” de la siguiente forma:

“Gallito Chico posee en alto grado la prudencia de familia, que tan mal está en la gente joven. Torea muy bien y mata muy mal. Ha toreado algunas novilladas con mediano éxito y si no hace más que lo que en el año éste ha hecho, no pasará su nombre a la historia entre los buenos”.

Detalle de la pila bautismal

Malos augurios para Fernando, Gallito Chico en las crónicas.

En el anuario del año siguiente, en el que más novilladas toreó, sin llegar a la veintena, se incluía el comentario:

“Lo mismo que su hermano: muy buen torero, muy elegante figura con capote y muleta; pero completamente nulo a la hora de entrar a matar. Por lo visto no hay madera de matadores en la familia Gómez, y este Fernando, como su hermano Rafael, no ganará para el alcanfor que necesitarán sus vestidos, que tendrán que apolillarse porque no se lucirán en los redondeles”.

“No se quejará de las empresas, pues excepto en Madrid, no ha habido Plaza de alguna importancia que no le haya dado ocasiones para que muestre sus hechuras y arrestos. Si no ha de hacer más que lo hecho en las 12 a 16 corridas toreadas, más le valdría ser buen peón de una cuadrilla, porque al paso que lleva la familia van a tirar por el suelo un apodo que recogieron de un sitio muy alto”.

“¡Ojalá y todavía sacudan la pereza y sean los Gallos lo que fué su padre hace veinticinco años!”.

Y por si fuera poco, en el anuario de 1906 las cosas quedaban claras:

“Mientras no deseche del todo esa prudencia que tan en aumento ha ido al ser transmitida de sus ascendientes, no hará sino ensuciar el buen nombre que en el toreo ha tenido la familia”.

“Para ser matador hay que matar, y en caso contrario no pensar en estoque y muleta sino para reverenciarlos como recuerdos sagrados de papá. Nada adelanta con ser buen torero si luego con el pincho se convierte en martirizador de toros. Muchos buenos banderilleros hay por esas cuadrillas que se han convencido de que no les llama Dios por otro camino, y a pesar de ello son mucho mejores toreros que otros de los que se hacen millonarios como espadas”.

“Fernandito Gómez torea muy bien, pero es un matador menos que mediano”.

En el invierno de 1908 Fernando acompañó a su hermano Rafael a la campaña mejicana, tomando la alternativa el 14 de febrero de 1909 de manos de este, actuando Gaona como  testigo. Nunca llegaría a confirmarla en España.

Desde 1911 actuó como banderillero, en los primeros años, en la cuadrilla de Rafael, y con posterioridad, también en la de José.

Las enfermedades, su prematura obesidad y su falta de decisión y voluntad impidieron una carrera taurina en el escalafón de los matadores.

Fernando «El Gallo» con sus hijos Fernando y José en la placita de la Huerta del Algarrobo

La tarde de Talavera, tuvo el triste honor de acompañar al “rey de los toreros”. Una de las últimas frases que pronunció José fue la dirigida a su hermano Fernando cuando, delante de Bailaor, le dijo:

“Fernando tápate que el toro está peligroso…”

En 1921 Fernando llegó a actuar en la cuadrilla de su hermano Rafael pero el 23 de noviembre de ese año, en Sevilla, falleció a consecuencia de un síncope que sufrió mientras tomaba un café. Las reseñas en la prensa fueron casi inexistentes por esta triste pérdida.

No obstante, fue un perfecto conocedor del torero, las reses y las suertes. Se le describe como el gran teórico de esta familia y así lo recordaba su sobrino Rafael Ortega, hijo de Enrique Ortega El Cuco y Gabriela, la hermana de José, en su delicioso libro “Mi paso por el toreo”:

Joselito le escuchaba siempre y era del único que admitía consejo o una opinión. Había veces que cuando se acababa la corrida entraba Fernando en la habitación de su hermano y le decía:

– Oye José, hoy te has equivocado.

Y Joselito discutía:

– No, no, ¿por qué?

Fernando se explicaba y le daba razones que él creía convenientes, y José, muy callado, le escuchaba atento. Cuando salía Fernando de la habitación se quedaba Gallito mirando a mi padre (se refiere a Enrique Ortega “El Cuco”) y le decía:

– Este es el mejor aficionado de la historia del toreo. Tenía razón, yo me había equivocado.

Además, según parece, muchas de las suertes “inventadas” por Rafael fueron creación de Fernando.

Por otro lado, Fernando tiene el honor de haber pasado a la historia por el pasodoble que le compuso el maestro Santiago Lope en 1905. Como es de todos conocido, el pasodoble “Gallito”, joya musical que se interpreta en numerosas plazas, no fue compuesto para su padre ni ninguno de sus dos hermanos, sino concebido para él.

Su gestación tuvo lugar en 1905 en Valencia; con idea de animar a la concurrencia para la Corrida de la Asociación de la Prensa, se solicitó a Santiago Lope Gonzalo que compusiera cuatro pasodobles en honor de cada uno de los novilleros que actuarían. Aceptó el maestro el encargo y así Fernando Gómez Gallito Chico, Agustín Dauder Borrás, Miguel Pérez Gómez Vito y Ángel González Mazón Angelillo, tuvieron su pasodoble interpretados en ese festejo del 29 de junio con un lleno en los tendidos. Tanto éxito alcanzaron ese día que unas jornadas después fueron repetidos en un concierto que a tal efecto se celebró en La Glorieta de la ciudad.

Santiago Lope Gonzalo era entonces Director de la recién creada Banda Municipal de Valencia, y muy querido por el pueblo valenciano, a pesar de haber nacido lejos, en Ezcaray (La Rioja), 33 años antes del estreno de sus cuatro famosas piezas. Poco tiempo pudo disfrutar el maestro de la popularidad de estas obras ya que un año después fallecería de una dolencia estomacal en Burjassot, lugar al que había acudido para curarse de unos problemas estomacales.

Sus piezas tuvieron gran éxito, y se siguen escuchando en la actualidad en numerosas plazas, si bien no fue especialmente dichoso a la hora de proporcionar suerte a los destinatarios, ya que ninguno alcanzó éxito en los ruedos.

Siguiendo al citado “Dulzuras”, en el año siguiente al del estreno de los pasodobles, en su anuario, comentaba lo siguiente sobre Dauder:

“No sé qué les pasa a los toreros valencianos que casi todos quedan reducidos a no salir de su país, aunque tengan condiciones para ser más aplaudidos que otros que corren en triunfo todas las Plazas de España. Sabe Agustín Dauder torear y es muy valiente matando; pero no sé si será por su carácter o serán otras las causas que determinan el que no salga de la Plaza valenciana, y si de allí sale algo es tan poco que no llega a noticias de nadie.

No llegó nunca a tomar la alternativa. Tampoco resultó mejor parado Angelillo en los comentarios:

“Poco menos que si se lo hubiera tragado la tierra. Apenas si en 1906 se ha hablado una palabra del torero aquel que el año anterior vino precedido de una fama casi ridícula, pues entre otras cosas se afirmaba que para cada vestido de luces que se hacía tenía que hacerse cuatro chalecos, porque se los destrozaba con los pitones al pasar de muleta. Este muchacho, que es buen banderillero, quizás por su afán de hacerse espada haya perdido una carrera que pudo ser lucida. Si persiste en ser matador tiene que hacer mucho mas, pues de lo contrario muy pronto caerá para que su nombre quede completamente ignorado”.

Angelillo logró sus mayores éxitos con los rehiletes, figurando en alguna cuadrilla de reputados diestros como Bienvenida.

Sobre Vito, las cosas que decía Dulzuras no fueron más lisonjeras:

“Todo el que llora es porque tiene vergüenza, y Manuel Pérez, Vito, cuando tuvo el fracaso en Madrid al principio de temporada, no se atrevió a que le vieran por las calles y se pasó encerrado en la fonda, llorando todo el tiempo que le dejaban libre las horas que dedicaba a torear. Con esa condición y un poco de voluntad puede llegar a todas partes si en ello tiene empeño. Fui de los que le aconsejaron que volviera a las banderillas, porque para lucirse en ellas tiene condiciones sobradas; pero toda vez que se empeña en ser matador no tiene que hacer otra cosa sino poner toda su fuerza al servicio del logro de su deseo”.

Vito, lo mismo que Fernando, llegó a tomar la alternativa en Méjico, en 1904, pero renunció a ella al volver a España. Tras un intento como novillero, decidió abandonar el estoque y hacerse banderillero.

Por cierto, de este compositor y director musical se cuenta una leyenda que no me resisto a narrar por lo romántica de la misma; parece que durante años, mientras se celebraban festejos en el coso valenciano, si uno se acercaba al nicho donde se encontraban sus restos y retiraba el cristal que protegía la sepultura, y tenía el dudoso gusto de pegar la oreja al mármol, se podrían escuchar débilmente los sones del famoso pasodoble “Gallito”.

Vida poco afortunada la de Fernando, por ello prefiero quedarme con la imagen suya en la placita de la Huerta del Algarrobo a punto de hacer sus primeros pinitos como becerrista. 

Juan Salazar es madrileño, licenciado en Farmacia y MBA por el Instituto de Empresa. Abonado a la Plaza de Las Ventas, es miembro de la Unión de Bibliófilos Taurinos, colaborador en la sección taurina de Radio Ya y autor del libro de recuerdos taurinos “Remembranzas Imaginarias; Madrid Museo Taurino Abierto”.

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