Gallito, los Martínez y un Rolls-Royce

Un artículo escrito por Alberto Fernández Torres, socio de «Los de José y Juan» y descendiente directo del ganadero D. Vicente Martínez, para la revista TOROS.

Los buenos aficionados que conocen bien la historia de José Gómez, “Gallito”—es decir, los buenos aficionados “tout court”—saben que uno de sus mayores éxitos, dentro de una trayectoria que estuvo llena de ellos, se produjo el 3 de julio de 1914, cuando se encerró brillantemente en la Plaza de Las Ventas de Madrid con siete toros de la ganadería de los Herederos de D. Vicente Martínez.

He oído y leído en varias ocasiones que “Joselito” escogió este hierro para la ocasión porque, en primer lugar, quería evitar que la posible elección de ganado andaluz fuera considerada por parte de los exigentes aficionados madrileños como un inaceptable gesto de ventajismo; y porque, en segundo lugar, los “Martínez” eran una de sus ganaderías favoritas, una predilección que estaba sellada por su gran amistad con el responsable de la vacada: don Julián Fernández, mi abuelo.

Lo primero—que no quería para esta corrida ganado andaluz—parece suficientemente probado. Lo segundo, en cambio, resulta francamente improbable. Hasta aquel festejo, José solo había toreado cuatro corridas de Martínez (llegaría a torear más de 30 en adelante) y, aunque sin duda conocía a Julián Fernández por más que probables contactos establecidos en el ambiente taurino, los testimonios de la época no parecen reflejar que existiera por aquel entonces una amistad especialmente profunda entre ambos. En realidad, José toreó esos siete toros de Martínez porque así se lo recomendaron los empresarios de la Plaza, Retana y Echevarría, que basaron su consejo en el buen resultado que estaba dando ese ganado desde la cruza con un semental de Ibarra estrenada nueve años antes.

Muy probablemente, esa corrida no fue tanto el resultado, sino la causa, del marcado gusto que José tuvo desde entonces por “nuestros” toros—no solo por ellos, por descontado—y de su amistad con don Julián. Curiosa amistad, sin duda. Sincera, pero marcada por las distancias. Seguramente, más basada en el respeto que en el afecto. Jovial, dicharachero, simpático, inquieto e imaginativo, el diestro; serio, callado, circunspecto, racional y muy reflexivo, el ganadero. Este tuteaba a aquél; el torero trataba “de usted” al ganadero…

¿Cómo pudieron ser amigos dos individuos tan diferentes? El lector se dirá que, aparte de la famosa atracción de los contrarios, los dos tenían al fin y al cabo una gran pasión por la tauromaquia. Cierto, pero no suficiente. Probablemente, no solo les unía esa pasión, sino la manera de entenderla.

En el terreno artístico, porque ambos compartían que la grandeza de la Fiesta exigía pasar de lidiar toros haciendo arte, como fue habitual hasta José y Juan, a hacer arte lidiando toros, como ellos—y algunos otros desde entonces—lograron de manera canónica. Y, para ello, hacían falta toros bravos, sí; poderosos, sí;  pero también nobles, dinámicos, alegres, con carácter y que dieran juego en los tres tercios de la lidia, como era típico, entre otros, de los “Martínez”.

Pero también había una coincidencia entre ambos que afectaba a lo que acontecía fuera del ruedo: la idea de que eso exigía gestionar la Fiesta con auténtico y legítimo criterio empresarial; como un “negocio”, en el más noble sentido de la palabra.

Son conocidas—y, a veces, criticadas—las repetidas iniciativas e inquietudes de “Gallito” al respecto, de las cuales la construcción de la Monumental de Sevilla fue quizá la expresión más visible. En cuanto al ganadero…

Un día, paseando por el campo, mi abuela Carola se atrevió a preguntar a su marido: “Julián ¿por qué todos los ganaderos tienen Rolls-Royce y nosotros, en cambio, andamos en un coche tan desastrado?”. Mi abuelo, fiel a su costumbre, mantuvo silencio largo rato; pero, de pronto, al pasar junto a una finca en la que pacían sus preciosos “berrendos”, respondió a su mujer: “Mira, Carola: ahí tienes nuestro Rolls-Royce”.

Esta anécdota, que tantas veces me contó mi madre—Rita Torres, hija también de un ganadero con gran mentalidad de empresario—ilustra a mi juicio ese punto de encuentro que hizo posible que dos personas tan dispares como José y Julián pudieran fundar su amistad en cimientos sólidos, firmes y racionales: una misma concepción, seria, rigurosa, responsable y honesta de lo que debería ser la Fiesta de los Toros.

Alberto Fernández Torres es socio de la Peña Taurina “Los de José y Juan”. Alto ejecutivo del sector energético y especialista en comunicación, es descendiente directo de D. Vicente Martínez, creador de la famosa vacada de Colmenar Viejo que pervivió hasta la guerra civil y cuyos restos llegó a heredar Luis Fernández Salcedo.

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