La Fiesta de la alegría

Una fiesta, gozosa, entretenida, alegre. Eso debería ser una corrida de toros. Sin duda tiene un componente trágico, de riesgo, incluso de dolor. Pero la fiesta de los toros requiere la aparición del héroe, que burla el riesgo, que sonríe ante el peligro, pues él sabe como engañarlo, como minimizarlo, como hacerlo desaparecer ante los ojos atónitos de los espectadores que sólo ven la belleza.

Pues no han dado ni una. La esperada, por mí al menos, corrida de Baltasar Ibán se resolvió entre largos paseos delante del toro, reflexivas actuaciones, respetos superlativos a unos toros que no se comían a nadie, que dejaban estar, que algunos, señaladamente el tercero, pero también el segundo e incluso los dos del mexicano Spínola seguían dócilmente la muleta del matador.

La corrida se desarrolló al revés con los dos toros más sosos lidiados los dos últimos, pero los cuatro anteriores habían proporcionado argumentos suficientes para una tarde que pudo ser entretenida y se cerró plúmbea. Vistosos quites a cargo de Spínola, toreo de enjundia con la derecha de Serafín y demagogia muleteril de Pinar no fueron argumentos suficientes para transmitir alegría con unos toros que merecieron mejor fortuna.

El rito que la fiesta de toros es, tiene una parte algo repetitiva, pero sin alegría no hay fiesta y la corrida de toros lo es. Respetemos el mito, la tragedia y la seriedad de la corrida de toros, pero por favor con un poco de alegría.

Andrés de Miguel
27 de mayo de 2012

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