Acaso no me haya gustado nunca tanto un pasodoble como en las escalinatas de acceso Les arenes de Arles frente a la brasserie L’aficion. Cinco bandas de música se relevaban encadenando pasodobles, pasacalles, rancheras y canciones de fiesta mientras con pasos morosos nos encaminábamos a nuestra localidad en el viejo anfiteatro donde apoyamos nuestros pantalones sobre las mismas piedras en las que hace 20 siglos los romanos y galos de la época apoyaban sus túnicas para disponerse a disfrutar con las peleas de gladiadores o los sacrificios de cristianos.
Pues bien la corrida de Miura que cerraba la feria de Arles no era, seguro, comparable, pero tenía ese punto de espectáculo pasional y desusado que llama al interés y que te ayuda a conducir los más de 1000 kilómetros que separan la fiesta de Arles de la plaza de Las Ventas.
Si el anfiteatro es impresionante por fuera, por dentro le falta ese punto de elegancia que tanto atribuimos al charme francés y que se echa en falta a la hora de rediseñar el espacio interior. Si alguno pensábamos que era francamente difícil decorar un espacio interior de una plaza de toros tan mal como en Las Ventas, debo aceptar que el encargado del coliseo de Arles ha bebido en la misma fuente, quizá solo cambiando las antiestéticas bandera españolas que recubren las barandillas de gradas y andanadas madrileñas por feas pancartas de diferentes clubs y asociaciones de aficionados, que dan ese punto de entusiasmo amable de los aficionados franceses que, por otra parte, hace tan agradable la asistencia a la plaza.
La corrida de Miura salió como acostumbra con unos toros que se paran y otros que no pasan, con ese estilo propio como de alumno muy interesado en aprender que se fija mucho en todo lo de alrededor, pero que no acaba de tener condiciones para el aprendizaje y que se queda espabilado y sin sacar nota, a lo que tampoco ayuda la terna de matadores llamados especialistas que capitaneados por El Fundi, ídolo en la plaza, seguido de Alberto Aguilar y acompañado por el torero local Mehdi Savalli, quien tuvo a su cargo el toro mas bravo, se encargaron de despachar la colección de miureños que si no destacaron por su listeza ni por su bravura tuvieron la suficiente movilidad como para entretener la tarde que, para acabar espectacularmente concluyó con una tormenta a tono con el grandioso edificio que nos albergaba que nos obligó a salir corriendo por las bellas y estrechas calles que rodean el coliseo en busca de refugio como legionarios romanos perseguidos por los galos de Vercingetorix ( o al revés).