La emoción en la corrida de toros necesita de un toro que transmita sensación de peligro, pero sobre todo necesita de un torero que le plante cara. Los defectos y virtudes de un toro lo son y por tanto aparecen ante los ojos de los espectadores en relación con el valor, el conocimiento y el gusto que el torero utiliza para dominarlo o en el peor de los casos para sortear sus embestidas.
Por eso la corrida de José Escolar no pasó inadvertida, todo lo que ocurría en el ruedo tenía interés, no sólo por la dureza del comportamiento de los toros sino por la decisión de los toreros. A diferencia de los toreros que encabezan el escalafón y que cuando se acercan a toros complicados, cuando hacen un gesto según el lenguaje al uso, se hartan de sortear problemas y acaban con los toros bajo los petos de los caballos, los toreros que se encuentran habitualmente frente a estas corridas duras utilizan los resortes de su capacidad como Chaves, decisión como Robleño o ilusión como Lázaro, para salir airosos de una corrida por la que nadie les va a poner una corona de laurel, pero en la que los aficionados seguimos con interés cada instante de la lidia.
En estas corridas no aparece el torero que según la frase de Ramón Gómez de la Serna: “Dio unos cuantos pases transparentes, bien templados, sin prisa, en que se veía el secreto de ese pasar por un aro de papel de seda sin romperlo ni mancharlo que es el paso del toro bajo un buen pase.”
Pero muchos disfrutamos de las escasas embestidas que los héroes de ayer extrajeron especialmente de los toros pares, el segundo, cuarto y sexto, porque fueron dibujadas poniendo lo más noble del arte de torear: la decisión de buscar la belleza en el dominio del toro.
Andrés de Miguel
31 de mayo de 2012