Viendo el toreo a caballo entiendo mejor el toreo a pié

Por eso  voy también al rejoneo. Y no me gusta que el toro vaya despuntado, por muy legal que se haga. Eso sí que es una falta de respeto, una agresión, maltrato, y todo eso que está tan mal ahora, más lo que está mal de verdad.

Pero el toreo nace cuando se hace. La cuestión esa tan erudita de cómo y cuando se originó esto del toreo, tiene un matiz que pasa desapercibido. Porque cuando de algo se precisa el origen es que de ahí viene, y desde entonces lo venimos haciendo, repitiendo. Pero la cuestión es cuándo se origina y porqué. Porque podría no haberse originado, y entonces no lo tendríamos, no lo haríamos, porque estaríamos haciendo otras cosas, y viviríamos sin eso. Hemos de reconstruir con la imaginación esas circunstancias que propiciaron su aparición, o quizá no haya nada que imaginar, sino ver lo que delante tenemos.

Hasta aquí bien, pero suele venir la convicción de que fue necesario una etapa primitiva, tosca, zafia, en que los sufridos humanos, nuestros antecesores, aguantaban un espectáculo brutal, refinándolo poco a poco, generación a generación, hasta conseguir legarnos un producto exquisito. Cuán agradecidos a estos abnegados precursores. Como si generaciones se dedicaran a cazar perdices a pedradas, y enseguida las tiraban a la basura, más adelante las seguían tirando a  la basura, pero ya desplumadas, unos siglos más, y las tiraban ya asadas pero sin sal, y así  duro paso a duro paso, hasta nosotros, que nos las tomamos tan bien guisadas que en la sobremesa proclamamos que estamos viviendo la mejor época de nuestra historia, que es lo mejor de la historia toda, cuando no su culmen, el no va más, su final, el para-qué- queremos-más.

El toreo no se hace desde que nació, sino que tiene que volver a nacer cada vez que se hace. Tiene que ser toreo naciente para ser toreo. No es una conmemoración que se repite porque una vez se hizo. No se hace en representación, se realiza. De nuevo y por entero. Como la primera vez, porque es otra primera vez. Tan primera como la que más. El que se hiciera una vez ,o las que fueran, no nos exime de tener que hacerlo otra vez, cada vez, desde el principio y del todo, como si no se hubiera hecho nada antes. Y no para reproducirlo sino para reencontrarlo, para que lo reconozca quien nunca lo haya visto.

Cuando el toro sale a la plaza embiste para hacerse dueño de todo el ruedo, quiere echar a todo el mundo fuera a cornada limpia. Y como el jinete le acosa y le rehúye, el toro acaba delimitando su terreno, atento a que se le ponga a tiro. Que bien se ve lo de irse del toro, lo de acudir al encuentro, lo de provocar osando pisar su terreno.

Le ponen el primer rejón de castigo y entiende de qué va la cosa, en cuanto sangra. Y aquí no hay desgaste de fuerza contra el peto, es la bravura de puro sobreponerse al dolor, la irritación crecida, y así midiendo rejón a rejón.

Queda la embestida que se prueba, se muestra, en alarde de cites, embroques, suertes de banderillas, trueque de terrenos, cruces y distancias. Florilegio de caballo, lucimiento del toro. Haciendo ver lo de la arrancar, acudir, y embestir, según  querencias y  terrenos.

Y llega la hora, hay que matar. Para eso hay que haber templado bien al toro con el caballo. No es seguir la burla vistosa, es apurar al toro a su momento, provocar el punto de la lidia madura. Ir sacando, sabiendo y presentando todo lo bueno que el toro lleve dentro. Para matar bien al toro hay que hacerlo cuando brota última la embestida, sin desperdiciar ni estropear nada. El rejón bien de arriba abajo, embroque en el sitio, al estribo, haciendo venir de frente. Que en el rejoneo se mata muy mal cuando borrachos de floreo, se confunde el rejón de muerte con una banderilla más.

Que claro lo hizo ver Diego Ventura matando bien, porque toreó a caballo, en la Plaza de las Ventas, el sábado Veintiuno de Mayo.

Queda suyo
D.S.P.
Feria de San Isidro del 2.011

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