Artículo escrito por Juan Salazar.
Hasta la tarde de Talavera, se puede afirmar que Joselito no fue muy castigado por los toros.
Además de la cornada que recibió como novillero en Bilbao, a pocas semanas de tomar la alternativa, sólo sufrió dos más de cierta importancia; el 5 de julio de 1914 en la barcelonesa plaza del Sport soportó una cornada de 10cm en el muslo derecho, percance en el que también se fracturó la clavícula; por otro lado, el 1 de mayo de 1919, un toro de Benjumea, en Madrid, le profirió otra de 16cm en el muslo izquierdo.
En ambos casos pasó cuarenta días restableciéndose, sin pisar las plazas.
Además de estas cogidas, José sufrió algún puntazo, herida y fractura menor que en ningún caso le alejaron de los ruedos más de un mes.
Era un torero tan seguro que su madre, la “señá” Gabriela, decía aquello de: “como no le tire un cuerno el toro…”
Su hermano Rafael tampoco resultó muy castigado pero recibió una cornada que a Joselito le impresionó profundamente, en la plaza de toros de “La Perseverancia”, sita en Algeciras, coso inaugurado en 1868, y demolido en 1975, que vino a sustituir a la anteriormente llamada “La Constancia”, que databa de 1850. “La Perseverancia” fue posteriormente sustituida por la actual plaza de “Las Palomas”, inaugurada en 1969.
La tarde a la que nos referimos fue la del 14 de junio de 1914, en la que hicieron el paseíllo Diego Rodas Morenito de Algeciras, Rafael El Gallo y Joselito; los toros llevaban el hierro de Moreno Santamaría.
El percance se produjo durante la lidia de la segunda res, Cumbrero, berrendo en castaño, terciado, gordo, astifino y manso. El tratar de colocarlo en el caballo por cuarta vez, el animal, reparado de la vista, no atendió a los engaños y atropelló a Rafael prendiéndolo por el pecho. El torero consiguió ponerse de pie pero inmediatamente se desplomó delante de chiqueros, con la pechera ensangrentada, ante el horror de los espectadores y de su hermano José que le había levantado y abierto la camisa.
El médico que estaba en la plaza, el doctor Ventura Morón González, comprobó en la enfermería que el pitón había roto el esternón en su parte superior. Así rezaba el parte médico:
Ha ingresado en esta enfermería, durante la lidia del segundo toro, el espada Rafael Gómez “Gallo”, con una herida penetrante de pecho y fractura completa del esternón por su parte superior. Pronóstico grave. Los dolores que sufría Rafael eran intensísimos.
Mientras, Joselito, consciente de la tremenda gravedad de la cornada, y temiéndose lo peor, siguió toreando con maestría, cortando una oreja al siguiente astado, pero acercándose a la enfermería cuando las circunstancias se lo permitían.
Sobre la marcha, se decidió el traslado de Rafael al hospedaje en el que se alojaba, el Hotel Reina Cristina, operación que se efectuó a las seis de la tarde. En los jardines y en el propio hall de entrada del lujoso establecimiento se aglomeraban los aficionados tratando de tener noticias.
A pesar de la extrema gravedad, Fernando y José enviaron el acostumbrado telegrama a su madre, solo que en esta ocasión, en lugar del habitual “sin novedad”, remitieron un lacónico “puntazo leve”.
Según las noticias aparecidas en prensa, “la primera impresión del doctor fue pesimista, muy pesimista; dada la fractura del esternón, era muy probable, casi seguro, que el pericardio hubiera sufrido gravemente, y en este caso sería funesto el desenlace. La impresión que la cogida de Rafael ha causado entre sus compañeros ha sido enorme. Casi todos lloran como niños”.
De forma inmediata todo el entorno de “los gallos” se puso en marcha. El apoderado Manuel Pineda y Joaquín Menchero «El Alfombrista», establecieron una conferencia para hablar con el conde Heredia Spínola, gran amigo de la familia, que se había desplazado a ver el festejo a Algeciras.
A las diez de la noche, el doctor Morón le practicó otra cura verificando que afortunadamente las esquirlas desprendidas del esternón no habían perforado la pleura, lo que resultaba un diagnóstico más optimista, que se vio confirmado en revisiones posteriores.
Pastora Imperio, que aunque separada seguía legalmente unida a Rafael, se enteró de la noticia en el tren que la llevaba de Castellón a Valencia, cuando en la estación de Sagunto escuchó las voces que daban los vendedores de prensa. Al día siguiente debía actuar en la capital del Turia, pero decidió rescindir el contrato y partir hacia Algeciras.
Tanto la madre como la hermana mayor de “los gallos” sufrieron un síncope tras conocer la noticia, y dirigieron un telegrama a José en el que manifestaban ser conocedoras de la realidad por la multitud de llamadas que estaban recibiendo, a lo que Joselito contestó:
“Por la gloria de papá, que no hay cuidado; tranquilízate”.
Una vez repuestas, se desplazaron a Algeciras junto con las otras hermanas, donde Rafael ya daba muestras de clara mejoría.
Según consta en el artículo de José Antonio Benítez, publicado en la Revista de Estudios Gibraltareños,
“Gabriela Ortega dispuso cuanto había de menester para hacerle «el puchero» a su hijo o asarle unas sardinas en los mismos jardines del hotel”.
Conociendo el carácter de la cabeza de familia, no me extraña nada.
Hoy día resultará curioso esto de trasladar a un enfermo al hotel, pero era lo habitual antaño. En esa época, con motivo de la reciente creación y entrada en funcionamiento del Montepío de Toreros por el que a los heridos se les otorgaba una compensación económica, el doctor Ruiz Albéniz afirmaba:
“Hoy, el torero, al caer herido, sabe que puede ir a su casa a curarse sus lesiones; hoy, no añade al dolor material que le produjo el toro al desgarrar fieramente sus carnes, el moral de verse postrado lejos de los suyos, en la siempre triste sala de un hospital”.
Hogaño en que tan justamente se han agradecido los méritos de los ángeles de las plazas como los doctores Carlos Val-Carreres y Máximo García Padrós, también merece la pena un recuerdo y reconocimiento al doctor Morón, nacido en Algeciras en 1862, que fue médico-director del Hospital Municipal de la Caridad de dicha ciudad desde 1900; parece que además de curar a los enfermos, dejaba descuidadamente algunas monedas en aquellas casas en que escaseaba el dinero para las medicinas. Sus paisanos, agradecidos, le reconocieron en vida con premios, honores y reconocimientos, dedicándole una calle y ubicando un busto suyo en el Parque de María Cristina.
Volviendo a 1914, José, tras el tremendo susto, preocupado y sin descansar, toreó las dos siguientes tardes en la feria algecireña con Juan Belmonte, que se presentaba en esta plaza.
Pero como la vida es así de caprichosa, con alegrías y desgracias, más aún con los toreros, diecinueve días después, José alcanzaría la culmen del toreo en Madrid en la famosa tarde de los siete toros de Martínez.
Juan Salazar es madrileño, licenciado en Farmacia y MBA por el Instituto de Empresa. Abonado a la Plaza de Las Ventas, es miembro de la Unión de Bibliófilos Taurinos, colaborador en la sección taurina de Radio Ya y autor del libro de recuerdos taurinos “Remembranzas Imaginarias; Madrid Museo Taurino Abierto”.