Fandiño dio fiesta a seis toros en una corrida concurso, en una corrida organizada tal y como debían estar organizadas todas las corridas de toros, en las que el toro se coloca a distancia del picador situado a contraquerencia, para que el espectador pueda disfrutar de la bravura del toro, elemento imprescindible de la fiesta.
El ojo de la cerradura pintado en la arena de Bilbao, donde evolucionaron el toro y el picador, debía ser el nuevo diseño de los terrenos olvidándose de las obsoletas rayas concéntricas que sólo sirven para que los espectadores poco avisados protesten cuando el picador sobrepasa la suya.
Los toros acudieron tres veces al caballo salvo el flojo Torrealta que sólo puedo ir dos veces antes de volver a los corrales y el Alcurrucén que acudió cuatro y tenía fuelle para más. El truco sólo consiste en que los picadores no den leña al toro en su primer encuentro, le aguanten la embestida y si el toro no tiene fuerza le den salida rápidamente. Así disfrutamos de la bravura, aun exenta de fuerza del La Quinta que se fue arriba y del Partido de Resina que se desfondó, se afirmó el encastado Victorino en su mansedumbre que luego propició las mejores embestidas en la muleta, peleó el salpicado Torrestrella y se lució el Alcurrucén. Un completo espectáculo.
La corrida concurso habría sido un éxito si Fandiño hubiera exprimido alguno de los toros y les hubiera toreado con enjundia, pero el sólo hecho de lucirlos en la arena, hace al menos preguntarse la razón de porque todas las corridas de toros no son respetuosas con la bravura del animal, abren el espectáculo a la fiesta de varas y no reducen la fiesta de los toros, que debe ser la fiesta de la bravura a un espectáculo que al final se queda mutilado y convertido en la fiesta de la muleta.
Andrés de Miguel
16 de junio de 2012