Un espectáculo fascinante el de dos toreros, David Mora e Iván Fandiño, dispuestos a no dejarse ganar la pelea por ningún toro. Un espectáculo sustentado en el valor absoluto, sin mácula, en el valor que hace desprecio de la seguridad, de la componenda, de la transacción, que con el solo sustento de la técnica y la decisión se enfrenta con los toros dispuesto a dominarlos, sea cual sea su condición.
Dejemos aparte la elección de los toros, que era cosa comentada en todos los corrillos que eso de Gavira es de mala condición, de esas ganaderías que existen sustentadas en un nombre y que nunca han echado una corrida que embista en una plaza de responsabilidad, quizá algún toro en remotos sitios mantiene el supuesto interés de la ganadería. La razón de echar esa corrida en la plaza de Madrid en un año que supuestamente mantiene centenares de toros bravos en las dehesas, es uno de los muchos despropósitos de este mundo taurino.
Frente a estos toros de variada y generalmente mala condición y generosas hechuras se mostró la verdad fundamental del toreo, que no es otra que la voluntad del torero de dominar la embestida de la res, sea esta noble o descompuesta, peligrosa o huidiza y lo hizo porque los toreros asumieron el riesgo de no dar un paso atrás.
El arte en el toreo se muestra de variadas formas, según las características de la casta de los toros y la capacidad de los toreros, pero para asomarse a una plaza de toros necesita irrenunciablemente de la decisión del torero de no dejarse ganar la pelea, de no renunciar al dominio con el pretexto de que el toro no se ajusta al toreo moderno.
Por qué el valor no es un mero alarde del torero sino una parte sustancial del arte de torear. Por eso los toros son un espectáculo fascinante.
Andrés de Miguel
Madrid, 3 de octubre de 2011