Hay una fuerza que emana de aquello que se hace con orgullo de hacerlo bien, con cariño por su oficio, con el convencimiento de la importancia de poner todo su conocimiento al servicio de la profesión libremente elegida. Esa fuerza se transmite al espectador en el tendido, que poco más exige que se hagan en el ruedo las cosas con el mismo cariño que el aficionado pone en su asistencia a la plaza.
Luis Carlos Aranda es banderillero por gusto y por traición, hijo del gran Manolillo de Valencia al que en un lejano festival vimos parear con gusto y sabiduría, incluso vestido de paisano y pasado de años y kilos en una clara demostración de que el duende, para aparecer en la plaza de toros, no entiende de condiciones físicas sino de la capacidad para convocarlo. Convencido de su amor por el oficio, Aranda llegó a montar una ceremonia en Las Ventas, para recibir la alternativa como banderillero, profesión a la que se ha dedicado durante años.
En la goyesca del 2 de mayo, en una plaza inusualmente vacía para la fecha, demostró como para aparecer la emoción en una corrida basta con el convencimiento de un banderillero. Colocado levemente cerrado el toro en los terrenos del 7, Aranda lo enceló con un par de pasos para provocar su arrancada, dio tres suaves zancadas para ganar la cara del toro y cuadrado con él, clavó su par y salió andando vertical y gallardo al refugio de los capotes. Nada más y nada menos que el orgullo de ser banderillero y hacer honor a su profesión.
Poco más ocurrió en una corrida interesante de atanasios en la que Sergio Aguilar vio estrellarse sus buenas maneras e intenciones con el peor lote, Morenito de Aranda demostró su buen gusto y sus ganas de mejorar y El Fundi tuvo que volver a oír lo de: Se va sin torear, sin que llegara a entender si se refería al bravo atanasio o era una referencia cruel a toda su carrera.
Andrés de Miguel
3 de mayo de 2012