El eterno retorno

La idea del eterno retorno supone que todo vuelve a repetirse tal y como lo hemos vivido. Unido a las creencias de las sociedades agrarias con su repetición cíclica de las estaciones parece apropiado unirlo a la fiesta de los toros con sus ferias anuales.

El mito del eterno retorno despoja a los acontecimientos de su singularidad, de su fugacidad, mientras que la idea de permanencia les puede hacer aparecer como una carga insoportable.

Ese mito del eterno retorno parece alimentar la persistencia de ciertas corridas en el abono en las que sabes de antemano que no va a pasar nada. Toreros con quince años de alternativa que han dejado atrás su condición de promesas (Uceda, Abellán), toreros jóvenes en los que nada permite traslucir que tienen interés por torear con gusto (Pinar), toros procedentes del desecho de una ganadería que compró el desecho de otra que se formó con un desecho de Juan Pedro Domecq.

Aparecen estas corridas como una condena que se repite incesantemente, sin que nada pueda hacer el aficionado salvo escapar de ellas, dedicarse al reparto de saludos con antiguos compañeros de tendido, distribución de plácemes, parabienes, buenos deseos. Pasar lista de altas y bajas que, estas últimas, se prodigan en exceso.

De todo ello no se puede escapar ni aunque finalmente los toros de Vellosino salieran mejor que lo esperado, con un toro bravo, el tercero y otro codicioso, el sexto, que fueron a coincidir en el lote del torero joven para que reafirmara su listado de virtudes (decisión, garra) y dejara patente su concepto del toreo en el que nada permite suponer que tiene un hueco la belleza.

Andrés de Miguel
12 de mayo de 2011

  • ©Jose y Juan
  • Aviso Legal
  • Blog