Inspirado por la tauromaquia, como lo ha sido por su fe en Cristo, Venancio Blanco convierte su mirada en una pura meditación sobre los trazos esenciales de las formas movidas por este juego de vida y muerte.
Descubriendo hace unos cuantos años en Sevilla la escultura de Belmonte, erguido en la plaza del Altozano, mi emoción me orientó para vislumbrar uno de los secretos del arte de Venancio Blanco: juega con el vacío, dentro del cual corre el aire, para acrecentar la densidad del bronce. Así, el toreo plasma en la arena sus dibujos perecederos, y así esculpe Venancio incorporando en su obra la ausencia de materia para vencer la fugacidad de la belleza.
En cada una de sus esculturas de tema taurino no falta ni la línea para subrayar la trayectoria de un gesto, la dinámica contradictoria del toreo, denso y airoso a la vez, o la potente embestida de un toro apunto de derribar al caballo (la suerte de varas es una de las figuras favoritas del artista), pero no hay necesidad de que las formas estén totalmente rellenadas o acabadas para que alcancen su plenitud.
Como en el toreo, sus creaciones son un combate contra la pesadez. De ahí, muchas de sus obras estos amplios intersticios, estos esbozos enérgicos y hasta rabiosos para expresar cómo se alarga un paseo o cómo se cierra de golpe un remate en el espacio, dejando al espectador maravillado y en suspenso.
En clave cristiana
Para Venancio Blanco, criado en su infancia a la sombra de las encinas y teniendo ante sus ojos las siluetas de las reses de Pérez Tabernero, la tauromaquia no es solo una de sus fuentes predilectas de inspiración. Es una metáfora de la vida que se puede leer al mismo tiempo en clave cristiana. Todos los que hemos tenido la gran suerte de gozar de su amistad y de recoger sus palabras lo sabemos por lo que nos ha enseñado.
El sacrificio del toro en la plaza nos conmueve y nos infunde respeto aún más si vemos en él una imagen del sacrificio de Cristo. La bravura con la que muere recuerda la belleza y la generosidad de la muerte del redentor, y así lo plasma Venancio en un dibujo y en una escultura, con un ramo de banderillas sobre su lomo, hervidas como cruces y bañadas de luz, por las cuales sube al cielo su alma victoriosamente. Por el contrario, un animal que mansea y escarba es como un Judas escurriéndose con alevosía de la Cena. Llega hasta la paradoja aparente de considerar que el toro indultado tiene que ser una imagen triste pues no se le ha permitido cumplir con su destino y ahora solo le espera una muerte ordinaria.
Inspirado por la tauromaquia, como lo ha sido por su fe en Cristo, Venancio Blanco convierte su mirada en una pura meditación sobre los trazos esenciales de las formas movidas por este juego de vida y muerte, entrelazadas hasta el final de ese mundo.
Artículo escrito por François Zumbiehl para la Agenda Taurina 2020. Zumbiehl es socio de la Peña Taurina “Los de José y Juan”, catedrático de Letras clásicas y doctor en Antropología Cultural. Vicepresidente del Observatoire National des Cultures Taurines ha sido parte fundamental en la aprobación por el Senado francés de la Tauromaquia como Bien Cultural Inmaterial de Francia. Tiene publicados en español los siguientes libros: Mañana toreo en Linares, El discurso de la corrida, La voz del toreo y El torero y su sombra.