La voluntad del torero es la base de la fiesta de los toros. Claro que también tiene que existir el conocimiento, pero ese se le supone a cualquier torero con alternativa, al igual que la destreza, la confianza, la experiencia. Cada torero tiene su bagaje propio pero sin ellas no se puede alcanzar ni la alternativa ni la presencia en los carteles de ferias, más allá de casos singulares.
Ahora bien, la voluntad del torero es el eje sobre el que va a pivotar la existencia misma de la fiesta. La voluntad por ir al toro, por encelarle, por darle las ventajas para que embista y por marcarle el camino con capote y muleta.
Claro que para torear bien la voluntad lleva aparejada la asunción del riesgo y ahí es donde se marcan los límites en tantas ocasiones. Por eso Iván Fandiño me gusta delante del toro porque tiene la voluntad de torear y asume gustoso los riesgos de su voluntad. El toro se podrá llamar a andanas e irse de la suerte como su primero o seguir renuente los vuelos de la muleta como en el que cerró la descastada corrida de El Montecillo, podrá ceñirse por el pitón derecho como fue el caso o vencerse por el izquierdo imposibilitando que fluyera el toreo o podrá esperar la muerte en la suerte contraria donde se la encontró el torero tirándose a ley, aunque la espada cayera desprendida.
La belleza del toreo, del gran toreo, necesita que se junten más factores entre ellos la bravura del toro y la bella composición del torero pero para reconocer a un torero entregado a su arte basta con el uso que hace de su voluntad, como ayer Iván Fandiño.
Andrés de Miguel
16 de mayo de 2012