JOSÉ TOMÁS EN GRANADA

Por Juan Salazar

El Mirador de San Nicolás cobró merecida fama hace años, cuando el entonces presidente estadounidense Bill Clinton, tras visitarlo, afirmó haber contemplado “la puesta de sol más bonita del mundo”, comentario que lo colocó como un punto de obligada parada en Granada.

Desde esta atalaya en el Albaicín, las vistas a la Alhambra, al Generalife, con Sierra Nevada de fondo, son incomparables. La Alcazaba impresiona con sus torres y los palacios nazaríes se muestran austeros, nada que ver con la que fue su rica ornamentación interior; ya se sabe que la filosofía de aquellas dinastías abogaban por un rechazo a la ostentación. El lujo debía ser para el invitado, no para el curioso que lo examinaba desde el exterior.

Ese mediodía descansaba en un restaurante próximo al mirador, imaginando como sería la entrada de nuestra reina, ¡la mejor que ha tenido la cristiandad!, cuando tras el asedio a la plaza pudo acceder a ella, una vez Boabdil “El Chico” la había rendido “llorando como mujer lo que no supo defender como hombre”.

Pocos son los restos que perduran en sus salas de esos años, pero los que quedan, sobrecogen.

En estas reflexiones me encontraba mientras tomaba una cerveza fresquita; en la mesa de al lado, dos caballeros permanecían mudos, también absortos con la vista.

El silencio fue roto por uno de ellos:

  • ¡Vaya barrera de sombra que tenemos!

La expresión no podía ser mas taurina, así que no resistí la tentación de preguntar:

  • Perdonen por la interrupción, pero, ¿están ustedes aquí para asistir al festejo taurino?
  • Efectivamente, así es, venimos de Colombia y estamos para ver al maestro Tomás. El año pasado le vimos en Algeciras y no nos lo queremos perder.

De esta forma iniciamos una conversación que resultó entrañable y en la que Luis Jorge y Carlos Alberto nos detallaron sus primeros recuerdos de aficionados en su Bogotá natal, evocando figuras como Luis Miguel Dominguín, Paco Camino, Curro Romero y, como no, hablando con gran cariño de sus paisanos Pepe Cáceres y el gran Rincón, el diestro tan querido por la afición venteña que logró en aquel lejano 1991 abrir cuatro veces consecutivas la Puerta Grande.

Deliciosa conversación, que fue una de las muchas que tuvimos esos días de disfrute en Granada.

El anuncio de José Tomás en una Feria conlleva una auténtica peregrinación en la que aficionados de todas las partes del globo se dan cita con la esperanza de ver algo grande. Así coincidimos con Jean Pierre y Mari Luz, grandes aficionados de Francia, con taurinos venidos de Méjico, conocimos a familias que se habían desplazado desde Murcia, Alicante, Sevilla, Ceuta…

Ya por la tarde, en los aledaños de la plaza, pudimos saludar al maestro Rincón y agradecerle por tantas tardes de alegría que nos ha dado. Con una sonrisa amplia y sincera nos devolvía el cumplido.

Los alrededores estaban atestados; algunos incautos preguntaban tímidamente:

  • ¿Les sobra una entrada?

¡Tarea complicada! No obstante, cuando hay demanda, aparece la oferta, y unos metros mas allá algunos individuos, mucho más desenvueltos, ofrecían billetes a unos precios que tenían tres ceros. ¿Sería una de esas entradas la que había adquirido una aficionada a la que no le permitían el paso con el argumento de que alguien con su código de barras ya había accedido al recinto?

En el interior del coso coincidimos con varios socios de la Peña, Manuela, Primi, Rafa, Luis, Pedro, Andrés, grandes aficionados que venían con devoción. ¡A ver si embiste algún toro! era el deseo común.

Los dos días anteriores las reses de Nuñez de Tarifa y de la Casa Matilla habían ofrecido un juego muy pobre y deslucido.

Acomodados en el limitado espacio al que nos daba derecho nuestras localidades comprobamos el gran interés que existía por localizar a personajes famosos:

  • Mira, mira, ese el presidente de Endesa, ¿no?
  • ¿Y ese no es Abelló?
  • Mira allí está Román, el torero.
  • ¿Has visto a Calamaro?, seguro que tiene que estar.
  • ¡Carmen, Carmen!- gritaba con desesperación nuestra vecina, empeñada en hacerle una foto a la vicepresidenta.
  • ¿El rey emérito donde está?- era una pregunta común que se escuchaba por los tendidos.

El cartel anunciaba una corrida mixta, dos toros de rejones para Sergio Galán y cuatro para el diestro de Galapagar.

  • ¡Que suerte, cuatro toros para Tomás, alguno tendrá que embestir!- era el comentario generalizado.

Las ganaderías acarteladas habían sido muy escogidas por el diestro y su entorno: Nuñez del Cuvillo, Garcigrande y El Pilar.

La tarde estaba preparada para que sucediera algo grande y así aconteció, incumpliendo aquello de “tarde de expectación, tarde de decepción”.

José Tomás en su primer, segundo y cuarto toro dio una verdadera lección de naturalidad y dominio, con los pies asentados en el albero, mandó, mandó y mandó a los toros con maestría, hasta dándoles indicaciones de donde debían doblar y caer. Pero no sólo mandó en los toros, también, y esto es lo más difícil, lo hizo consigo mismo, imponiendo su voluntad al espíritu de conservación, de modo que a pesar de alguna de las coladas de los bureles, sin enmendarse ni mover un ápice las zapatillas, fue capaz de reconducir las embestidas y evitar las cogidas que los espectadores vimos inminentes.

Hubo lances de todo tipo, pases muy ceñidos rozando los pitones la taleguilla, vimos un conocimiento de los terrenos y las distancias muy apreciable.

Y percibimos emoción, mucha emoción que llevó a un espectador a gritar ¡qué lástima por los que están en el Paraíso!

El toreo es razón, pero también es emoción. José Luis Suarez Güanes escribió un extraordinario libro “Madrid Cátedra del Toreo”, y en la Cátedra uno va a examinarse; el tribunal, perdón, los espectadores, evalúan y juzgan la pureza de la faena. Por eso la afición de Madrid es exigente. Pero fuera de Las Ventas la Fiesta se impone. Algunos amigos, a la finalización del festejo, me enviaron sus mensajes al móvil preguntando por la faena y por las primeras imágenes que circulaban ya por las redes:

  • Pero… hubo enganchones, en alguna de las series el toreo fue hacia las afueras, despidiendo el toro, las estocadas cayeron bajas y traseras…

Pues sí, también hubo de todo eso, pero en la plaza la emoción se impuso a la razón. Como dice el adagio: “hay razones que la razón no entiende”.

Algo de eso nos sucedió, al menos a mí.

  • ¡No veáis los videos!-, insistía con razón uno de los buenos amigos con los que me crucé.
  • ¡En los videos no sale la magia, la emoción!

Como detalle, mi amigo Carlos Alberto, al que encontré a la salida, me comentaba que a pesar del calor que hizo en la tarde, mucho más que el día anterior, él no percibió esos rigores climatológicos. Estaba transportado.

Para describir de forma general lo que sucedió, tomo prestadas las palabras de Pedro Chicharro, socio de la Peña con el carnet número 1, que compartió al día siguiente en el “chat”:

Las cuatro faenas duraron menos de cinco minutos. Cada tanda de derechazos y naturales se componía de ocho o nueve antes del remate, de pecho o trincheras o de la firma. Siempre cruzado, siempre dando el pecho al toro, siempre la suerte cargada, siempre naturalidad, ni una carrerita, ni un paso de más. Siempre dejar el toro puesto perfecto al caballo. Quites variados en los cuatro toros. Tapatías primorosas con las manos muy bajas, navarras, tafalleras, afarolados. Una lección de tauromaquia cada momento. No se puede torear mejor. Es otra cosa.

El maestro Tomás se prodiga poco, muy poco, con razón algún espectador le ofreció pagar el sobrero por seguir viéndole torear. Son escasísimas las tardes en las que se puede tener la oportunidad de verle; eso no lo han hecho nunca las figuras, es muy cierto. Personalmente considero que JT pasó de ser figura, lo fue en su momento, a mito, y a los mitos se les consiente todo.

Soy muy consciente de haber visto torear mejor, más puro, con más verdad e incluso más pellizco, pero son pocas las tardes que he sentido tanta emoción en una plaza, y eso quedará marcado en mi cabeza y en mi corazón.

El desplazamiento a Granada había merecido la pena, además por las visitas que pudimos hacer en los trayectos de ida y vuelta, rindiendo un merecido homenaje a Ignacio Sánchez Mejías en el Parador de Manzanares, lugar en el que pasó la noche antes de su cogida mortal y visitando el Hospital de los Marqueses de Linares, centro en el que expiró el cuarto Califa. Dichas visitas justificaban el viaje, pero extasiarse por la mañana con La Alhambra y por la tarde con José Tomás no se puede comparar a nada.

Juan Salazar es socio de la Peña Taurina Los de José y Juan. Madrileño, licenciado en Farmacia y MBA por el Instituto de Empresa. Abonado a la Plaza de Las Ventas, es miembro de la Unión de Bibliófilos Taurinos, colaborador en la sección taurina de Radio Ya y autor del libro de recuerdos taurinos “Remembranzas Imaginarias; Madrid Museo Taurino Abierto”