Hay una esquizofrenia cierta en las corridas de estos toros que, como los Núñez del Cuvillo, tanto gustan a las figuras y demás mandones del escalafón y tanto protesta la afición de Madrid.
Por una parte los aficionados integristas consideran que esos toros son indignos de dicho nombre y por otro los esteticistas afirman que ahí se ve el toreo como un arte. Unos afirman que desaparecido el riesgo se excluye la emoción y los otros que la belleza excluye el sobresalto.
Luque en su primer toro se vio en medio de dicha esquizofrenia en la que unos le afeaban que el toro no valía nada, mientras que otros le criticaban que no embarcara sus embestidas. Ni la calidad, ni los recursos de Luque le permitieron salir de ese atolladero en el que sólo es posible acallar a unos y contentar a otros, con suficiente poder o con asolerada enjundia.
Claro que no fue el único pillado por la pinza de una afición a la que le costó recibir con una merecida ovación a Castella después de su cogida el jueves anterior y que hizo caso omiso de la presentación como matador del representante de la más larga dinastía torera de la historia, con cuatro generaciones sucesivas de toreros de alternativa confirmada en Madrid.
Si la afición no considera gustosa que entre sus deberes está el respeto al valor de los toreros y a la propia historia de la fiesta, difícilmente se podrá justificar la supuesta diferencia entre público y aficionados.
Andrés de Miguel
24 de mayo de 2012