Me vais a permitir que en el primer día de feria no hable de la interesante corrida de Pereda (y van tres seguidas), ni de la esperanza que suscitaban los toreros, que ni siquiera las carencias que mostraron consiguen apagar. Leandro tiene más gusto que valor, Morenito de Aranda más valor que dominio y Urdiales más dominio que gusto y así se encadenó la corrida.
Pero permitidme, digo, que os hable del descuido de la plaza de toros, del bello y maltratado edificio que algún genio del feísmo y la guarrería lo ha convertido en su feudo. Destroza la estética con esos colgajos con los colores de la bandera nacional que cubren las barandillas de grada y andanada, permite que periódicamente desde las andanadas rieguen con líquidos varios a los espectadores de las últimas filas de tendido sin poner un sencillo rodapié, permite que la suciedad campe por sus respetos sobre los asientos de granito y los espacios para los pies, con una capa de pringue que se adhiere a las suelas de los zapatos y a las ropas o las almohadillas de los sufridos aficionados cada vez más entrados en años que rellenan los tendidos. Eso el primer día de la feria y sabido es que la limpieza no es el fuerte de la empresa y que cada día se añadirá un poco de suciedad a la ya existente.
No es por señalar, pero Sevilla es una plaza que cuida más que con esmero, con mimo, el espacio de la plaza y los tendidos, procura que la pintura de los espacios esté cuidada, que la cerrajería no esté oxidada y que las colgaduras de los balcones embellezcan y no sean un insulto al buen gusto, mientras que la pomposamente llamada primera plaza del mundo ofrece una imagen de descuido, de suciedad, de falta de gusto, que consigue afear el bello edificio donde se produce el magnífico espectáculo. Sin que la erección de una estatua en su exterior, que parece pensada y diseñada para ser situada en un espacio interior, a un gran toreo como Luis Miguel Dominguín, que debe ocupar un puesto que oscila alrededor del veinte entre los diestros importantes de la historia, mejore en nada el descuido a que está sometida la plaza, ni demuestre mejor gusto por sus responsables.
Andrés de Miguel